viernes, 14 de marzo de 2025

LA CAÍDA

Laura Irene Ludueña

 

No me había acercado a la escalera desde ese día. Ese día en que mi vida cambió para siempre. La imagen de lo sucedido se repite confusa en mi mente, como una pesadilla que no termina. La caída fue rápida, violenta, un instante de absoluto control que se desvaneció en milésimas de segundo, porque no lo esperaba. Según mi plan las cosas deberían haber sucedido de manera diferente. Pero el destino es caprichoso y toma sus propias decisiones arrasando todo sin previo aviso. Lo que me parecía justo y seguro, lo que había previsto en tantas noches de insomnio como la única salida, se convirtió en esto.

Los médicos dijeron que la caída había dañado mi columna vertebral de tal forma que las probabilidades de recuperar la movilidad eran mínimas. Acepté esa sentencia en silencio, en lo más profundo de mi ser sabía que era mi castigo. Durante los primeros días, el miedo me paralizó más que la incapacidad para moverme. No podía mirar las escaleras sin que una oleada de pánico me invadiera. ¿Cómo podía seguir adelante sola e inválida?

Poco a poco, me fui acostumbrando a la silla de ruedas, al silencio perpetuo de la casa, al vacío de los lugares que alguna vez recorrí feliz con él a mi lado. Pero lo peor, lo que me atormentaba cada día, era saber que había fracasado una vez más. Y no era solo el miedo irracional a las escaleras. Mi mente se rebelaba cada vez que intentaba recordar lo sucedido, como si algo en mi interior quisiera impedir que desentrañara la verdad. Estaba atrapada en un torbellino de recuerdos oscuros y fragmentados, cada uno más doloroso que el anterior. Necesitaba enfrentar los hechos, necesitaba cerrar ese capítulo de mi vida. Respiré profundo, resignada. Sabía que no podía controlar lo que vendría, pero algo dentro de mí me empujaba a dar el siguiente paso, aunque no supiera hacia dónde me llevaría. Lo primero que debía hacer era dejar mis miedos y rememorar lo que había pasado. Para ello me acerqué a la escalera, y por un momento, intenté revivir esa noche. No recordaba el dolor físico en su totalidad, solo el estremecimiento en todo mi cuerpo, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese instante fatal. Cerré los ojos. La escena se hizo nítida, casi palpable: las escaleras, las sombras alargadas sobre la pared, él mirándome con los ojos llenos de incomprensión, y el golpe sordo de nuestros cuerpos al estrellarse contra el suelo. Escuché su voz angustiada, pero distante, como un eco lejano que me preguntaba por qué. Cuando volví a la conciencia, los dos estábamos tendidos en el piso. Su cabeza había golpeado contra el escalón, y un hilo de sangre manchaba sus labios. Lo miré, buscando alguna señal de vida, asegurándome de que al fin se había ido, pero cuando intenté arrastrarme hacia él, no pude, mis piernas no me respondían. Nunca imaginé que él me abrazaría en el último momento y que con ese abrazo, me llevaría en la caída para volver a condenar mi vida.


Laura Irene Ludueña nació en Buenos Aires, pero vive en Rafaela, provincia de Santa Fe, desde hace medio siglo. Es docente e investigadora y ha publicado el libro Un criollo en la pampa gringa (2022). No obstante, su actividad como escritora de ficciones la ha llevado a ser una de las animadoras del TALLER 9 de escritura creativa, tanto en solitario como formando equipo con otros escritores. Su intensa labor está reflejada en este blog.

 

 

3 comentarios:

  1. Hernán Bortondello14 de marzo de 2025, 20:29

    Este relato de Laura Ludueña presenta un enigma envuelto en papel de regalo, al que su prosa va desenvolviendo con lentitud exasperante y sin perder, en ningún momento, la tensión del suspenso.
    Con gran oficio nos oculta, hasta el último despliegue del metafórico envoltorio, el obsequio del desenlace.

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    1. ngracias! Quiere decir que logré mi objetivo! 👍

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  2. Muy logrado el relato, no caben dudas. El cierre perfecto.

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