sábado, 8 de noviembre de 2025

CAMPAMENTO NOCTURNO

Carmina Shapiro

 

Dos horas después de arribados, el campamento ya había sido montado. Ele miraba a su alrededor meditativa. Todo el contingente había desplegado sus bolsas de dormir dejando un prudente espacio entre persona y persona para que el agua pudiera correr. Pudiera correr cuando cayera, claro. Y si efectivamente caía, claro. Hacía meses que no llovía. A ella le había tocado un puesto arriba de la lomada. Jora y Gé estaban abajo, cerca de las biocisternas subterráneas. Y Lambo estaba de guardia volante en el sector inclinado de los canales para asistir, con la larga experiencia que tenía, ante cualquier imprevisto. Ceuro, el hijo de Jora, estaba a alguna distancia de Lambo, nervioso pero animado para aprender del otro.

La cosa había empezado de a poco. Primero extendiéndose el período entre lluvia y lluvia, entre tormenta y tormenta. Luego, muy progresivamente, la humedad de ambiente había ido bajando y bajando. El caudaloso río de la zona también había bajado notoriamente su nivel. Por un tiempo las actividades comerciales fluviales se detuvieron, a la espera de que subiera el río. Esto pasaba cada tanto, sólo era cuestión de esperar, ya iba a subir. Siempre subía. Cuando la necesidad de los intercambios se hizo sentir y se comprendió que el río más que subir fluctuaba hacia la baja de su nivel, se comenzaron a implementar otros medios acuáticos para seguir comerciando. Esta fue la llamada de atención más sentida, se prendieron las alarmas de las y los políticos, investigadores y ambientalistas. Se comenzaron los diálogos con países vecinos para evaluar la situación en la región, incluso de países más lejanos se acercaron para estudiar lo que estaba ocurriendo. Primero se tomaron medidas de emergencia, camiones con tanques hidrantes abastecieron a las regiones que pasaban necesidad y se crearon protocolos de prioridades y buenos usos del agua. Pero la parca empezó a merodear el lugar, no había agua para suplir a todos los necesitados, e incluso si hubiera sido suficiente, no existía la infraestructura para dar abasto. Cuando un poco después finalmente se entendió que el problema era bastante más complejo y a largo plazo de lo que se había pensado, comenzaron los diseños de propuestas y las inversiones en investigación, para implementar los sistemas más complejos que permitieran sostener la vida silvestre y cuidar la poca humedad que todavía no se había evaporado. Las pérdidas fueron dolorosas.

Todas las explicaciones que se habían dado parecían insuficientes, ¿qué clase de fenómeno climático había convertido a una zona históricamente fértil y tediosamente húmeda en una pasa de uva de las más grandes que se hayan visto jamás? En efecto, las explicaciones mono-causales eran insuficientes. Se había utilizado el principio de los invernaderos para construir refugios protegidos para plantas y cultivos. Se buscaba que las instalaciones fueran lo más herméticas que la técnica permitía, de modo que el agua se evaporara lo menos posible. Se aplicaron las investigaciones más cuidadosas a generar vidrios especiales para poder crear grandes esferas en las que pudieran prosperar microclimas específicos y así preservar la vida animal. Lo mismo se hizo en relación al agua de mar: se buscaron todo tipo de estrategias y mecanismos para decantar la sal y otros minerales que podrían afectar la salud humana. Primero se prepararon muchísimos litros de agua potable y los espíritus se alegraron, era un alivio saber que era posible hacerlo y que las probabilidades de morir de sed eran mucho menores de lo esperado. Pero los sistemas en los que de hecho se guardaba el agua no estaban preparados para enfrentar una humedad ambiental de menos del 5% y el agua empezó a evaporarse imperceptiblemente, implacablemente, impotentemente. En tres días el volumen se había reducido a la mitad y el pánico, la preocupación y la indignación se apoderaron de los ánimos. Entonces se empezaron a investigar los métodos para guardar el agua potabilizada. En el curso de esos desarrollos, los y las investigadores se dieron cuenta de que se estaban invirtiendo recursos en quitar minerales del agua que sí ayudaban a algunas plantas y animales, minerales que luego eran adicionados en la producción de fertilizantes o suplementos dietarios. Así que se comenzó a estudiar y considerar las necesidades nutricionales desde un punto de vista más general, incluso intentando comprender qué dinámicas digestivas les permitían a esas plantas y animales procesar sustancias que al ser humano hacían tanto daño. Algunas de esas dinámicas pudieron ser replicadas para aprovechar mejor el agua de mar, pero en general se aceptó que una de las mejores maneras de conservar la humedad era en el interior de las plantas y de a poco el aspecto de las ciudades fue cambiando notoriamente. Todas las superficies que acumulaban calor -pavimentos, cementos, incluso edificios de vidrio- fueron cubiertas con plantas o con algunas de las nuevas tecnologías refractarias. Siempre que se pudo, se buscó evitar espacios de aire entre casas y edificaciones, ya que resultaban en mayor resecamiento y pérdida de humedad. Siguiendo esta lógica, se abandonaron y demolieron algunos edificios poco efectivos, se construyeron muros y techos que permitían aglomerar todas las construcciones de una manzana entera, y se redistribuyeron los espacios entre los diferentes grupos familiares. En las zonas donde era posible también se asentaron las mencionadas esferas de vidrio inteligente, generando otro tipo de agrupamientos humanos. Verdaderamente la cara de las ciudades cambió de manera considerable. Hasta el sonido de las ciudades se había transformado de manera radical. Si un año antes a esas mismas personas les hubieran dicho que el lugar donde vivían se iba a convertir en esto y que su vida iba a cambiar tanto, hubieran dicho que era una fantasía, imaginaciones futuristas, interesantes sí, pero imaginaciones al fin y al cabo, que tardarían años y años en tocar la realidad. ¡Ah, quién pudiera asir el devenir y estar seguro de cualquier cosa!

Los y las climatólogos habían estado elaborando los pronósticos con colaboración internacional, estudiando cuidadosamente las probabilidades de lluvia. Por fin habían subido hasta 50% y en los últimos días habían comenzado una escala ascendente, lenta pero sin pausa. El volumen del movimiento troposférico hacía pensar que caerían cerca de 200 mililitros en lo que durara la tormenta. Cuando tuvieron más certezas que dudas, pasaron el comunicado a los gobiernos e instituciones correspondientes, y todo se puso en marcha para recibir la lluvia con pasión y pavura. La locación había sido elegida hacía tiempo y se había mantenido desocupada en caso de que pudiera llegar a presentarse una alerta meteorológica. No sucedió pero siempre era mejor estar listos que desaprovechar una lluvia.

Cada integrante del contingente tenía a cargo un área de alrededor de tres metros cuadrados. La instalación del campamento se hacía cuando las probabilidades de precipitaciones pasaban el 70%, y se preparaban para quedarse hasta una semana allí a la espera de las condiciones óptimas. Ele ya había acomodado sus cosas en los pies de su bolsa de dormir impermeable. No les permitían llevar mucho, tenían que estar ligeros y con las manos libres. Nada de celulares, libros, revistas, ni juegos. El tiempo de espera debía pasarse con las y los compañeros, conversando, haciendo algún ejercicio tranquilo, repasando las acciones que tenían que realizar o bien en solitario. Tampoco podían alejarse del área asignada porque no había tantas personas disponibles. Toda la población estaba involucrada en este plan, era menester hacerse con la mayor cantidad de agua posible, en las casas nucleadas, en los campos, donde se pudiera. Este sitio estaba dedicado a nutrir las biocisternas de apoyo a los cultivos alimenticios.

Ele se había demorado en terminar de ubicarse y preparar todo. Se quedaba pensando y observando a sus compañeros y compañeras, sin darse cuenta de que se había detenido. Se sentía un aire ritual, expectante, entre emocionado y temeroso. Ceuro y Gé la saludaron de lejos. Ele salió de su ensimismamiento y les devolvió el saludo con una sonrisa. Pero su mirada se desvió a un punto detrás de ellos dos. Un poco más allá se estaban cavando unos embudos en las entradas de las biocisternas; el trabajo de canalización estaba comenzando. Ceuro y Gé se habían acercado hasta ella y, parados a su lado, miraban en la misma dirección. Luego Ceuro giró en redondo mirando el sitio en toda su extensión.

—No me imaginé que fuera a ser tan grande —dijo.

—Sigue el contorno geográfico de la lomada, el campamento mide exactamente lo que mide la lomada. ¿No parece tan grande desde la ciudad, cierto? —le contó Gé.

—Cierto.

—Eli, no te pusiste la máscara solar. ¿Estuviste así desde que salimos? ¿Dónde la metiste? —dijo Gé.

Ele la miró un momento como no entiendo lo que le decía—. ¡Ah, la máscara! —reaccionó tras un instante. Miró hacia abajo buscando, para darse cuenta de que la tenía agarrada con su mano derecha —. Acá está —dijo entre risas haciendo una mueca. No se suponía que estuvieran al aire libre sin ella. La arrugó entre sus dedos hasta que quedó finita como una coronita, se la puso en la cabeza y la extendió hasta el cuello del uniforme. Apenas colocada se sentía un poco incómoda, pero apenas se ponía a la temperatura del cuerpo, una se olvidaba que la llevaba puesta. Tres de los lugares más húmedos del cuerpo quedaban debidamente protegidos: tenía incorporadas unas pequeñas antiparras para los ojos, el espacio de la nariz funcionaba como un filtro y el sector de la boca se estiraba para poder hablar y se podía abrir para comer. Se hacían a medida para que funcionaran bien. Era una tela casi transparente, con un leve tono blanquecino, especialmente fabricada para filtrar los rayos UV y retener la humedad de la piel, pero sin sofocar los poros. Utilizada junto con el uniforme, reducía considerablemente los requerimientos de ingesta de agua. Ele nunca había entendido cómo lograban que estas telas inteligentes refrescaran la piel evitando las transpiraciones. ¿O era reutilizando las transpiraciones y exhalaciones? Ceuro le había explicado el funcionamiento una vez que lo había estudiado en la escuela, pero era una tecnología nanomolecular compleja. Algo de una reacción con los rayos UV era lo único que había sacado en limpio.

La miró de refilón a Gé. Sus cálidos ojos marrones brillaban con la emoción del momento.

—Estás contenta, ¿eh?

—Mmm… La verdad que la idea de ver llover me tiene las emociones a flor de piel… No creí que me iba a ilusionar tanto… —respondió Gé con voz vibrante—. El único problema es que así como me entusiasmo, me entristezco pensando en cómo estamos viviendo y que también puede salir todo mal… ¿Y si la lluvia fuera ácida?

—Ya sabemos qué hacer si es ácida, fue contemplado cuando armaron los procedimientos, pebeta. No te olvides del lema de nuestros tiempos: no anticipes la angustia ante tragedias que todavía no ocurrieron. —Trató de animarla Ele, y riendo ante la paradójica ironía agregó—: ¡Más vale angustiate con las que ya están aquí!

Ceuro y Gé se rieron también.

—¡Por suerte, no son todo angustias las que están aquí! —dijo Ceuro pasándole un brazo sobre los hombros a Ele y el otro a Gé, estrechándolas contra él.

—Bueno, bueno —lo apuró Gé, clavándole el codo en las costillas para que la soltara, algo dolida por el fuerte apretón—. Tenemos que volver a nuestros puestos, che.

Andiamo —aceptó Ceuro.

— ¿Nos vemos para comer? —preguntó Ele.

— ¡Sí!

— Sí.

Ya se alejaban loma abajo, cuando Gé se paró y miró para atrás dubitativa.

—¿Sabés? Me parece que… —su voz se disolvió en su respiración.

Ele la miró a los ojos y sostuvo la mirada. La expresión de Gé cambió.

—Después te digo —habló mientras se volvía a caminar con Ceuro.

—Ya sé —dijo Ele con una casi sonrisa dibujada en la comisura de sus labios, y la voz le salió tan suave que estuvo segura de que Gé no la había escuchado. Pero las palabras habían sido firmes. Y Gé las había escuchado, casi sonriendo en la comisura de sus labios también.

 

No tardó mucho en hacerse de noche. Se había establecido la costumbre de evitar las horas de mayor temperatura para no hacer un gasto de líquidos evitable, claro está, a menos que fuera una emergencia. Durante esas horas era mandatario realizar las actividades bajo techo y puertas adentro. Así que el contingente había iniciado el traslado y montaje pasadas las cinco de la tarde.

Cerca de las ocho, cuando ya todos habían podido instalarse, resueltas las dificultades que habían surgido, el guardia volante del sector de Ele les pidió a todos los que estaban en la parte alta de la lomada que se reunieran.

—Bueno equipo, llegó el momento que tanto hemos deseado. Tenemos la suerte de vivir esta experiencia bien de cerca. Disfrútenla, pero no se olviden de lo que tienen que hacer. Nuestra parte es fundamental para que todo marche bien allá abajo. Ejerciten su atención, no se pierdan un solo detalle de esta vivencia, en especial los más jóvenes, que pocas lluvias han visto en sus vidas, y hace rato que no se viene una tormenta como la que pronostican… —dijo Marton, perdiéndose en sus imaginaciones—. En fin, registren todo en sus memorias porque si todo sale bien, ¡este va a ser un día para la historia! Bueno, lo cierto es que si sale mal, también será para la historia… En cualquier caso, sabemos que algunas cosas no van a salir como las planeamos, para eso nos organizamos en equipos, y nosotros desde acá arriba vamos a poder ver todo el proceso. Acuérdense que esto lo hacemos entre todos. Apóyense y confíen los unos en los otros, y todo va a andar bien. Desesperen en solitario y nos vamos todos al tacho… Una última cosa antes de comer. Dejen sus picos y palas pegados a las cabeceras de sus bolsas de dormir. Tienen que estar a mano para cualquier apuro. El pico pónganlo abajo y la pala arriba así evitamos accidentes… Ahora sí, ¡disfruten de la comida!

Y cerró con un aplauso con voceríos de alegría. En otros sectores del campamento, otros grupos se hicieron eco de los vítores y el aire se cargó de una vívida energía. Ele se acercó a su puesto, sacó de los pies de la bolsa de dormir su pico y pala y los acomodó como había pedido Marton. Después agarró lo que sería su cena esa noche y le gritó a Ulár si quería comer con ella.

—¡Ahí voy! —le respondió Ulár, apurando sus movimientos para alistarse. Pronto se acercó y bajaron juntos a donde estaban los otros.

Encontraron al grupo sentado alrededor de un suave sol de noche. No acostumbraban usar linternas porque el cielo nocturno solía ser muy estrellado, sin grandes impedimentos visuales, pero esa noche era necesaria un poco de ayuda. Esa noche vieron más nubes que en las anteriores y sus corazones tremolaron de expectativa. Compartieron bocadillos, intercambiaron impresiones de las bienvenidas que habían dado los guardias volantes, conversaron sin rumbo fijo, rieron con rimas picarescas y chistes ingeniosos, observaron todo a su alrededor con cuidado y finalmente cerraron con un pequeño brindis a base de un cocktail miorelajante y renovador de manzanilla, potasio y magnesio. Así descansarían bien y estarían preparados para los esfuerzos que se avecinaban. Las bebidas alcohólicas no estaban prohibidas, pero para fabricar la mayoría de ellas se necesitaba agua potable, y luego causaban deshidrataciones leves –pero evitables– y mayor necesidad de ingesta de líquidos. Por lo que paulatinamente se había ido abandonando el consumo de alcohol mientras no mejoraran las circunstancias.

Ele dio las buenas noches y se fue a su puesto. Quería estar un rato sola, tranquila antes de dormir, tenía ganas de mirar el cielo e imaginar las profundidades del espacio interestelar. Una vez arriba, masticó una pastilla dental mientras se metía en su bolsa de dormir. Ele conocía la vida como había sido antes, había crecido en una cuenca pluvial donde el agua estaba por doquier. Y también había sido testigo de las crisis y de todo lo que había tenido que ser alterado para poder sobrevivir. Ése había sido uno de los grandes cambios cotidianos… El tradicional dentífrico requería bastante agua para su fabricación y uso, además de que el líquido de enjuague terminaba también en el agua, modificando las composiciones moleculares. Había sido necesario diseñar un producto que limpiara la boca efectivamente pero que pudiera ser tragado sin riesgos para la salud. Con las pastillas dentales, se recomendaba el uso complementario de un cepillo de dientes, pero no era requisito para que surtieran efecto. Sólo había que darles un tiempo para actuar antes de dejar que el reflejo de deglución se activara.

Sintiendo la atmósfera a su alrededor y divagando por viajes espaciales, se fue adormeciendo. Se despertó con un brazo enfriado y dormido porque le había quedado atrás de la cabeza. Se giró sobre su izquierda y quedó con la bajada de la loma frente a sí. Vio que unas pocas y tenues lucecitas todavía brillaban dispersas entre los diferentes sectores. Apenas algunas figuras oscuras se movían entre quienes dormían. Todas las noches habría algunos encargados de vigilar los informes meteorológicos y despertar al contingente si fuere necesario. Se sintió muy contenta de estar allí y se volvió a dormir plácidamente.

 

Todavía era noche cerrada cuando la despertó el toque sutil de una mano que palpaba el suelo. La mano encontró el pie que le había quedado fuera de la bolsa de dormir. No se asustó, ya sabía quién era. De algún modo, había estado esperando aquello. En seguida la mano subió por la pierna como si estuviera haciendo un estudio de anatomía: sí, ahí estaba la pantorrilla, entonces el resto del cuerpo estaría en esa dirección. Alguien dio una sancada sigilosa por encima de Ele y se escabulló al interior de su bolsa de dormir. A pesar de que Ele entraba dos veces en el ancho de la bolsa, el otro cuerpo se ubicó cerca de ella. Sin abrir los ojos, Ele sonrió ante la idea de que Gé se había acostado a su lado.

—¿Sabés? Me parece que... —empezó a susurrarle muy bajito cerca de su oído, repitiendo las mismas palabras que había empezado a decirle por la tarde. Ele podía sentir la tibieza de su aliento como una caricia. Gé se acercó todavía más —. Me parece que me enamoré de vos...

Sin cambiar de posición, Ele tanteó hacia atrás con la mano libre hasta encontrar la cadera de Gé. La atrajo hacia sí, haciendo que Gé le abarcara la espalda. Le tomó la mano, se la besó como si lo ilógico fuera imaginarse separadas, y se la guardó en el pecho como si el mundo hubiera recobrado su orden. Ya sé, pensó, antes de dormirse otra vez.

 

El amanecer ya no traía el canto de los pajaritos, que solamente podían vivir en las bioburbujas de vidrio. Pero el brillo del sol seguía siendo el mismo.

Gé se despertó para encontrar a Ele recostada de espalda con los ojos abiertos como platos. Miraba el cielo entre embobada y maravillada.

—Hola, pebeta —articuló medio aletargada.

Ele le indicó con la cabeza que mirara hacia arriba.

—¿Hace cuánto no vemos tantas nubes…?

Gé siguió su pregunta hacia el cielo. La visión era impresionante. La luz del sol se reflejaba en las nubes creando mil matices para las conocidas tonalidades del amanecer. El cielo tenía tal textura que casi podría haberlo tocado…

Cuando volvió a percibir el momento, miró a su lado para encontrarse con que Ele la miraba divertida. Seguramente había estado así un buen rato.

—Pero qué hacés… —dijo a la vez que le devolvía una sonrisa. Se miraron. Ele se acercó, le acarició los labios con los suyos y se volvió a alejar. El día había empezado bien.

Ambas notaron que alrededor empezaban a producirse movimientos de despertares. Gé habló en tono bajo y rápido.

—Mejor me vuelvo a mi puesto antes de que alguien se dé cuenta de que no estaba… —Giró boca abajo, apoyó codos y rodillas, inspeccionó en derredor de un vistazo, le dedicó a Ele una mirada cómplice y se fue ágil como un gato montés hasta su propia bolsa de dormir.

Ele se sentó. Se sacó la máscara, la espolvoreó cuidadosamente con el talco limpiador, y la dejó reposar. Sacó del estuche de higiene una pastilla dental y la microfibra imbuida de activos en seco para limpiarse la cara. Una vez aireadas cara y máscara, se la volvió a colocar. Olía limpia y fresquita. Hizo una inhalación grande y suspiró. La lluvia se intuía cercana. Se intuía cercana pero no podían saber cuándo ni con certeza si de hecho llegaría. Ahora empezaba la verdadera vigilia. Ahora empezaban los verdaderos nervios. Hoy iba a ser un día largo... Miró las caras de sus compañeros. Cruzó miradas con Ulár y Marton que ya se habían levantado e intercambiaban algunas palabras. Entendió que presentían lo mismo. Hoy la espera iba a ser tensa. Hoy iba a ser un día largo. Sí, hoy iba a ser un día muy largo.


Carmina Shapiro nació y vive en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina. Estudió Filosofía y dedica parte de su trabajo a la escritura académica. Después de varios años, volver a la escritura creativa y sin fines predeterminados es un bálsamo y un aliciente. En 2019 recibió una mención destacada en la segunda edición del Concurso de Relatos Filosóficos del Club de Escritura Fuentetaja con su relato “Ocupaciones inmundas”.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ACACIO, BIBLIOTECARIO, INVENTOR DE LA NADA (El décimo signo)

Daniel Frini   El silencio domina la tarde calurosa en el monasterio eutiquiano de Deir Mar Takla, a orillas del Éufrates, en un día del...