Carmina
Shapiro
Dos
horas después de arribados, el campamento ya había sido montado. Ele miraba a
su alrededor meditativa. Todo el contingente había desplegado sus bolsas de
dormir dejando un prudente espacio entre persona y persona para que el agua
pudiera correr. Pudiera correr cuando cayera, claro. Y si efectivamente caía,
claro. Hacía meses que no llovía. A ella le había tocado un puesto arriba de la
lomada. Jora y Gé estaban abajo, cerca de las biocisternas subterráneas. Y
Lambo estaba de guardia volante en el sector inclinado de los canales para
asistir, con la larga experiencia que tenía, ante cualquier imprevisto. Ceuro,
el hijo de Jora, estaba a alguna distancia de Lambo, nervioso pero animado para
aprender del otro.
La
cosa había empezado de a poco. Primero extendiéndose el período entre lluvia y
lluvia, entre tormenta y tormenta. Luego, muy progresivamente, la humedad de
ambiente había ido bajando y bajando. El caudaloso río de la zona también había
bajado notoriamente su nivel. Por un tiempo las actividades comerciales
fluviales se detuvieron, a la espera de que subiera el río. Esto pasaba cada
tanto, sólo era cuestión de esperar, ya iba a subir. Siempre subía. Cuando la
necesidad de los intercambios se hizo sentir y se comprendió que el río más que
subir fluctuaba hacia la baja de su nivel, se comenzaron a implementar otros
medios acuáticos para seguir comerciando. Esta fue la llamada de atención más
sentida, se prendieron las alarmas de las y los políticos, investigadores y
ambientalistas. Se comenzaron los diálogos con países vecinos para evaluar la
situación en la región, incluso de países más lejanos se acercaron para
estudiar lo que estaba ocurriendo. Primero se tomaron medidas de emergencia,
camiones con tanques hidrantes abastecieron a las regiones que pasaban
necesidad y se crearon protocolos de prioridades y buenos usos del agua. Pero
la parca empezó a merodear el lugar, no había agua para suplir a todos los
necesitados, e incluso si hubiera sido suficiente, no existía la
infraestructura para dar abasto. Cuando un poco después finalmente se entendió
que el problema era bastante más complejo y a largo plazo de lo que se había
pensado, comenzaron los diseños de propuestas y las inversiones en
investigación, para implementar los sistemas más complejos que permitieran
sostener la vida silvestre y cuidar la poca humedad que todavía no se había
evaporado. Las pérdidas fueron dolorosas.
Todas
las explicaciones que se habían dado parecían insuficientes, ¿qué clase de
fenómeno climático había convertido a una zona históricamente fértil y
tediosamente húmeda en una pasa de uva de las más grandes que se hayan visto
jamás? En efecto, las explicaciones mono-causales eran insuficientes. Se había
utilizado el principio de los invernaderos para construir refugios protegidos
para plantas y cultivos. Se buscaba que las instalaciones fueran lo más
herméticas que la técnica permitía, de modo que el agua se evaporara lo menos
posible. Se aplicaron las investigaciones más cuidadosas a generar vidrios
especiales para poder crear grandes esferas en las que pudieran prosperar
microclimas específicos y así preservar la vida animal. Lo mismo se hizo en
relación al agua de mar: se buscaron todo tipo de estrategias y mecanismos para
decantar la sal y otros minerales que podrían afectar la salud humana. Primero
se prepararon muchísimos litros de agua potable y los espíritus se alegraron,
era un alivio saber que era posible hacerlo y que las probabilidades de morir
de sed eran mucho menores de lo esperado. Pero los sistemas en los que de hecho
se guardaba el agua no estaban preparados para enfrentar una humedad ambiental
de menos del 5% y el agua empezó a evaporarse imperceptiblemente,
implacablemente, impotentemente. En tres días el volumen se había reducido a la
mitad y el pánico, la preocupación y la indignación se apoderaron de los
ánimos. Entonces se empezaron a investigar los métodos para guardar el agua potabilizada.
En el curso de esos desarrollos, los y las investigadores se dieron cuenta de
que se estaban invirtiendo recursos en quitar minerales del agua que sí
ayudaban a algunas plantas y animales, minerales que luego eran adicionados en
la producción de fertilizantes o suplementos dietarios. Así que se comenzó a
estudiar y considerar las necesidades nutricionales desde un punto de vista más
general, incluso intentando comprender qué dinámicas digestivas les permitían a
esas plantas y animales procesar sustancias que al ser humano hacían tanto
daño. Algunas de esas dinámicas pudieron ser replicadas para aprovechar mejor
el agua de mar, pero en general se aceptó que una de las mejores maneras de
conservar la humedad era en el interior
de las plantas y de a poco el aspecto de las ciudades fue cambiando
notoriamente. Todas las superficies que acumulaban calor -pavimentos, cementos,
incluso edificios de vidrio- fueron cubiertas con plantas o con algunas de las
nuevas tecnologías refractarias. Siempre que se pudo, se buscó evitar espacios
de aire entre casas y edificaciones, ya que resultaban en mayor resecamiento y
pérdida de humedad. Siguiendo esta lógica, se abandonaron y demolieron algunos
edificios poco efectivos, se construyeron muros y techos que permitían aglomerar
todas las construcciones de una manzana entera, y se redistribuyeron los
espacios entre los diferentes grupos familiares. En las zonas donde era posible
también se asentaron las mencionadas esferas de vidrio inteligente, generando
otro tipo de agrupamientos humanos. Verdaderamente la cara de las ciudades
cambió de manera considerable. Hasta el sonido de las ciudades se había
transformado de manera radical. Si un año antes a esas mismas personas les
hubieran dicho que el lugar donde vivían se iba a convertir en esto y que su
vida iba a cambiar tanto, hubieran dicho que era una fantasía, imaginaciones
futuristas, interesantes sí, pero imaginaciones al fin y al cabo, que tardarían
años y años en tocar la realidad. ¡Ah, quién pudiera asir el devenir y estar
seguro de cualquier cosa!
Los
y las climatólogos habían estado elaborando los pronósticos con colaboración
internacional, estudiando cuidadosamente las probabilidades de lluvia. Por fin
habían subido hasta 50% y en los últimos días habían comenzado una escala
ascendente, lenta pero sin pausa. El volumen del movimiento troposférico hacía
pensar que caerían cerca de 200 mililitros en lo que durara la tormenta. Cuando
tuvieron más certezas que dudas, pasaron el comunicado a los gobiernos e
instituciones correspondientes, y todo se puso en marcha para recibir la lluvia
con pasión y pavura. La locación había sido elegida hacía tiempo y se había
mantenido desocupada en caso de que pudiera llegar a presentarse una alerta
meteorológica. No sucedió pero siempre era mejor estar listos que desaprovechar
una lluvia.
Cada
integrante del contingente tenía a cargo un área de alrededor de tres metros
cuadrados. La instalación del campamento se hacía cuando las probabilidades de
precipitaciones pasaban el 70%, y se preparaban para quedarse hasta una semana
allí a la espera de las condiciones óptimas. Ele ya había acomodado sus cosas
en los pies de su bolsa de dormir impermeable. No les permitían llevar mucho,
tenían que estar ligeros y con las manos libres. Nada de celulares, libros,
revistas, ni juegos. El tiempo de espera debía pasarse con las y los
compañeros, conversando, haciendo algún ejercicio tranquilo, repasando las
acciones que tenían que realizar o bien en solitario. Tampoco podían alejarse
del área asignada porque no había tantas personas disponibles. Toda la población
estaba involucrada en este plan, era menester hacerse con la mayor cantidad de
agua posible, en las casas nucleadas, en los campos, donde se pudiera. Este
sitio estaba dedicado a nutrir las biocisternas de apoyo a los cultivos
alimenticios.
Ele
se había demorado en terminar de ubicarse y preparar todo. Se quedaba pensando
y observando a sus compañeros y compañeras, sin darse cuenta de que se había
detenido. Se sentía un aire ritual, expectante, entre emocionado y temeroso.
Ceuro y Gé la saludaron de lejos. Ele salió de su ensimismamiento y les
devolvió el saludo con una sonrisa. Pero su mirada se desvió a un punto detrás
de ellos dos. Un poco más allá se estaban cavando unos embudos en las entradas
de las biocisternas; el trabajo de canalización estaba comenzando. Ceuro y Gé
se habían acercado hasta ella y, parados a su lado, miraban en la misma
dirección. Luego Ceuro giró en redondo mirando el sitio en toda su extensión.
—No
me imaginé que fuera a ser tan grande —dijo.
—Sigue
el contorno geográfico de la lomada, el campamento mide exactamente lo que mide
la lomada. ¿No parece tan grande desde la ciudad, cierto? —le contó Gé.
—Cierto.
—Eli,
no te pusiste la máscara solar. ¿Estuviste así desde que salimos? ¿Dónde la
metiste? —dijo Gé.
Ele
la miró un momento como no entiendo lo que le decía—. ¡Ah, la máscara! —reaccionó
tras un instante. Miró hacia abajo buscando, para darse cuenta de que la tenía
agarrada con su mano derecha —. Acá está —dijo entre risas haciendo una mueca.
No se suponía que estuvieran al aire libre sin ella. La arrugó entre sus dedos
hasta que quedó finita como una coronita, se la puso en la cabeza y la extendió
hasta el cuello del uniforme. Apenas colocada se sentía un poco incómoda, pero
apenas se ponía a la temperatura del cuerpo, una se olvidaba que la llevaba
puesta. Tres de los lugares más húmedos del cuerpo quedaban debidamente
protegidos: tenía incorporadas unas pequeñas antiparras para los ojos, el
espacio de la nariz funcionaba como un filtro y el sector de la boca se
estiraba para poder hablar y se podía abrir para comer. Se hacían a medida para
que funcionaran bien. Era una tela casi transparente, con un leve tono
blanquecino, especialmente fabricada para filtrar los rayos UV y retener la
humedad de la piel, pero sin sofocar los poros. Utilizada junto con el
uniforme, reducía considerablemente los requerimientos de ingesta de agua. Ele
nunca había entendido cómo lograban que estas telas inteligentes refrescaran la
piel evitando las transpiraciones. ¿O era reutilizando
las transpiraciones y exhalaciones? Ceuro le había explicado el
funcionamiento una vez que lo había estudiado en la escuela, pero era una
tecnología nanomolecular compleja. Algo de una reacción con los rayos UV era lo
único que había sacado en limpio.
La
miró de refilón a Gé. Sus cálidos ojos marrones brillaban con la emoción del
momento.
—Estás
contenta, ¿eh?
—Mmm…
La verdad que la idea de ver llover me tiene las emociones a flor de piel… No
creí que me iba a ilusionar tanto… —respondió Gé con voz vibrante—. El único
problema es que así como me entusiasmo, me entristezco pensando en cómo estamos
viviendo y que también puede salir todo mal… ¿Y si la lluvia fuera ácida?
—Ya
sabemos qué hacer si es ácida, fue contemplado cuando armaron los
procedimientos, pebeta. No te olvides del lema de nuestros tiempos: no anticipes la angustia ante tragedias que
todavía no ocurrieron. —Trató de animarla Ele, y riendo ante la paradójica
ironía agregó—: ¡Más vale angustiate con las que ya están aquí!
Ceuro
y Gé se rieron también.
—¡Por
suerte, no son todo angustias las que están aquí! —dijo Ceuro pasándole un
brazo sobre los hombros a Ele y el otro a Gé, estrechándolas contra él.
—Bueno,
bueno —lo apuró Gé, clavándole el codo en las costillas para que la soltara,
algo dolida por el fuerte apretón—. Tenemos que volver a nuestros puestos, che.
—Andiamo —aceptó Ceuro.
—
¿Nos vemos para comer? —preguntó Ele.
—
¡Sí!
—
Sí.
Ya
se alejaban loma abajo, cuando Gé se paró y miró para atrás dubitativa.
—¿Sabés?
Me parece que… —su voz se disolvió en su respiración.
Ele
la miró a los ojos y sostuvo la mirada. La expresión de Gé cambió.
—Después
te digo —habló mientras se volvía a caminar con Ceuro.
—Ya
sé —dijo Ele con una casi sonrisa dibujada en la comisura de sus labios, y la
voz le salió tan suave que estuvo segura de que Gé no la había escuchado. Pero
las palabras habían sido firmes. Y Gé las había escuchado, casi sonriendo en la
comisura de sus labios también.
No
tardó mucho en hacerse de noche. Se había establecido la costumbre de evitar
las horas de mayor temperatura para no hacer un gasto de líquidos evitable,
claro está, a menos que fuera una emergencia. Durante esas horas era mandatario
realizar las actividades bajo techo y puertas adentro. Así que el contingente
había iniciado el traslado y montaje pasadas las cinco de la tarde.
Cerca
de las ocho, cuando ya todos habían podido instalarse, resueltas las
dificultades que habían surgido, el guardia volante del sector de Ele les pidió
a todos los que estaban en la parte alta de la lomada que se reunieran.
—Bueno
equipo, llegó el momento que tanto hemos deseado. Tenemos la suerte de vivir
esta experiencia bien de cerca. Disfrútenla, pero no se olviden de lo que
tienen que hacer. Nuestra parte es fundamental para que todo marche bien allá
abajo. Ejerciten su atención, no se pierdan un solo detalle de esta vivencia,
en especial los más jóvenes, que pocas lluvias han visto en sus vidas, y hace
rato que no se viene una tormenta como la que pronostican… —dijo Marton,
perdiéndose en sus imaginaciones—. En fin, registren todo en sus memorias
porque si todo sale bien, ¡este va a ser un día para la historia! Bueno, lo
cierto es que si sale mal, también será para la historia… En cualquier caso,
sabemos que algunas cosas no van a salir como las planeamos, para eso nos
organizamos en equipos, y nosotros desde acá arriba vamos a poder ver todo el
proceso. Acuérdense que esto lo hacemos entre todos. Apóyense y confíen los
unos en los otros, y todo va a andar bien. Desesperen en solitario y nos vamos
todos al tacho… Una última cosa antes de comer. Dejen sus picos y palas pegados
a las cabeceras de sus bolsas de dormir. Tienen que estar a mano para cualquier
apuro. El pico pónganlo abajo y la pala arriba así evitamos accidentes… Ahora
sí, ¡disfruten de la comida!
Y
cerró con un aplauso con voceríos de alegría. En otros sectores del campamento,
otros grupos se hicieron eco de los vítores y el aire se cargó de una vívida
energía. Ele se acercó a su puesto, sacó de los pies de la bolsa de dormir su
pico y pala y los acomodó como había pedido Marton. Después agarró lo que sería
su cena esa noche y le gritó a Ulár si quería comer con ella.
—¡Ahí
voy! —le respondió Ulár, apurando sus movimientos para alistarse. Pronto se
acercó y bajaron juntos a donde estaban los otros.
Encontraron
al grupo sentado alrededor de un suave sol de noche. No acostumbraban usar
linternas porque el cielo nocturno solía ser muy estrellado, sin grandes
impedimentos visuales, pero esa noche era necesaria un poco de ayuda. Esa noche
vieron más nubes que en las anteriores y sus corazones tremolaron de
expectativa. Compartieron bocadillos, intercambiaron impresiones de las
bienvenidas que habían dado los guardias volantes, conversaron sin rumbo fijo,
rieron con rimas picarescas y chistes ingeniosos, observaron todo a su
alrededor con cuidado y finalmente cerraron con un pequeño brindis a base de un
cocktail miorelajante y renovador de manzanilla, potasio y magnesio. Así
descansarían bien y estarían preparados para los esfuerzos que se avecinaban.
Las bebidas alcohólicas no estaban prohibidas, pero para fabricar la mayoría de
ellas se necesitaba agua potable, y luego causaban deshidrataciones leves –pero
evitables– y mayor necesidad de ingesta de líquidos. Por lo que paulatinamente
se había ido abandonando el consumo de alcohol mientras no mejoraran las
circunstancias.
Ele
dio las buenas noches y se fue a su puesto. Quería estar un rato sola,
tranquila antes de dormir, tenía ganas de mirar el cielo e imaginar las
profundidades del espacio interestelar. Una vez arriba, masticó una pastilla
dental mientras se metía en su bolsa de dormir. Ele conocía la vida como había
sido antes, había crecido en una cuenca pluvial donde el agua estaba por
doquier. Y también había sido testigo de las crisis y de todo lo que había
tenido que ser alterado para poder sobrevivir. Ése había sido uno de los
grandes cambios cotidianos… El tradicional dentífrico requería bastante agua
para su fabricación y uso, además de que el líquido de enjuague terminaba
también en el agua, modificando las composiciones moleculares. Había sido
necesario diseñar un producto que limpiara la boca efectivamente pero que
pudiera ser tragado sin riesgos para la salud. Con las pastillas dentales, se
recomendaba el uso complementario de un cepillo de dientes, pero no era
requisito para que surtieran efecto. Sólo había que darles un tiempo para
actuar antes de dejar que el reflejo de deglución se activara.
Sintiendo
la atmósfera a su alrededor y divagando por viajes espaciales, se fue
adormeciendo. Se despertó con un brazo enfriado y dormido porque le había
quedado atrás de la cabeza. Se giró sobre su izquierda y quedó con la bajada de
la loma frente a sí. Vio que unas pocas y tenues lucecitas todavía brillaban
dispersas entre los diferentes sectores. Apenas algunas figuras oscuras se
movían entre quienes dormían. Todas las noches habría algunos encargados de
vigilar los informes meteorológicos y despertar al contingente si fuere
necesario. Se sintió muy contenta de estar allí y se volvió a dormir
plácidamente.
Todavía
era noche cerrada cuando la despertó el toque sutil de una mano que palpaba el
suelo. La mano encontró el pie que le había quedado fuera de la bolsa de
dormir. No se asustó, ya sabía quién era. De algún modo, había estado esperando
aquello. En seguida la mano subió por la pierna como si estuviera haciendo un
estudio de anatomía: sí, ahí estaba la pantorrilla, entonces el resto del
cuerpo estaría en esa dirección. Alguien dio una sancada sigilosa por encima de
Ele y se escabulló al interior de su bolsa de dormir. A pesar de que Ele
entraba dos veces en el ancho de la bolsa, el otro cuerpo se ubicó cerca de
ella. Sin abrir los ojos, Ele sonrió ante la idea de que Gé se había acostado a
su lado.
—¿Sabés?
Me parece que... —empezó a susurrarle muy bajito cerca de su oído, repitiendo
las mismas palabras que había empezado a decirle por la tarde. Ele podía sentir
la tibieza de su aliento como una caricia. Gé se acercó todavía más —. Me
parece que me enamoré de vos...
Sin
cambiar de posición, Ele tanteó hacia atrás con la mano libre hasta encontrar
la cadera de Gé. La atrajo hacia sí, haciendo que Gé le abarcara la espalda. Le
tomó la mano, se la besó como si lo ilógico fuera imaginarse separadas, y se la
guardó en el pecho como si el mundo hubiera recobrado su orden. Ya sé, pensó, antes de dormirse otra
vez.
El
amanecer ya no traía el canto de los pajaritos, que solamente podían vivir en
las bioburbujas de vidrio. Pero el brillo del sol seguía siendo el mismo.
Gé
se despertó para encontrar a Ele recostada de espalda con los ojos abiertos
como platos. Miraba el cielo entre embobada y maravillada.
—Hola,
pebeta —articuló medio aletargada.
Ele
le indicó con la cabeza que mirara hacia arriba.
—¿Hace
cuánto no vemos tantas nubes…?
Gé
siguió su pregunta hacia el cielo. La visión era impresionante. La luz del sol
se reflejaba en las nubes creando mil matices para las conocidas tonalidades
del amanecer. El cielo tenía tal textura que casi podría haberlo tocado…
Cuando
volvió a percibir el momento, miró a su lado para encontrarse con que Ele la
miraba divertida. Seguramente había estado así un buen rato.
—Pero
qué hacés… —dijo a la vez que le devolvía una sonrisa. Se miraron. Ele se
acercó, le acarició los labios con los suyos y se volvió a alejar. El día había
empezado bien.
Ambas
notaron que alrededor empezaban a producirse movimientos de despertares. Gé
habló en tono bajo y rápido.
—Mejor
me vuelvo a mi puesto antes de que alguien se dé cuenta de que no estaba… —Giró
boca abajo, apoyó codos y rodillas, inspeccionó en derredor de un vistazo, le
dedicó a Ele una mirada cómplice y se fue ágil como un gato montés hasta su
propia bolsa de dormir.
Ele
se sentó. Se sacó la máscara, la espolvoreó cuidadosamente con el talco
limpiador, y la dejó reposar. Sacó del estuche de higiene una pastilla dental y
la microfibra imbuida de activos en seco para limpiarse la cara. Una vez
aireadas cara y máscara, se la volvió a colocar. Olía limpia y fresquita. Hizo
una inhalación grande y suspiró. La lluvia se intuía cercana. Se intuía cercana
pero no podían saber cuándo ni con certeza si
de hecho llegaría. Ahora empezaba la verdadera vigilia. Ahora empezaban los
verdaderos nervios. Hoy iba a ser un día largo... Miró las caras de sus
compañeros. Cruzó miradas con Ulár y Marton que ya se habían levantado e
intercambiaban algunas palabras. Entendió que presentían lo mismo. Hoy la
espera iba a ser tensa. Hoy iba a ser un día largo. Sí, hoy iba a ser un día muy largo.
Carmina Shapiro nació y vive en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina. Estudió Filosofía y dedica parte de su trabajo a la escritura académica. Después de varios años, volver a la escritura creativa y sin fines predeterminados es un bálsamo y un aliciente. En 2019 recibió una mención destacada en la segunda edición del Concurso de Relatos Filosóficos del Club de Escritura Fuentetaja con su relato “Ocupaciones inmundas”.

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