sábado, 8 de noviembre de 2025

RESERVADOS DE BAR

Oscar De Los Ríos

 El bar oscila entre blanco y negro, sensación acentuada por el piso en damero. Sin embargo, no se parece a una postal antigua, su corte arquitectónico es más bien futurista.

Sentado a una mesa, cercana a la puerta de entrada, paseo la vista por el interior del local. Muchas mesas, pocas ocupadas, llenan el gran salón. En un principio mi atención en ellas descansa del trajín del día. Muy pronto pierdo el interés, nada inquietante sucede en este sector.

El día de hoy ha sido agobiante, rutinario…  y ya dudo que mejore. Giro lentamente la cabeza y descubro un espectáculo más atractivo, alineados unos tras otros se extienden, ocultos a las miradas indiscretas, los reservados. En ellos se desenvuelve normalmente el mundo de la intriga y de la trampa. Muchos cuernos han terminado de coronarse sobre los cojines, aterciopelados y acariciantes, de los cómplices sillones. Ocultos a la vista de los transeúntes por pesadas cortinas negras, y a los parroquianos del bar por finos biombos de bambú, en forma de paralelogramo con su borde superior cayendo de mayor a menor hacia las cortinas.

Rápidamente decido cambiar de lugar para observar con mayor comodidad el nuevo panorama. Mi accionar lo realizo en forma más lenta, a fin de no levantar sospechas. La gente tras los biombos es muy susceptible a todo movimiento que atente contra su intimidad. Me levanto despacio y me encamino hacia el baño de hombres, el recorrido realizado me permite observar cuidadosamente el interior de estos privados: dos de ellos, únicamente, están ocupados. Al regresar, me cambio de sitio a una mesa ubicada a escasos tres metros del reservado donde una pareja, ambos ya maduros, parecen discutir.

A pesar del cambio de lugar no es mucho lo que puedo observar, tampoco puedo escuchar algo de lo que hablan. Estas supuestas dificultades hacen aún más curiosa la situación.

El corte oblicuo de los biombos me permite atisbar una melena rubia y unos ojos azules, acuosos por su color y por las lágrimas que vierten. A su lado una mata rala de cabellos desteñidos, con profundas entradas, delatan la presencia de un hombre que aparenta ser mayor que la mujer. Un diálogo de cine mudo es lo único que me es permitido entrever. La mujer calla todo el tiempo, lo cual le permite un mayor lenguaje gestual: sus ojos se mueven inquietos, por la inclinación de la cabeza imagino que esta descansa en la mano izquierda y en los labios se esboza un reproche amargo. De pronto se vuelve hacia las cortinas negras, pareciendo distante y distraída. El hombre, por su parte, se aferra a un monólogo tratando de ser convincente mediante enérgicos cabeceos. Ella, saliendo de su ausencia, vuelve la faz consternada e, inclinando la cabeza, niega con vehemencia. No sé si ha dejado de llorar, ahora su rostro permanece oculto por la esterilla del biombo.

De pronto, el aire se carga de una energía tan densa que casi se puede palpar, y la situación cambia. Ella, levantando la cabeza, pronuncia algunas palabras duras, contundentes como un cros a la mandíbula. No sé cuáles son, pero su efecto es demoledor. El hombre deja caer su frente abatida y, un segundo después, la levanta tan alto que me deja ver sus ojos suplicantes.

Ella, levantándose con presteza, recoge el abrigo y trata de alejarse del lugar. Solo una mirada de asco dirige al hombre, que permanece sentado.

Con una reacción tardía él trata de detenerla, de abrazarla; ella se resiste, lo empuja, lo insulta... lo abofetea.

El insiste en contenerla. Ahora los parroquianos del bar comienzan a señalarlos; la mayoría se ríe de la escena, que sacude sus tristes vidas aburridas. Es una actitud lamentable, ajena al drama por mí presenciado. Deberían comenzar por preocuparse de sus problemas y tratar de no molestar; ser más discretos.

De repente todo cambia. En la mano de Ella aparece un arma. La situación grotesca se vuelve dramática. Ya nadie ríe, el miedo asoma a esos rostros alterados, algunos de los cuales han quedado a mitad de camino entre la risa y el terror. El tiempo parece romperse en ese instante...  fracturarse, repartiéndose de forma diferente a cada uno de los presentes.

El silencio, instaurado como único tirano de la presentida tragedia, es derrocado por el estampido violento del arma y el hombre cae como una marioneta a la que han cortado los hilos, sobre el duro piso de cerámicos, ahora rojos.

Con paso lento, mientras los demás corren hacia el hombre abatido, pues la mujer, ha arrojado el arma lejos de su alcance, abandono el bar.

A partir de hoy me encerraré por un mes en mi casa. No hablaré con nadie, no prenderé la radio ni la televisión, tampoco usaré el celular ni interactuaré en las redes sociales. No quiero recibir ninguna noticia que me rebele quiénes eran, ni por qué discutían. Los prefiero así: lejanos, extraños... 


Oscar Luis De Los Ríos es un escritor argentino nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Comenzó a escribir después de los cuarenta años y a partir de entonces sus cuentos aparecieron en la revista Cametsa de Perú, en el blog Sinergia, en el podcasts El buen cruel de México, donde sacó el segundo lugar en el concurso de crónica literaria, y en la antología Argentino-boliviana Estaño y plata. Publicó, en colaboración con el escritor Alejandro Bentivoglio el libro de microficciones Esta historia continuará (O no). Un buen número de sus trabajos, tanto en solitario como en "complicidad" con compañeros del TALLER 9 fueron publicados en este blog.

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