Paul Di Filippo
El escuadrón de bombarderos de largo
alcance B-5 «Shelly O» Stealth, que había partido unas horas antes de la base
aérea McConnell de Kansas, llegó a Igboland, en el sureste de Nigeria, a las
3.13 hora local. Las defensas aéreas de la aislada y hostil dictadura, un
Estado ausente desde el colapso de la industria global del petróleo después de
la aparición de la energía generada por microbios a partir de la basura, no pudieron
detectar a los invasores.
No obstante, la carga liberada por los bombarderos fue harina
de otro costal.
Cada uno de los paquetes que colgaba de los paracaídas era
tan grande como un baño químico y estaba envuelto en espuma protectora y con un
conducto.
Pronto, flores sintéticas en forma de hongo salpicaron el
cielo nocturno por toda Igboland y las tropas nigerianas se movieron para
enfrentarse con eso en cuanto tocara tierra.
Cada uno de los paquetes, al posarse sobre el campo, la
ciudad o las aldeas, desechaba el revestimiento y el paracaídas automáticamente
y de inmediato, eliminando cualquier evidencia del aterrizaje. Quedaba así al
descubierto lo que parecía ser un baño químico: una aerodinámica estructura de
plástico del tamaño de una cabina, sin ventanas y con un panel curvo como puerta.
En el noventa por ciento de los aterrizajes, los soldados
fueron los primeros en llegar al lugar y rodearon las estructuras
amenazadoramente, con las armas en alto, hasta que llegaron los camiones
militares para llevarse a los invasores.
En ocasiones, los ciudadanos comunes eran los primeros en llegar
a las bombas y en general cooperaban, sustrayendo las estructuras a la mirada
de las autoridades. Pero a veces estallaban peleas o intervenían bandas de
piratas. En la mayoría de los casos, a menos que los ciudadanos actuaran con
rapidez, los soldados no tardaban en aparecer y se llevaban los objetos, de
forma brutal y sangrienta.
Sin embargo, un pequeño porcentaje de los objetos lograba pasar
inadvertido y quedaba a buen resguardo, en secreto, en manos de los civiles.
Un joven huérfano y soltero,
Okoronkwo Mmadufo, cultivaba mijo perlado y criaba cabras en los aledaños de
una planta china de procesamiento de coltán que había quedado abandonada, un
terreno que no le interesaba a nadie ya que estaba sembrado de residuos
tóxicos. La granja apenas podía asegurar la subsistencia de una persona. El
suelo enfermaba los cultivos y la vegetación a los animales. Okoronkwo se
desesperaba por ser rico y poder, algún día, sostener a una esposa y una
familia.
La noche del bombardeo, el granjero estaba despierto y en
movimiento, atendiendo a una cabra enferma. Levantó la vista cuando oyó un
golpe sordo pero considerable y vio la bomba asentarse sobre un parche de
plantas de mijo raquíticas. Soltó a la cabra y corrió hacia la estructura.
Empezó a empujar la bomba, sin éxito, ya que esta era casi
tan grande como su casa. Pero entonces vio un gran botón rojo sin etiquetar junto
al panel de la puerta y lo pulsó.
La bomba se elevó sobre un conjunto de ruedas y un efecto de
colchón de aire.
Okoronkwo corrió con la bomba hacia la fábrica, decrépita y
vacía. Una pequeña dependencia anexa parecía impenetrable tras derrumbarse
sobre sí misma, pero Okoronkwo sabía el secreto de su acceso.
Movió algunas vigas, apartó una pared de hojalata
galvanizada y consiguió esconder la bomba. Luego, con una rama, borró las
huellas que habían quedado al arrastrar el artefacto desde el lugar del
aterrizaje.
Los soldados lo encontraron acunando a su cabra enferma.
Tras un interrogatorio y una discusión, los soldados
decidieron no investigar en la planta abandonada, ya que habían oído que el
efecto de los desechos tóxicos hacía desaparecer los penes. Se divirtieron
mucho especulando sobre el encogimiento de los genitales de Okoronkwo, y luego
se marcharon.
Okoronkwo esperó hasta la noche siguiente para investigar la
bomba en el cobertizo. Cuando el portal plástico curvo se abrió, la luz inundó
el interior de la bomba. Okoronkwo entró rápidamente y cerró la puerta.
El interior de la estructura parecía mucho más pequeño de lo
esperado, lo que indicaba maquinaria o depósitos ocultos. Las únicas
características visibles eran: una tolva de admisión, un conducto de
dispensación y un teléfono celular acoplado.
Salpicado con glifos animados, apareció el rostro de un
joven blanco.
—Aquí Sticky. ¿Cuál es tu nombre?
—Okoronkwo Mmadufo.
—Voy a llamarte OM. A partir de ahora eres el orgulloso
propietario de una Unidad de Campo BioFab. Viene equipada con materiales de
alimentación, solo cosas comunes que podrás reemplazar, y microbios
inteligentes que manejarán su propia reproducción, así como instrumentos de
diagnóstico, ingeniería e interfaz. PCR, desacopladores y enlazadores de nucleótidos,
secuenciadores: todo. Puedes usar la BFU para hacer casi cualquier medicina u
otros productos de procesos orgánicos naturales o sintéticos. La Unidad también
adaptará dosis de agentes activos para su dispersión en el medio ambiente. Podrás
manejar todo a través del celular. Ahora verás el panel de control en la
pantalla táctil, con un enlace a un tutorial interactivo. Haz clic en los
términos de acuerdo, por favor, OM... ¡Genial! Adiós.
—¡Espere! ¡Tengo muchas preguntas!
—Perdón, pero los Federales no me pagan para responder a tus
preguntas. Soy estrictamente freelance.
Así que, me voy. Salvo que… ¿puedes conseguirme alguna grabación rara de highlife?
—¿Le gustan los shows del Dr. Sir Warrior?
—¡Claro que sí!
—Puedo conseguir algunos de esos.
—Tráeme grabaciones que no tenga, y estaré a tu disposición.
Durante la siguiente semana, Okoronkwo y su nuevo amigo,
usaron la BFU para fabricar un tratamiento para mejorar el suelo, una
cura para el mijo perlado y nutracéuticos para las cabras.
Okoronkwo tomó confianza en el manejo de la BFU, y
acabó despidiéndose de Sticky. Ahora sabía que podía seguir ayudándose a sí
mismo y a sus vecinos, y que su futuro personal incluiría una mujer e hijos.
Pero primero debía diseñar un virus letal, que afectara solo
al genoma de los que gobernaban Nigeria. Estos hombres eran poco cuidadosos con
el uso del preservativo Esos hombres eran poco estrictos en el uso del condón y,
por cierto, ciertamente obtener su semen no suponía un gran problema.
Título original: Bombs away
Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman & IA GPT
Paul Di Filippo nació el 29 de octubre de 1954 en
Woonsocket, Rhode Island, Estados Unidos. Es crítico literario y escritor de
ciencia ficción. Ha trabajado para las
revistas Asimov's Science Fiction, The Magazine of Fantasy & Science
Fiction, The New York Review of
Science Fiction e Interzone. Su
historia corta "Kid Charlemagne"; publicada en Amazing Stories, fue nominada al Premio Nébula al mejor relato
corto en 1987. También, su historia corta "Lennon Spex" fue nominada
al mismo premio en 1992, la novela corta "Karuna, Inc." fue nominada
al Premio Mundial de Fantasía en esa categoría en 2002 y la novela Un año en la ciudad lineal (2002) fue
nominada al Premio Hugo. Ha publicado The
steampunk trilogy (1995), Destroy All
Brains! (1996), Ribofunk (1996), Fractal Paisleys (1997), Lost Pages (1998), Joe's liver (2000), Strange
Trades (2001), Neutrino Drag
(2001), A mouthful of tongues: her
totipotent tropicanalia (2002), A
year in the Linear City (2002), Fuzzy
dice (2003), Spondulix (2004), Harp, pipe and symphony (2004), Creature from the Black Lagoon: time's black
lagoon (2006), Cosmocopia (2008),
Roadside Bodhisattva, (2010), A Princess of the Linear Jungle (2011) y
The big get-even (2018), entre otros.