miércoles, 1 de mayo de 2024

EL DÍA QUE MURIÓ INTERNET

 Boris Glikman



Era ampliamente conocido que Internet había estado enferma durante algún tiempo. Su mala salud la había hecho bastante descuidada en la ejecución de sus deberes. Algunos tenían que soportar días de frustración hasta que se establecía una conexión en línea, mientras que para otros la conexión seguía yendo y viniendo cada segundo, como una bombilla parpadeante.

Por un tiempo, Internet flotó en una condición medio muerta, con un pie en la tumba, y la humanidad contuvo la respiración, temiendo que Internet continuara deteriorándose y luego se rindiera por completo.

Y luego llegó el día en que Internet exhaló su último aliento y nadie podía creer su mala fortuna. Era difícil entender que Internet ya no habitaba en el mundo y que la carga de vivir nunca más se aligeraría con la siempre presente alternativa de escapar hacia una existencia en línea. Ya nadie tendría el privilegio del lujo de tener dos mundos en los que vivir.

Los técnicos informáticos más eminentes de la tierra fueron asignados a la tarea de realizar la autopsia. Su conclusión unánime fue que Internet había muerto de causas virtuales. Lo que nadie había sospechado era que Internet poseía una vida finita. Todos siempre habían asumido que estaría ahí para siempre, sin embargo, también llevaba dentro de sí las semillas letales de la desconexión eterna.

El siguiente problema más apremiante fue el entierro. Problemas nunca antes considerados necesitaban ser abordados con urgencia, pues la vista de una Internet sin vida yaciendo postrada en el suelo era demasiado desgarradora para que el mundo lo soportara. ¿Dónde debería celebrarse la ceremonia fúnebre? ¿En qué idioma o código informático debería realizarse el servicio conmemorativo? ¿Quién debería dar el elogio fúnebre? ¿Dónde enterrarla?

El problema más intratable de todos fue a quién invitar al servicio. Se reservó un cierto número de boletos para aquellos más afectados por la muerte de Internet: adictos a la pornografía en línea, marginados sociales, introvertidos arraigados, celebridades obsesionadas con Twitter, los herederos de príncipes nigerianos y residentes a largo plazo en el mundo virtual de Second Life. De lo contrario, era casi imposible determinar quién estaba genuinamente afligido y quién solo quería asistir a la ceremonia para ser parte de esta ocasión histórica.

Finalmente, estos asuntos se resolvieron, aunque no dejó satisfechos a todos, y el mundo le dio a Internet el adiós que se merecía. Justo después del funeral, el mundo se apagó, lamentando la partida de Internet y recordando con nostalgia cómo podía responder cualquier pregunta; satisfacer todas las necesidades emocionales, mentales, espirituales, intelectuales y corporales; emocionar la mente y los sentidos; proporcionar información instantánea, entretenimiento, relajación, gratificación y excitación, así como permitir la comunicación instantánea con personas de todo el mundo, e incluso curar la soledad. Trágicamente, dada la magnitud y profundidad de la pérdida, algunos no pudieron soportar continuar viviendo en un mundo sin Internet y cerraron sesión permanentemente en este mundo.

Una vez que la ola desenfrenada e histérica de dolor finalmente se calmó, la humanidad se serenó y gradualmente se dio cuenta de que Internet había degradado y desfigurado realmente sus vidas.

Recordaron con horror y consternación cómo Internet había atrapado a las personas con sus innumerables tentáculos, haciendo que desperdiciaran sus vidas en el intrincado pantano del mundo virtual; cómo buscar en Google había reemplazado la sabiduría que viene con la edad, la experiencia, el aprendizaje y cómo, con información instantánea siempre al alcance de la mano, se perdía el valor del conocimiento; cómo la realidad en línea se convirtió en el único mundo y la realidad real fue abandonada y olvidada, como la hermana sencilla de una chica hermosa; cómo Internet robó a la vida su riqueza y belleza multifacéticas y redujo el mundo a una pequeña pantalla rectangular; cómo el mundo en línea se convirtió en una prisión en la que la humanidad se encerró voluntariamente y luego tiró la llave, junto con sus vidas.

La humanidad reconoció ahora cómo Internet había alterado fundamentalmente la naturaleza de las relaciones sociales y la naturaleza de la relación de uno consigo mismo. Inventada para facilitar la comunicación y unir al mundo, Internet, en cambio, se convirtió en la herramienta perfecta para la disimulación, distorsionando la verdad y separando a la gente del mundo, permitiendo así que las personas no solo tergiversaran sus verdaderos pensamientos y sentimientos, sino que falsificaran sus vidas enteras y la esencia misma de su ser, tanto para otros como para ellos mismos.

La gente descubrió que los dedos no eran solo para escribir y mover el ratón, sino que también tenían otros usos; que de sus torsos se extendía un par de extremidades inferiores que podían usarse para caminar por la dimensión espacial; que la evolución había equipado sus cuerpos con el medio ideal para transmitir pensamientos y sentimientos; que sus caras poseían músculos bien desarrollados que podían emplearse para señalar emociones como (entre muchas otras) sorpresa, molestia, felicidad y frustración. En consecuencia, se podía lograr una comunicación exitosa sin dispositivos electrónicos intermediarios. Lo más sorprendente de todo fue la revelación de que otras personas no eran idénticas a sus iconos, planas y siempre atrapadas en la misma pose con la misma sonrisa en sus caras, sino que eran seres tridimensionales, moviéndose y cambiando sus expresiones faciales.

Tener amigos y parejas en el mundo físico significaba que estabas libre de la precariedad, la incertidumbre y la falta de fiabilidad de las amistades y relaciones en línea, y ya no estabas sujeto a las acciones y decisiones caprichosas de tus amigos en la web, para quienes, después de todo, solo eras una entidad etérea y abstracta que podía ser eliminada instantánea y permanentemente de sus vidas con solo hacer clic en un ratón. En consecuencia, la constante amenaza de que los amigos y amantes en línea cesaran inexplicablemente todo contacto y desaparecieran para siempre había desaparecido por completo.

Los tutoriales "De vuelta a la realidad" resultaron ser muy populares y útiles, cubriendo temas como "Aprender a hacer una sola tarea"; "Conociendo al sol y al cielo" y "Cómo sobrevivir en un mundo que no se puede retocar con Photoshop".

La vida recuperó lentamente su significado a medida que la humanidad salía, paso a paso, del abismo en línea que había cavado para sí misma. Sin Internet, ya nadie tenía que lidiar con el problema de cómo equilibrar su vida entre los dos mundos. El tiempo comenzó a fluir más lentamente; ya no se anhelaba la gratificación instantánea; la contemplación y la paciencia revelaron su verdadero valor. Ahora estaba claro que la realidad en línea proporcionaba solo un significado parcial y efímero; que las emociones sentidas en el mundo web eran solo sentimientos artificiales fugaces; y que la verdadera autoestima no venía de la popularidad en las redes sociales, sino desde dentro.

Cada ser humano ahora experimentaba la vida directamente, en lugar de a través del lente distorsionador, disminuyente y vicario de una pantalla de computadora; enfrentando las cosas buenas y no tan buenas en sus vidas sin escapar al mundo en red y evitando así la realidad de su existencia; y siendo fieles a sí mismos, en lugar de esconderse detrás de sus iconos e identidades en línea. Solo entonces las personas se dieron cuenta de cuán profundamente e intrincadamente Internet había tejido su hilo fatal en cada aspecto de la existencia humana y cuánto se había ganado el día en que Internet murió.

 

Título original: The day Internet died

Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman

 

Boris Glikman es escritor, poeta y filósofo. Las mayores influencias en su escritura son los sueños, Kafka, Borges y Dalí. Sus historias, poemas y artículos de no ficción han sido editados en revistas electrónicas y publicaciones impresas. Boris ha aparecido varias veces en la radio, incluyendo la radio nacional australiana, interpretando sus poemas e historias y discutiendo el significado de su trabajo. Dice: "Escribir para mí es una actividad espiritual del más alto grado. La escritura me da el conducto a un mundo que es inalcanzable por cualquier otro medio, un mundo que está poblado por Verdades Eternas, Preguntas Inefables y Belleza Infinita. Es mi esperanza que estas historias mías permitan al lector echar un vistazo a este universo".

 

 

LA SELFIE DE GORIJAN DREJA

 Snežana Kanački


Gorijan y Milena llevaban juntos más de siete años sin que él se diera cuenta de lo asfixiante que se había vuelto esa relación. Nunca podía salir con sus amigos. Cuando llegaba tarde a casa, lo esperaban palabras de reprobación de Milena mientras él se justificaba por diciendo que el transporte no funcionaba bien, masticando frenéticamente chicle para eliminar el sabor a cerveza de su boca. Todos los días lo mismo: llegaban del trabajo, veían la televisión, soñaban con arreglar la sala de estar, ahorrar para unas vacaciones en el mar, comprar un auto... Quería vivir un poco más, sin tener que mirar el dinero que gastaba y aún así no tener suficiente para un taxi. Por eso decidió romper.

Gorijan acompañó a Milena hasta la puerta del departamento. Probablemente a ella también le aliviara de alguna manera. Después de todo, solo tenían veintiocho años.

Era alto, delgado y no particularmente guapo. Su cabello era negro y su piel pálida. Tenía una nariz puntiaguda y labios gruesos. Sus ojos verdes siempre estaban brillantes. Había pensado en dejarse crecer el cabello, pero eso lo molestaba y lo hacía cosquillas en cuanto le llegaba a las orejas, así que iba a cortárselo. Un poco más largo en la parte superior, más corto en los costados. Y así durante años. Miraba su reflejo en el espejo.

—Es hora de cortarme el pelo —dijo en voz alta—. Tal vez sea hora de un nuevo look. Quizá finalmente me haga ese tatuaje que siempre he querido. A Milena no le gustaban los tatuajes... Ah, ¡lo haré en contra del deseo de ella! Solo espero recibir mi sueldo... Podría ir al gimnasio...

Absorto y contemplando su reflejo, decidió ir a la peluquería después de todo. Esta vez se dejaría flequillo y cortaría la parte de atrás. Finalmente dejaría crecer su cabello. Cuando llegó a casa, quiso borrar todas sus fotos de Facebook. En la foto de perfil estaban los dos, abrazados, besándose. “Subir foto”, decía dentro del cuadrado blanco vacío. Quería tomarse un selfie con su nuevo corte de cabello, poner “soltero” en su estado. Le daba pena borrar las fotos. Después de todo, habían compartido siete años de altibajos, como si estuvieran casados. Miró la almohada en el lado de la cama de Milena. Sobre ella había una nota que decía: “Para Gorijan”. En ella decía: “Instala esta aplicación, Selforama. Toma buenas selfies. Beso”.

Se sorprendió por este mensaje. ¿Por qué no me envió un mensaje de texto, o un enlace o algo así? Selforama... Nunca he oído hablar de ello.

—Es hora de cambios —dijo en voz alta. Se tomó una foto y le gustó cómo quedó. La aplicación preguntó: “¿Quieres establecer esta imagen como perfil?” Pensó que Selforama se había conecta automáticamente con Facebook, y clickeó “sí”.

Le empezaron a llegar notificaciones de que a la gente le gustaba su foto. Cansado de todo lo que había pasado ese día, decidió acostarse. Solo, después de mucho, mucho tiempo. Apagó Internet en su teléfono, ajustó la alarma y se acostó.

El sol que se colaba por la ventana lo despertó. Miró el reloj, pero eran las 7:23 am. Se levantó de la cama de un salto.

—¡Llego tarde! Mi alarma no sonó. ¡Teléfono estúpido! —Se vistió rápidamente con la ropa que estaba junto a la cama. Se apresuró tanto como pudo y el transporte público lo ayudó. Llegó a las 8:15 am. No es tan grave, pensó, le echaré la culpa al transporte, como siempre.

Entró corriendo al edificio y se metió en el ascensor. Se arregló la camisa y caminó lentamente hacia su puesto de trabajo. Pensó que probablemente no lo regañarían demasiado por llegar tarde, después de todo, acababa de terminar una larga relación. Notó algunas miradas extrañas, principalmente de personas que conocía superficialmente en el trabajo y que eran amigos suyos en Facebook. Una mujer sostenía un teléfono en una mano y con la otra señalaba a Gorijan. Arqueó una ceja en señal de sorpresa, pero no le dio mucha importancia. Pensó que probablemente les parecía extraño su nuevo corte de cabello.

Finalmente se sentó en su lugar de trabajo y encendió la computadora. Apareció el logo de la empresa en el escritorio, junto con la lista de tareas del día. Abrió una carpeta y en ese momento sintió una mano en su hombro.

—Gor, ¿dónde has estado, hombre? —Era su amigo Vesely.

—Ey, hermano —dijo Gorijan forzadamente—. El transporte es un desastre, como si viniera de algún pueblo...

—Tranquilo, no hay problema. Además, estás de estreno con el nuevo corte, ¿eh?

—Bueno, pensé en cambiar algo en mí mismo. ¿Viste la foto que subí a Facebook?

—No, no la vi. Ahora la veré, jajaja. Tengo un comentario gracioso para ti, hombre.

—Sé amable, acabo de entrar en el mundo de los solteros. Espera, voy a encender Internet... —Tan pronto como encendió Internet, notó que había desaparecido su aplicación de Facebook. De hecho, en la pantalla principal solo estaba la aplicación Selforama. Qué extraño, pensó. Mi teléfono está completamente loco. Había recibido varias notificaciones de Selforama. Pensó que todo se había conectado en una sola aplicación, Facebook y todo. ¿Y qué pasó con la alarma...?

—¿Esto es una peluca o qué? —preguntó Vesely.

—¿Qué? Espera que lea esto —dijo Gorijan sin levantar la vista de su teléfono—. ¿Qué diablos? —Selforama le había enviado una notificación: “Tu tiempo ha comenzado a correr. La imagen que subiste ayer como perfil en Facebook ha comenzado a envejecer rápidamente. Ya apareces diez años mayor en ella. Cada hora que pasa equivale a un año de tu vida. El efecto de esta aplicación es irreversible”—. ¿Me están tomando el pelo? —gritó Gorijan.

—Hermano, ¿dónde conseguiste esa peluca?

—Vesely, cállate. ¡Lee esto! —exclamó. Después de unos segundos, Vesely se puso pálido—. ¡Dime algo! ¿Esto es posible? —Gorijan estaba desconcertado.

—En qué lío te has metido, amigo...

—¿Tú crees en estas tonterías? —Gorijan se había quedado sin aliento—. ¡Mira mi foto de perfil! ¡Realmente parezco diez años mayor!

—Hermano, ¿qué es esto? ¿Alguna especie de brujería cibernética? ¿Eso realmente existe?

—No sé, hermano, no sé... ¡Milena!

—¿Qué Milena? ¿Qué tiene que ver ella en esto?

—Ella, ella... tengo que irme... Diles que tuve un accidente, diles que, que me morí... ¡Inventa algo, tengo que irme! —Rápidamente pensó; ahora tengo veintiocho años, más diez son treinta y ocho; entonces, si una hora es un año, solo viviré como máximo un día y poco más. El simple pensamiento le provocó un mareo. Salió corriendo del ascensor y se dirigió a la parada del autobús. Encendió Internet en su teléfono, pero no tenía ninguna aplicación. Solo Selforama estaba allí, y un reloj. Se miró en el reflejo del teléfono bloqueado y vio que parecía normal. Entonces, se dijo, solo mis selfies envejecen, y yo... ¿Qué pasa cuando envejezca completamente y muera? ¿Qué haré? ¡Dios, qué he hecho! — impotente y perdido, decidió ir a ver a Milena. Preguntarle qué significaba esto, cómo una aplicación estúpida podría arruinarle la vida. Le llevó unos veinte minutos llegar a su destino. Corrió hacia la casa de los padres de Milena. En el patio estaba Loki, su viejo perro. Ladró, pero estaba atado. Pensó para sí mismo: lárgate, perro, y llamó a la puerta. Le abrió la abuela de Milena.

—Niño, ¿de dónde vienes? ¡Tardaste dos días en darte cuenta y buscar a mi Milena, eh! ¡Por el amor de Dios, qué vio ella en ti! —dijo la abuela en voz alta, mientras miraba a Gorijan de arriba abajo—. Estás tan flaco, ni siquiera te has limpiado los pies. ¡Puaj! —La abuela era implacable—. Mi niña no volverá a llorar por ti. ¡Vete! —La abuela lo empujó con la escoba.

—Abuela Vela, necesito ver a Milena. ¡Urgente!

—Por supuesto que la necesitas, pero ella no te necesita a ti. ¡Lárgate de aquí! ¡Puaj! — escupió la abuela.

—Pero,  abuela... ¿Está ella aquí? Tengo que preguntarle algo...

—¡Vete! ¡No me hagas quitar el pañuelo y comenzar a maldecirte! Mi nieta llorando por ti, ¡demonio! —Escupió junto a la zapatilla de Gorijan y comenzó a quitarse el pañuelo...

—No, abuela, no... Me voy a irme, solo dime dónde está. Por favor... Tal vez ella pueda explicarme qué está pasando...

—¡Vete, diablo, vete! Se ha ido, no sé adónde, lejos. Tomó sus cosas y se fue.

—¿Puedo pedir prestado tu teléfono? Por favor, abuela...

—¡Vete, ve a casa de los vecinos y pregunta! Lárgate de mi puerta.

—Gracias, abuela.

—No hay gracias para ti, maldito. ¿Vas a traer a mi nieta, mi tesoro, de vuelta a casa, después de haberla montado durante siete años...? ¡Vergüenza, y ni siquiera le pusiste un anillo, y ella te lo dio todo! Es buena y valiosa... Trabajaba turnos nocturnos, oh mi dorada nieta, ¡qué le hiciste! Eres uno, uno de esos desgraciados —La abuela empezó a llorar y gemir. Comenzó a quitarse el pañuelo—. Niño, cuando uno jode a una mujer valaca no sobrevive.

Gorijan se dirigió hacia la casa de los vecinos. Maldijo una vez más al perro y cerró la puerta con fuerza. Vio a la abuela Vela barriendo el patio y murmurando algo. Llamó a la puerta del vecino, aclaró su garganta y se arregló el peinado. Un hombre de mediana edad lo recibió. No estaba seguro de cómo se llamaba el hombre.

—Buenos días, vecino, soy Gorijan. El... novio de Milena. Eh... vine a preguntar si sería tan amable de prestarme su teléfono. El mío está estropeado, y necesito encontrarme con Milena, y no sé dónde está... —Fue la primera mentira que le vino a la cabeza.

—Hola, hijo. Te recuerdo de la fiesta. ¿Por qué no te dio Vela el teléfono? ¿Eh? Probablemente pensó que robarías algo si te dejaba entrar en la casa, ¿verdad? Tengo vecinos locos, qué le vamos a hacer, son valacos... Entra, mi teléfono está adentro. —El hombre, amable, lo dejó entrar en la casa. Gorijan se limpió los pies. Un gato de colores estaba sentado en el sofá—. Siéntate, hijo, ¿Goran, verdad? —preguntó el vecino.

—Sí, Goran. —Decidió mentir, porque probablemente nunca volvería a ver a ese hombre en la vida. En el escaso tiempo de vida que le quedaba. Pensó rápidamente. Hasta ahora había envejecido trece años. Solo le quedaba un día de vida. Tenía que encontrar a Milena para que le explicara este lío.

—Aquí tienes, Goran. Sírvete —dijo el vecino y le entregó el teléfono.

Gorijan primero marcó el número de Milena. Estaba apagado. Pensó brevemente y luego llamó a Vesely al número de la oficina. Tal vez él tuviera alguna idea.

—Hermano —dijo Gorijan.

—¿Hermano, eres tú? ¿Llamas desde allí?

—No importa, mi teléfono se estropeó. No sé qué hacer, Milena no está en su casa. No sé a dónde podría haber ido.

—Hermano, ¿por qué la necesitas? —Vesely no entendía—. Oye, los del trabajo están flipando, miran tu foto y no lo pueden creer... Parece, parece que estás envejeciendo, jajaja, hermano, qué locura, estás envejeciendo cada segundo más. Hermano, ¿cómo lo has hecho? Yo también quiero...

—No, Vesely, de ninguna manera... Es algo malo, algún tipo de aplicación demoníaca, yo, yo realmente estoy envejeciendo. Por eso necesito encontrar a Milena, ella, ella puede explicármelo...

—Asuntos valacos... —dijo el vecino en voz baja.

—Oye, hermano, gracias, pero tengo que cortar. Nos vemos... —Gorijan dejó el teléfono en el sofá, donde el gato se acomodó y siguió durmiendo.

—¿Qué dijiste antes?

—¿Cuándo, Goran?

—Ahora, cuando hablé. ¿Los valacos? ¿Qué pasa con ellos? ¿Milena es valaca? ¿Qué es eso?

—Hijo, no hay que meterse con ellos. Saben de brujerías. Serias brujerías. Dicen que si jodes a una valaca estás jodido para toda la vida. —Gorijan guardó silencio por un momento. Miró al vecino, luego al gato y se levantó bruscamente.

—Me voy. Muchas gracias.

—No hay problema, Goran. Estamos aquí para ayudarnos mutuamente.

—Gracias —dijo Gorijan y salió de la cassa. No sabía adónde ir. Su teléfono era inútil. En él solo tenía Selforama y el reloj. Caminaba pensativo por la calle, reflexionando sobre su vida, su relación. Eran jóvenes e inexpertos. Valaca... ¿Qué es eso en realidad? Había escuchado historias que nunca creyó. El camino lo llevó a lugares que solían visitar juntos. Le parecía ver su pelo negro ondeando entre la multitud. La siguió. Todo estaba lleno de recuerdos de una relación maravillosa. Siete maravillosos años. Se preguntaba si había cometido un error al terminarla. La oscuridad ya había caído y habían pasado veintidós horas desde que publicó el selfie. Se sentó en el columpio del parque junto a su casa. Solían ir allí, soñar cuando en el departamento hacía demasiado calor, ya que no tenían dinero para instalar aire acondicionado. En ese columpio, una noche de agosto, Milena se quedó dormida en sus brazos, y él le prometió que estarían juntos para siempre. Que tendrían hijos. No estaba seguro de si ella lo había escuchado. Miró hacia la ventana de su departamento y vio la luz.

—¡Ella está en casa! ¡Ella está en casa! —Corrió hacia el edificio, hacia el departamento. Estaba pensando qué decirle, cómo disculparse, abrazarla, besarla... Llegó a la puerta y comenzó a desbloquearla. Milena abrió la puerta—. ¡Cariño! —exclamó—. ¡Estás aquí! ¡Te he echado de menos! —se acercó para abrazarla. Ella dio un paso atrás—.  Milena, cariño... Lo siento. Vuelve conmigo. —Ella lo miró durante unos momentos. Se alejó de la puerta y lo dejó entrar. No dijo nada—. Conejita, te he estado buscando todo el día. No lo creerás. Esa aplicación... No sé, parece que estoy envejeciendo, que voy a morir... ¿Qué me está pasando? ¿Qué he hecho para merecer esto? —Ella seguía en silencio, dándole la espalda. Gorijan estaba desconcertado, asustado, no sabía qué decir, qué hacer. Valacas. Eso era lo que tenía en mente—. Milena. —Levantó la mano para tocarla pero ella se apartó—. Cariño, perdóname. Seré bueno, seré todo. Tomaré un crédito, iremos al mar, compraré un aire acondicionado, todo. No trabajarás más esas largas noches, por favor, dime algo. ¡Dilo! ¡Dilo!... —Su voz se quebraba. Ella estaba escribiendo algo en su teléfono—. Milena, Milena —dijo entre lágrimas—. ¿Qué eres? ¿Eres... valaca? ¿Qué me has hecho? ¿Por qué me has maldecido? ¿No me amas? —Ella se volvió hacia él. Lo miraba con sus grandes ojos azules llenos de lágrimas. No dijo nada. Le mostró su selfie. Sin decir una palabra, tomó el teléfono y miró la imagen de un anciano con cabello canoso, muy delgado—. ¿Soy yo? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Soy yo?

—Sí. Eres tú. Eres tú sin mí —dijo ella en voz baja.

—¿Por qué?

—Me prometiste que estaríamos juntos para siempre. Me prometiste que tendríamos hijos, un hogar, seguridad. Cuando rompes una promesa dada a una valaca, viene el castigo. La sentencia de muerte.

—No, no, no, ¿por qué? No...

—Mírate en el espejo. —Gorijan obedeció. La imagen que le devolvía el reflejo era la de un anciano con el pelo canoso, muy delgado.

—Estoy envejeciendo —dijo Gorijan con la voz de un anciano.

—Sí. Y yo estoy maldita —dijo ella suavemente, acarició la mejilla de Gorijan y se fue. Él miró su reflejo durante un tiempo y decidió aceptar su destino. Se acostó en la cama, ahora suya y no la que compartían, y se durmió para siempre. A la mañana siguiente, Vesely encontró a su amigo muerto en la cama. Era joven de nuevo.


Titulo original: Selfi Gorijana Dreja

Traducción del serbio: Sergio Gaut vel Hartman

 

Snežana Kanački nació el 27 de enero de 1987. Estudió ingeniería biomédica, pero encontró un camino diferente y trabaja como chef desde hace más de diez años. Snežana publicó su primera novela de ciencia ficción en octubre de 2018, publicada por la editorial serbia Nova Poetika. Polaris, la última ciudad, fue traducida y publicada en 2020 por la editorial eslovena Pro Andi. Se están preparando otras publicaciones en alemán, macedonio y shona. La segunda parte del libro, Dormnet 30.02, proyecto Polaris, también se está preparando para su publicación por primera vez en idioma esloveno. Es la creadora y uno de los autores de los cuentos cortos de terror llamados Besan (2019), que se publican cada año y que cuentan con autores de la ex Yugoslavia. Snežana fue la primera autora de Serbia en participar (virtualmente) en la 78.a WorldCon, ConZealand 2020. Participa activamente en muchos festivales de la región, Sferakon (Zagreb) y Fanfest (Celje).

 

LAS TRES MONEDAS DE SHERIDAN

 Víctor Lowenstein

 


Soy médico. O, mejor dicho, lo fui alguna vez. Vivo en el cuarto desocupado y ruinoso del fondo de un hospital, lugar que me han cedido por amistad o por lástima. Dispongo de una pensión por discapacidad con la que apenas subsisto. No obstante, no me quejo. Toda protesta es un desperdicio de tiempo. Igualmente, tiempo es lo que me sobra.

Ejercí la psiquiatría durante la década de los setenta. Influenciado por los estudios de Iván Illich y libros como La pedagogía del oprimido, de Freire; apliqué mis esfuerzos a democratizar la labor profesional de mi especialidad. Mis ideales requerían un acercamiento hacia los niveles sociales más postergados, lo que se conocía como trabajar en las bases. No resultó del agrado de mis superiores verme frecuentar los pasillos de las clínicas donde me desempeñaba junto a gente traída por mí desde villas y barrios de emergencia. Nunca me lo perdonarían. Igual que a aquel galeno húngaro, Ignaz Semmelweiss, que hacía higienizar las manos de los médicos antes de operar, fui resistido, ridiculizado y rechazado hasta por mis pares hasta condenarme al ostracismo.

Prosiguieron los sistemas de reclusión clínica para los enfermos, y las calles continuaron siendo para los excluidos de la salud pública un seminal de personajes marginales y extraños paridos en el desamparo. Con el advenimiento de la democracia, soplaron nuevos aires para las ciencias médicas. Se relajaron los esquemas de las rígidas doctrinas carcelarias de los hospicios. Pasaron varias administraciones, tras las cuales ya nadie recordaba ni mi nombre ni mis trabajos. Debí desempeñarme como médico de guardia en un pequeño hospital municipal unos quince años más. Después sufrí un infarto del que casi no vuelvo. Ya afectado, me jubilaron prematuramente.

Cierta noche, uno de esos personajes indigentes vino a golpear mi puerta. Era muy flaco y tenía un rostro amable. Iba envuelto en una capa negra y llevaba puesto en la cabeza un sombrero de fieltro muy gastado. Dijo llamarse Sheridan, de profesión ilusionista. Muy famoso alguna vez, vivía por propia voluntad de la caridad pública. Lo sentí, por expresarlo de alguna manera, próximo a mí. Humanamente cercano. Me recordaba vagamente a los muchos infelices a los que antaño intenté rescatar de las calles que eran su hogar.

Lo invité a que pasara a mi humilde morada, y le convidé lo que tenía para cenar; vino tinto y unas galletas. Comió poco y casi no bebió, pese a lo cual supo agradecer efusivamente por el magro festín. Luego, se largó a conversar. Me contó la historia de su vida, o sus muchas historias de vida. Su grandilocuencia, interesante al principio, pronto empezó a fastidiarme. Dijo ser un viajero avezado, y haber recorrido el mundo varias veces. Mencionó Islandia, Alejandría, Singapur.

Sus hazañas, según relataba, no tenían límite. Su arte seducía a pueblos enteros. En tres oportunidades hizo levitar una caravana de elefantes en Basora, y desaparecer en el aire un templo hindú en Nepal…

Me dejé llevar un poco por el vino y sus historias. En mi interior no dejaba de clasificar las variantes de su posible patología; esquizofrenia o delirio místico. Lo interrumpí para ofrecerle dónde dormir.

—Puedes usar esa vieja camilla para echarte un rato —le dije.

Como era de esperar me lo agradeció profusamente.

Por la mañana, me dispuse a acompañarlo hasta mi puerta. Al salir me dijo, siempre sonriente.

—Has sido bondadoso con este ilusionista. Sabrás que esta vida tiene formas de recompensa inusitadas. Hoy te mostraré el milagro de la magia áurica que sólo algunos poseemos. Mira, y aprende. —Me mostró la palma de una de sus manos. La cerró, y al abrirla nuevamente brillaban sobre ella tres monedas—. Son de oro puro —dijo Sheridan, y agregó—: observa el acto mágico.

Reconozco el oro cuando lo veo. Me preparé para asistir a la actuación.

Moviendo sus brazos con una agilidad que parecía excederlo, unió sus manos y al separarlas, aquellas tres monedas corrieron por el aire de una palma a la otra como magnetizadas. Chasqueó los dedos, y otra vez la magia de las monedas voladoras se manifestó llevando la corriente tintineante desde la mano receptora a la original, recuperando en su palma el precioso contenido. Era un haz luminoso de oro puro que corría por el aire hasta perderse en sus manos. Lo miraba, extasiado, pensando en ciertos juegos de prestidigitación que se realizan con naipes de baraja. Jamás, no obstante, vi algo así, concluyendo que el arte del buen Sheridan era algo sin dudas superior a cuanto conocía en materia de magia e ilusionismo. El hombre repitió la rutina otras dos veces y luego batió palmas en un remate en que una cantidad imprecisa de monedas simplemente se esfumó en el aire, para mi sorpresa y la dicha del mago, quien reía satisfecho.

—Ahora debo partir al lejano sur —dijo a modo de despedida—, pues los misterios de la teúrgia reclaman mi presencia. Debo recorrer comarcas, reinos, cumplir cometidos. Ya he cumplido contigo. Te he dejado la conciencia de ser mago tú también. Así es, viejo doctor de almas. Tu impaciencia estropeó tus dones, pero eres tan prodigioso como Sheridan. Volveré para adiestrarte, en otoño, después de cumplir mis promesas con el rey Ashtar de la Hyperbórea. Pero retornaré, mi viejo doctor, y las monedas serán tan tuyas como mías y el milagro que portan compartidas por ambos, como tú supiste compartir conmigo las galletas y el vino que generosamente me has brindado. Bendito seas, amigo.

Me abrazó sollozando y se alejó de mí, andando despacio.

 

Es curioso. Lo que la miseria hace en el hombre. Lo vuelve práctico, lo embrutece, simplifica toda intuición. Sobre todo, le impide pensar. Junto a mi puerta había siempre una pala dejada por la antigua obra de construcción. Simplemente la tomé entre mis manos y corrí detrás del pobre loco. Lo golpeé en el cráneo hasta matarlo. Por pudor no detallaré la forma en que me deshice de su cuerpo y sus ropas.

Fue inútil. Las tres monedas nunca aparecieron.


Víctor Lowenstein nació en Buenos Aires, Argentina, el 19 de enero de 1967. Escritor. Autor de seis libros de cuentos fantásticos. Dos menciones de honor de la Sociedad Argentina de escritores (S.A.D.E) y primero y segundo premio género cuento concursos “Siembra de letras” y antologías “Soles de América”.  Participación en más de veinticinco antologías y una docena de revistas digitales. Escribe textos ficcionales, horror, weird,  y ensayos sobre literatura moderna. Algunos de sus libros son: Paternóster, novela corta, 2014 y Artaud el anarquista, 2015. 

 

 

LOS ÁLAMOS QUE ME VIGILAN

 Lu Evans

 

Yo tenía siete años cuando me perdí en las montañas Jemez. Era otoño, y en esa época del año, las copas de los álamos adquieren brillantes tonos dorados y anaranjados llameantes. Pero no fueron las coloridas hojas las que me llamaron la atención hasta el punto de alejarme del campamento y perderme. Lo que me distrajo fue la apariencia de sus troncos blancos y delgados. Tenían ojos. No ojos de verdad, claro, pero el caso es que sus caparazones se arrugaban de tal manera que formaban el contorno perfecto de un ojo humano, incluida la pupila. Pero para una niña de siete años, esos ojos pueden ser muy reales.

La fértil mente de una niña, sola en un bosque oscuro, no me sirvió de nada. Perdida entre los álamos, tenía la sensación de que los árboles, todos a la vez, me observaban. Cada ojo tenía una forma única. Algunos eran estrechos, otros almendrados y grandes, otros anchos y asustados. Cada uno tenía una expresión única y a veces indescifrable. Sin embargo, en un momento dado, tuve la impresión de que todos no solamente me miraban, sino que me juzgaban y criticaban por invadir su territorio. Me sentí como Blancanieves en aquella animación antigua, cuando la princesa se pierde en el bosque y se siente observada por los árboles. Para colmo, los oía respirar, y el sonido iba acompañado del lento movimiento de los troncos inflándose y desinflándose, una imitación perfecta del pecho de una persona.

Pensé que moriría de hambre, frío o miedo, y cuando no pude soportarlo más, me desmayé. Al día siguiente, me desperté rodeada por el grupo de búsqueda y rescate. El peligro había pasado.

 

Ahora, totalmente recuperada de aquella terrible experiencia, soy guarda forestal y vivo en una cabaña en la misma montaña, densamente poblada de los mismos álamos que me persiguieron en pesadillas durante toda mi infancia y primera adolescencia.

Pero, como he dicho, superé el trauma y ahora vivo aquí sola. Durante el día, cumplo con mi función profesional; por la noche, aprovecho la tranquilidad del lugar para relajarme, viendo películas, leyendo y escuchando música. Rara vez salgo en la oscuridad. La gente de los alrededores suele decir que aquí ocurren cosas extrañas, como la presencia de hombres lobo y pies grandes, aves prehistóricas que se comen a la gente y extraterrestres que visitan el lugar con regularidad, entre otros seres sobrenaturales de pésima reputación. Pero yo no creo nada de eso. La montaña no es sólo mi hogar, sino también mi lugar de trabajo. Sé que aquí no hay nada fuera de lo común. No salgo de noche por los peligros reales: osos, pumas, coyotes, lobos y serpientes.

Hoy, sin embargo, mi monótona vida recibió un golpe. Al llegar a casa, me di cuenta de que uno de los árboles estaba... fuera de lugar. Sacudí la cabeza. Al fin y al cabo, los árboles no caminan. Pero tuve la impresión de que estaba en otro sitio, lejos de la masa arbórea del lado de la casa.

Y me miraba con todos sus ojos.

Sin saber qué pensar de la situación, entré, cerré la puerta y me di una ducha, repitiéndome a mí misma que debía estar cansada e intentando convencerme de que el árbol siempre estuvo allí, después de todo, a nuestro cerebro le gusta jugarnos malas pasadas, de vez en cuando, fabricando falsos recuerdos. Debe ser eso, un falso recuerdo. El árbol siempre estuvo más cerca de la casa que los demás, pero yo no me había dado cuenta antes. Mi esfuerzo por hacérmelo creer no me llevaba a ninguna parte, pues sé muy bien que la zona del lado de la casa está libre de árboles a lo largo de unos diez metros, terminando en una línea de álamos. Así pues, el árbol en cuestión no podía estar dentro del círculo despejado de vegetación, a unos cuatro metros de distancia de los demás. ¡Cuatro metros es mucho!

¿Estaba alucinando, volviéndome loca?

 

Después de ducharme, me pongo un camisón cómodo, voy a la cocina y me preparo un bocadillo que como en el sofá, viendo las noticias. Ya ni siquiera pienso en el árbol, pero es entonces cuando un ruido me sobresalta. Silencio el televisor y presto atención.

Silencio, luego, un golpe en la ventana del lado de la cabaña. El miedo me deja paralizada. Los segundos pasan lentamente, luego me estremezco con otro golpe.

Ya no hay duda, no es mi prodigiosa imaginación. Hay alguien fuera, llamando a la ventana, y necesito saber qué es. De puntillas, me acerco a la ventana y abro las cortinas, apretando la cara contra el cristal. Lo único que veo es el árbol solitario. Una de las ramas, sacudida por el fuerte viento, vuelve a tocar la ventana. ¿Pero cómo puede ser si momentos antes lo veía a muchos metros de la casa? Las ramas no crecen en cuestión de minutos. Presto más atención y veo que el árbol está a un metro y medio de la casa. Sus ojos están fijos en mí, y el tronco se contrae y se expande lentamente, inspirando y expirando. Sobresaltada, cierro las cortinas y retrocedo.

No sé qué pensar. El fenómeno va en contra de toda mi comprensión de lo que es natural, de lo que es real... Pienso un poco... Quizá haya alguna explicación científica de por qué el árbol cambió de ubicación. Si la hay, tengo que averiguarla, de lo contrario me volveré loca.

Me siento en la mesita del comedor y abro el portátil. Nada más teclear la pregunta “¿pueden caminar los árboles?” Obtengo una respuesta sorprendente.

Originario de los bosques tropicales de América Central y del Sur, el árbol Socratea exorrhiza, también conocido como "palmera que camina", puede desplazarse de una zona sombreada a un espacio con mayor luz solar para favorecer su crecimiento. Caminar es posible porque hace crecer sus raíces en la dirección a la que quiere ir, al tiempo que provoca la muerte de las raíces que se encuentran en la posición contraria. Algunos estudios indican que el proceso dura años, otros afirman que la palmera puede moverse hasta tres centímetros al día, mientras que otros aseguran que la historia no es más que un mito.

El árbol que cambió de posición no es del mismo tipo, es más, ha caminado varios metros desde el momento en que salí de casa esta mañana, por lo que esta teoría no puede aplicarse al caso.

Sigo investigando y leo algunos artículos sobre árboles en terrenos húmedos que se deslizan junto con el suelo desde un punto más alto a otro más bajo. Esta sería una buena explicación si... el árbol en cuestión no hubiera tomado, de hecho, el camino contrario, es decir, viniera de un punto más bajo. De lo contrario, si viniera de la parte trasera, que está inclinada hacia arriba, tendría que trazar una trayectoria circular alrededor de la casa, lo que habría sido aún más asombroso. Otro elemento que no apoya esta posibilidad es el hecho de que el suelo es duro y rocoso, con poca humedad, ya que hace meses que no llueve. Además, habría observado montones de tierra esparcidos por la zona en caso de que el árbol se deslizara por la parte trasera.

Sin encontrar una explicación plausible, me voy a la cama. Quién sabe, tal vez unas buenas horas de sueño me ayuden a averiguar qué está pasando. Pero la rama araña y golpea la ventana durante toda la noche, haciéndome imposible descansar. A veces tengo la impresión de que el árbol golpea el cristal siguiendo un patrón. Empieza con tres golpecitos, se detiene un poco y luego da dos golpecitos muy rápidos.

Tap... Tap... Tap............. Tap, tap.

A veces los golpecitos no siguen ningún ritmo definido, pero eso no los hace menos desconcertantes. Intento despejar la mente, después de todo, ya no soy una niña asustada. Por otra parte, tal vez crea que he superado la experiencia de la infancia, pero todo el trauma estaba encerrado en lo más profundo de mí y por alguna razón hoy ha salido a la superficie. He oído que el cerebro reprime los traumas como forma de preservar la integridad mental. En cualquier caso, reprimir los traumas no es una buena táctica. Siempre acaban volviendo más fuertes que antes. Y aparentemente, eso es lo que me está pasando. Cuanto más lucho por controlar mi miedo y demostrarme a mí misma que los recuerdos ya no me afectan, más me consume el miedo.

Cuando los primeros rayos de sol se cuelan entre las copas de los árboles, me levanto y voy a la cocina, agradecida de que sea mi fin de semana libre, porque odio trabajar después de una noche en vela. Preparo un café cargado que bebo a pequeños sorbos, luego voy a buscar mi motosierra, decidida a cortar la inoportuna rama.

Lista para la tarea, salgo de la cabaña con paso firme, pero cuanto más me acerco, mejor veo sus ojos estilizados, abiertos y salvajes.

Mi corazón se acelera.

No me cabe duda de que está ocurriendo de nuevo. El árbol me observa, me juzga, me critica.

¡Debo acabar con él! Cortar la rama no será suficiente. Debo cortar en pedazos toda la maldita cosa.

Enciendo la motosierra y la levanto un poco, pero antes de que la hoja dentada y giratoria toque la corteza, el árbol, con un grito de guerra, me quita la sierra de las manos con sus ramas y la arroja lejos. Luego me agarra por los hombros, suspendiendo mi cuerpo sin ningún esfuerzo. El árbol me lanza. Vuelo en la distancia, cayendo entre sus hermanas.

Me duele el cuerpo de pies a cabeza. Las álamos me miran, cada ojo tiene una expresión diferente: terror, ira, abominación. Uno de ellos me agarra por los pies, me pone boca abajo y sacude mi cuerpo violentamente. Temo que los otros cometan la locura de golpearme sin piedad. Si deciden hacerlo, estoy muerta.

Sin embargo, "solo" me tiran colina abajo. Ruedo durante un buen rato, sintiendo cómo se rompen algunos huesos y también cómo me arañan y cortan la piel. Luego me golpeo contra el pavimento de la carretera.

Ya está. Recibo el memorándum. Quieren que me vaya.

No sé de dónde saco fuerzas para levantarme y arrastrar mi dolorido cuerpo por la carretera, distanciándome de los álamos. Ni siquiera miro atrás.

Nunca volveré a estas montañas. Jamás.


Versión en castellano de la autora.


Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

 

NADA PERSONAL

Claudia Isabel Lonfat

Estamos viviendo un extraño fenómeno. Hace algunos meses que no llueve y la tierra se fue agrietando. Al principio se produjo de manera imperceptible, pero no para los observadores de la naturaleza como yo.

Lo noté el día que un ciempiés se detuvo en mi camino y actuó de manera extraña; cambió de rumbo girando ciento ochenta grados. Quilópodo pero no boludo, pensé, mientras lo miraba ir hasta perderse posiblemente en su cueva, que quedaba del otro lado de la grieta. Antes de su periplo, hacia dónde quizás habría depositado los artrópodos que engulliría, o tal vez, si fuera hembra, sus huevos. De tratarse de un macho iniciaría una danza para dejar su esperma que sería retirado luego por la hembra. Por un instante, me pareció percibir sus ojos enfocados en los míos, o tal vez solo fueron esos pares primarios de patas que, en realidad, parecieran cumplir otra función. Pasaron solo unos segundos o quizás lo imaginé.

Las grietas se fueron agrandando y yo carecía de herramientas para el riego, que antes no hacían falta, bastaba la lluvia y el rocío matinal para que el césped se mantuviera verde. Ahora se veía seco en su totalidad, quemado, y los informativos ya estaban anunciando incendios por todas partes, incluso en lugares donde jamás habían ocurrido por su constante humedad. Las grietas no solo tenían un tamaño cercano a los cuatro centímetros, sino que casi podrían ser consideradas abismos para algunas especies de insectos y mamíferos pequeños.

Metí una varilla de dos metros en la misma grieta donde vi al quilópodo, y pasó de largo como si nada; eso me asustó, pero también me alarmó el hecho de ver al insecto saliendo de la grieta con una lombriz. Era imposible saber si se trataba del mismo bicho de antes, ya que son todos iguales. El espectáculo me pareció escalofriante, desconocía el comportamiento de esta especie, pero siempre se dice que son buenos para la naturaleza. No es que dudara de eso, pero lo que estaba viendo era horrible. Le clavaba ese primer par de patas y se la estaba comiendo viva. Otra vez tuve esa extraña sensación, de que el quilópodo me observaba directo a los ojos.

El pronóstico del tiempo no cambiaba, seguía sin anuncios de futuras lluvias. En los noticieros no solo se empezaban a ver imágenes apocalípticas de incendios a lo largo y ancho del país, sino de lagunas y lagos casi secos, repletos de esqueletos y de peces agónicos aleteando desesperados, abriendo sus bocas buscando una bocanada de aire, y sin la posibilidad de obtener oxígeno de un medio que no se los podía proporcionar. Incluso, las cataratas estaban sin agua; apenas hilos discontinuos de lo que alguna vez mostraba toda la potencia de la naturaleza.

Me desperté en el más absoluto silencio. No ladraban los perros, no cantaban los pájaros, ni se oían las chicharras. Desde la calle no llegaba ningún sonido. Alarmado me asomé a la ventana. Las grietas ya eran visibles de lejos. Salí desesperado y fui llamando a cada perro por su nombre, silbé, y me pareció escuchar un llanto lejano. Entré en pánico, me temblaban las manos, me dolía el estómago. Volví a entrar y me tomé dos miligramos del ansiolítico, el doble de la dosis acostumbrada durante la pandemia para aliviar mis ataques de pánico, y esperé a que bajaran las palpitaciones. No solo desaparecieron las palpitaciones, sino los temblores y el miedo de que el apocalipsis estuviera iniciándose.

El quilópodo estaba frente a mi cuando abrí los ojos. Por alguna razón que escapa a mi inteligencia observé el tamaño que había adquirido. Ahora sus patas se podían apreciar en detalle, también su cara. Le hablé.

—¿Vos sos el ciempiés con quién me crucé en la grieta? —le dije sorprendido de mi espontanea pregunta.

—Sí, soy el mismo, con algunas adaptaciones al medio, crecí bastante y puedo hablar —respondió con absoluta tranquilidad, como acostumbrado a las preguntas.

—Todavía no entiendo qué pasó —murmuré, pero me escuchó.

—Si le sirve de consuelo, no es la primera vez que pasa, seguro conoce muy bien el dicho de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

—Estoy perplejo hablando con un insecto gigante y atemorizante, tampoco creo que se parezca a Gregor Samsa, usted tiene mucha personalidad y determinación.

—Sus palabras me enaltecen aunque no sepa quién es ese Gregor —dijo moviendo algunas de sus patas.

De pronto me asaltaron varias dudas, si antes comía lombrices, ahora, con ese tamaño, ¿de qué se alimentaría? No creo que sea herbario. Tampoco que coma otros insectos; tendría que juntar de a miles para mitigar su voraz apetito.

—No se preocupe, no me comí esos animales de cuatro patas —dijo con absoluta tranquilidad—, en realidad los ayudé a salir, y créame que les hice un favor, ya que ahora podrían formar parte de mi cadena alimentaria, pero como ellos nunca intentaron comerme cuando era pequeño, yo decidí hacer lo mismo —agregó algo agitado. Y antes de que pudiera entender la situación, con su primer par de patitas, me tomo del cuello. Sentí un leve pinchazo similar al de las agujas que usan los dentistas y luego se te duerme todo—. Lo siento, tenía que elegir, y los humanos me parecen más nutritivos, sepa disculpar, no es nada personal —agregó mientras mis extremidades se relajaban hasta desplomarme bajo sus patas, que no eran cien, sino muchas menos.


Claudia Isabel Lonfat es una narradora y poeta argentina, nacida en Caseros, provincia de Buenos Aires que actualmente reside en la localidad de Tortuguitas, de la misma provincia. Participó en antologías, tanto de narrativa como de poesía géneros, nacionales e internacionales, como Grageas 3Cuentos de terrorPrimera antología de escritores de Malvinas Argentinas, Sin fronteras y muchas otras. Es una de las fundadoras del grupo “EIMA” (escritores independientes de Malvinas Argentinas) que promovió la edición de una antología local. También colaboró como columnista en un diario digital, tocando temas sociales y políticos (México). Publicó Casi un libro de cuentos en coautoría con Luis Venosa y Los nombres que me nombran (cuentos, 2023). Además está terminando otro libro de relatos breves.

QUEMADO Y CALLADO