sábado, 22 de noviembre de 2025

HOMO-SAPIENS-FEROX

Lu Evans

 Osos, leones, gorilas... ¿Qué tienen en común además de ser mamíferos peludos, grandes, fuertes y peligrosos? Apuesto a que vas a quedarte pensando y pensando, pero no vas a adivinar.

Explico. Hace alrededor de treinta años, cuando los humanos todavía jugaban a ser Dios, tuvieron una idea brillante, quiero decir, la verdad no era tan brillante. Comenzaron a "mejorar" a humanos con genes de animales, exactamente los genes de las tres especies que mencioné al inicio de esta historia.

El objetivo de esos experimentos realizados en diferentes laboratorios alrededor del mundo era crear soldados más grandes, más fuertes, rápidos, musculosos, resistentes, feroces y audaces. El experimento fue todo un éxito. De hecho, fue tan exitoso que aquellos soldados acabaron sometiendo a los científicos y los obligaron a crear más individuos de su especie y comenzaron a procrear.

Gestaciones más cortas, crecimiento acelerado, fuerza descomunal, inteligencia superior, instinto de depredador, agilidad y velocidad... Estos seres, llamados Homo-Sapiens-Ferox (cuya definición al pie de la letra es Hombre-Sabio-Salvaje), rápidamente se esparcieron por el mundo. Bien organizados e implacables, derrotaron a los enemigos sin mucha dificultad donde quiera que llegaran. Las invasiones eran brutales y rápidas y usaban nuestra tecnología a su favor.

No era un secreto para nadie lo que querían: volverse la especie dominante. Y nadie se sorprendió cuando lo lograron. A continuación, cambiaron las leyes y la estructura gubernamental. Los seres humanos, hasta entonces los señores del planeta, pasaron a ser sirvientes de aquellos a los que habían creado para servirlos. Los ferox eran vengativos y querían desquitarse por todos los años que habían vivido enjaulados en laboratorios y sometidos a los más dolorosos experimentos.

Las leyes que se habían establecido recientemente violaban los derechos humanos. No teníamos derecho a ocupar cargos de mando y las remuneraciones eran miserables; los niños no podían ir a la escuela; las manifestaciones públicas contra el gobierno eran castigadas con la muerte inmediata de los participantes; varios servicios de salud dejaron de funcionar; los viajes de avión, tren, ómnibus o barco, prohibidos; se interrumpieron las comunicaciones telefónicas y por internet; los servicios de correo, telégrafos y radio desaparecieron.

Con el pasar del tiempo, más reglas, más restricciones, más castigos severos, menos libertad. Al no recibir cualquier atención médica, los humanos oprimidos comenzaron a morir de todo tipo de enfermedades, incluso hasta de las que ya habían sido erradicadas en la mayor parte del mundo.

La cantidad de seres humanos se volvió menos que la de los ferox, las personas fueron esclavizadas, a veces, incluso, tratadas como mascotas. Y algunos años después, poseer humanos se volvió ilegal. Los ferox que mantenían a los humanos como mascotas o esclavos tuvieron que entregar sus propiedades al gobierno, que envió a las personas para reservas controladas y cercadas, campos de concentración, donde las condiciones eran precarias y la comida escasa.

Al final, las autoridades anunciaron que los humanos eran portadores de enfermedades y que tenían que ser exterminados. Se abrió una temporada de caza y los humanos eran las presas.

Todo aquello sucedió en tan solo treinta años, al fin de los cuales quedaban apenas algunos asentamientos humanos en locales remotos. Escondidas, las personas intentaron multiplicarse, pero cuando se volvían lo suficientemente numerosas como para llamar la atención, eran localizadas y exterminadas sin compasión.

Se decía que los ferox eran apreciadores de la carne humana poco cocida. En verdad, nunca fui testigo de los ferox cazando humanos para comer, pero nunca quise estar cerca para comprobarlo. Era suficiente con saber que disparaban a matar y nunca fallaban.

Un día, encontraron la aldea donde me escondía con una docena de fugitivos más. Solo cuatro escaparon del ataque. Juntos, nos adentramos más en la selva, con la intención de encontrar un lugar remoto para vivir en paz hasta el final de nuestras vidas.

Construimos una aldea nueva en el corazón de la selva amazónica, un área tan aislada que ni los ferox se molestaban en ir allá. La vida era difícil. No teníamos acceso a muchas cosas. El agua la conseguíamos en un río fangoso no muy distante. Allá también pescábamos. Cazar era un poco más difícil, pero de vez en cuando, alcanzábamos a unos monos y pájaros con pedradas. El suelo no era muy fértil, pero replantamos bananeras y mandioca que crecían en la región. Nuestras casas se parecían a las cabañas de los indios. En el verano, sufríamos con el calor; cuando llovía, quedábamos calados hasta los huesos; en el invierno, no podíamos dormir por el frío.

En un día de lluvia fuerte, desperté con un terrible presentimiento. No había nadie más en la cabaña. Me pareció extraño, pero pensé que me había quedado dormido hasta tarde y que mis compañeros estaban afuera, ocupados con las tareas del día a día.

Y estaban afuera, sí... Pero estaban todos muertos, tirados en el piso, la lluvia regaba la tierra con su sangre.

Me agarraron por el cuello. Débil por el hambre e impresionado por la muerte de mis amigos, no reaccioné.

—¿Sabes lo que eres? —preguntó el ferox con voz ronca y profunda, mostrando los colmillos.

Su apariencia era fascinante. Alto y musculoso. Su origen felino era innegable, tenía melena y cola, además de colmillos y garras. Un pelaje corto, casi dorado, tapaba las partes descubiertas de su cuerpo, y sus ojos almendrados de color ámbar relucían.

Después de examinar rápidamente la apariencia de mi captor, consideré su extraña pregunta. Claro que sabía qué y quién yo era. Sin embargo, no me atreví a hablar, y fue él, con gran satisfacción, quien respondió:

―Eres el último de tu especie. Ya no hay hembras con las que te puedas reproducir, ya no hay machos con los que te puedas juntar para intentar agredirnos. Ahora el mundo nos pertenece.

Soltándome, enderezó los hombros con altivez, giró sobre sí mismo y se fue sin mirar atrás.

A mí, el último humano en la Tierra, apenas me queda esperar por el día de mi muerte.

Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

2 comentarios:

  1. Magnífico relato, posee toda la épica de una distopía tan bien ficcionada que al leer cree uno estar visionando un futuro apocalíptico nada distante. Mis felicitaciones Lu.

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