sábado, 15 de noviembre de 2025

LA HERMANDAD OSCURA

Patricio G. Bazán

 

Todos lo conocían al tuerto loco de Lacroze y Corrientes, aún aquellos transeúntes que pasaban a su lado tratando de que no se les pegara su locura, su pobreza o, simplemente, su mugre ancestral. Era uno de los tantos infelices que se mantienen con un pie en cada mundo, saltando continuamente los límites de la impiadosa selva urbana y su propio universo personal, inútil para los depredadores, incomprensible para el resto de los animales mansos. Tal vez por rehuir el contacto con la fauna humana como hacía él, su muerte me dolió más de lo que hubiese permitido.

Todo hombre solitario cultiva con los años una serie de ritos personales, y uno de los míos era disfrutar cada tanto de un par de porciones de muzzarela con moscato en la pizzería frente al Cementerio de la Chacarita. Fue así como nos conocimos con el viejo Odín.

Ignoro si se trataba de su verdadero nombre: hablaba una mezcolanza de lunfardo, alemán, y algo que tal vez fuese noruego; una jerigonza con sabor a mares nórdicos que nunca pude pescar a la primera, pero que tampoco parecía obstaculizar nuestras charlas. No mendigaba ni daba lástima: el tipo se plantaba dignamente en la vereda a realizar sus propios ritos personales sin importarle el devenir del mundo. Dicen que las autoridades se lo llevaron detenido un par de veces, pero la verdad es que no molestaba a nadie, y no faltaba quien le acercase un plato de comida, o le tirase un par de pesos en los momentos en que se quitaba su sombrero aludo y feo, y lo dejaba en el suelo junto a su bastón de peregrino para adorar al sol. Una vez le pregunté su nombre y, después de varios intentos en las pocas lenguas comunes que conocíamos, comprendí que podía ser el de la divinidad que decía representar: Wotan. Es decir, Odín.

No es que el pobre hombre se contentara con ser un fiel seguidor del culto al dios nórdico: realmente afirmaba ser la reencarnación de Wotan, y en cada uno de nuestros demenciales encuentros aprovechaba para advertirme acerca del Ragnarök, o "Crepúsculo de los Dioses". Como el Apocalipsis cristiano, pero con menos extras y algunos efectos especiales más.

Rodeado de policías preguntándose qué sentido tenía chupar frío por causa de un indigente muerto, yacía el cuerpo de Odín sobre una pira de frazadas ennegrecidas y malolientes, aparentemente incinerado por desconocidos; tan retorcido y penoso como una figura quemada en la hoguera de San Juan. Los dos perros que a veces lo acompañaban, negros, hirsutos e incongruentes como su amo, se habían quedado para escoltarlo al Valhalla. Uno a sus pies, el otro junto a la cabeza, ambos sorprendidos por las llamas, pero fieles hasta el final. Busqué con la mirada en lo alto los cables eléctricos en busca de dos cuervos vigilantes, pero no estaban. Algo me decía que ya me los cruzaría más tarde.

Mi trabajo de hurgar en los misterios de las vidas ajenas me había vuelto una especie de paria como él, y algo de esa conexión afectiva debía reflejarse en mi cara porque uno de los policías se me acercó, quizás para matar el aburrimiento.

—¿Lo conocías al viejo?

Lo miré antes de responder, aunque ya había reconocido esa voz nasal, rasposa y taimada: Cáceres, seguramente el encargado de investigar el homicidio.

—Como usted y el resto del barrio: el loco de la Chacarita.

Con el policía nos conocíamos desde hace rato, pero nunca quise darle la mano. Un gesto respetuoso de la cabeza como máximo, pero nada de familiaridad. No siempre estábamos parados en la misma vereda de la legalidad, y dejarlo en claro era otro de mis ritos personales.

—Diría que fueron al menos dos, y que lo quemaron vivo; veremos qué dicen los peritos. Es el tercero de este mes. Si sabés algo, Rambler, no me vendría mal un poco de ayuda...

—Sabía de él lo poco que saben todos. ¿El tercer qué, indigente?

Sonrió como un lobo antes de responder:

—El tercer fanático religioso que termina muerto por el fuego. Un viejo budista, un griego barbudo y ahora éste...

A la caprichosa luz de los patrulleros, pude ver lo que habían dejado del pobre Odín. Aguzando la mirada, descubrí sobre su pecho un pedazo de madera casi carbonizado en el que habían grabado una frase que tardé en entender. Cáceres lo notó:

—"Gutan mortuus est". No te fatigues la vista, hermanito. ¿Alguna idea?

"Odín está muerto", traduje mentalmente.

—Ninguna.

Su sonrisa desapareció al instante. Sabía que yo sabía más de lo dicho, y que no pensaba trabajar gratis para él. Lo que descubriera para aclarar su muerte, lo haría por mi cuenta. Se lo debía al viejo.

—Bueno; si no sabés nada, seguí tu camino y no molestes: algunos trabajamos, aunque no lo creas...

Discrepaba con esto último, pero lo callé. Cáceres tenía que ser muy obtuso (o muy corrupto) para no ver un patrón en estas muertes. Gautama, Zeus, Wotan... Estaba relacionado con los antiguos dioses paganos.

Una sombra inquieta en el pasaje de la vereda de enfrente llamó mi atención. Puse cara de ofendido y crucé la calle cabizbajo, como un alumno reprendido. Miré hacia atrás: Cáceres le gritaba órdenes a uno de los agentes para que interceptara al móvil de un noticiero sensacionalista. Ya se había olvidado de mí.

Al entrar en el oscuro callejón junto a la estación del tren se me acercó un desconocido, con el viejo truco del pedido de lumbre para el cigarro. Lo dejé hacer: esa noche me sentía curioso.

—Gracias. Pobre tipo, ¿le dijeron algo? —preguntó. La mortecina luz de la llama reveló una cara afilada, no demasiado joven y con ojos de obsidiana. La voz calzaba perfectamente con el resto de su figura: oscura, fría, anónima.

—No mucho. Parece que andan matando cirujas.

Asintió. Todavía no sabía qué pensar de mí, aunque estábamos iguales: tampoco sabía si el tipo era un curioso, un ratero, un vecino morboso o un policía de civil.

—Como lo vi hablando con ellos... —insistió señalando a los patrulleros con un mentón afilado como la proa de un rompehielos—. ¿Policía?

—Privado, no se alarme. No me llevo tan bien con ellos como para traducirles mensajes post-mortem en latín... ¿Quiere saber algo más, Mentón? Mido 1.83, peso 85 kilos recién bañado y le rezo seguido a San Coltrane.

No le gustó mi respuesta, y no se privó de señalármelo.

—Gracioso, ¿eh?

—Y además, despierto. Rápido, por cincuenta rupias: ¿cuántas bailarinas de hula-hula tengo en el bolsillo?

Un sonido de pisadas sobre ripio me advirtió de que no estábamos solos. Algo duro sobre mi espalda lo confirmó rotundamente.

—Las preguntas las hacemos nosotros, caballero.

Una voz educada, bien modulada. Voz de mando, pero no de mandón. El tono justo y preciso, y que Dios proteja a quien lo contraríe.

Mentón aprovechó para hurgarme entre las ropas en busca de armas, documentos o bailarinas ocultas. Reconozco que lo hizo rápido: casi ni noté cuando le pasó mi cartera al Señor Educado. Leyó mis documentos un par de veces, y comenzó con su discurso.

—No nos preocupa lo que sabe, Rambler, sino lo que piensa hacer con ello. Entendió la inscripción, era amigo del muerto, y ahora anda fisgoneando. Eso es un problema...

—Ya. Tiemblo de espanto por las represalias, par de retardados. ¿Qué les importa la muerte de un pobre viejo? Y ya que estamos, ¿para quién iba el mensaje grabado en la placa?

Mister Educado lanzó un suspiro.

—Demasiadas preguntas, hermano. Una pena...

Sonó a discurso de despedida. Como esperaba lo peor, me la jugué: me abalancé sobre Mentón, derribándolo con violencia, y giré con rapidez lanzando un cross de derecha que no llegó a destino. Normalmente, esta gracia me hubiera costado la vida, pero el Señor Educado solo se limitó a esquivarlo sin dejar de apuntarme. Lo que se dice, un verdadero profesional.

—Por favor, no haga el tonto. Acompáñenos: usted sabe más de lo que dice.

El auto, tan negro y anónimo como ellos, estaba ahí nomás. Me resigné a seguir el menguado cortejo: Mentón al frente, sacudiéndose las ropas con fastidio, un servidor y el hombre de la pistola cerrando la procesión. Me invitó a entrar a la parte de atrás ("después de usted"), y cuando me acomodé sobre el mullido asiento vi que el otro ya estaba tras el volante.

El Señor Educado se instaló a mi lado luego de cerrar la puerta con la energía precisa: apenas si hizo ruido. La pistola se había quedado a vivir en su mano. Lo examiné por primera vez con detenimiento.

Rondaba una edad indeterminada entre los cincuenta y los ochenta años, cada arruga en el sitio indicado, y un aire docto y sereno más propio de un teólogo que de un frío asesino. Llevaba el cabello blanco casi al rape y el rostro perfectamente afeitado; el conjunto de sus ojos grises y la nariz afilada le daban aspecto de halcón al acecho. Pese a considerarlo peligroso, lo encontraba interesante.

Partimos en silencio, despacio, como si asistiéramos a un entierro. Rogaba que no fuese el mío.

—Bien, ya estamos más cómodos para que comience su relato —soltó.

—Más bien dirá mi confesión, Padre... —No digo que se les cayera la mandíbula, pero faltó poco. Mentón me taladraba con la mirada a través del espejo retrovisor, y mi acompañante abrió los ojos un par de milímetros más, lo que en su caso equivalía a un grito de sorpresa—. Tranquilos, no los conozco; ocurre que para un ex-monaguillo, el olor a incienso de sus ropas me estimuló la memoria. Estudié con los Jesuitas: usted me recuerda a ellos. —Quedaron en silencio. Dudaban: eso era bueno. A falta de santos, me encomendé a mi labia, y aproveché a seguir golpeando mientras durara la suerte—. Están liquidando a gente de la calle, algo normal. Sí, también soy cristiano y me parece terrible, pero ocurre tan menudo que casi a nadie parece importarle. Precisamente, es por ese acostumbramiento a la violencia cotidiana que estos tres últimos homicidios estaban destinados a pasar desapercibidos, ¿entiende? Como declarar una guerra para ocultar un cadáver. "¿Dónde esconderá el sabio una hoja cuando no hay un bosque a mano..?"

—No es usted precisamente el padre Brown...

—Ni usted Chesterton, pero es la misma historia. ¿Qué necesidad tiene la Iglesia de eliminar a unos insignificantes viejos paganos? No me diga que me perdí la fiesta de reinauguración del Santo Oficio...

No contestó enseguida. Mis pullas para desequilibrarlo le causaban el mismo efecto que un insulto a la estatua de Garibaldi. A pesar de los vidrios polarizados, podía ver que bailábamos un vals en torno al Cementerio. Se aclaró la garganta, eligiendo cuidadosamente las palabras.

—Acierta y falla en sus conclusiones, hijo. No somos "la Iglesia" como supone, sino un grupo de tareas tan secreto como anónimo, aunque servimos al mismo Jefe. Se nos conoce como "La Hermandad Oscura", y nuestro brazo tiene largo alcance. No estamos liquidando "viejos paganos", como afirma, aunque sí puedo confesarle que, más que viejos, son antiguos: tienen miles y miles de años de edad. —Fue mi turno de perder la mandíbula por el asombro—. Viejos como dioses de las religiones de la Antigüedad —continuó su discurso—. Ancestrales tiranos derrocados, viviendo en un exilio terrenal reencarnados como hombres y mujeres corrientes, desterrados del mando y la adoración de sus pueblos. ¿Quién venera hoy a Tarnos, Knum, o Tanit? ¿Dónde se reúnen los fieles para implorarle a Júpiter o Mitra? Están ahí, Rambler; esperando el momento en que sus fieles vuelvan a reclamarlos para despertar.

—"Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." —solté, sin pensarlo.

—Mateo 18:20. Buen lector de su Biblia...

—Prefiero el Dios de los Evangelios que al patotero del Antiguo Testamento.

Endureció la mirada. Había algo más que orgullo en el brillo de sus ojos.

—En esta guerra metafísica, somos soldados de un Dios colérico y victorioso: nunca lo olvide.

El cerebro me dio una vuelta en la montaña rusa. Definitivamente, mi universo se había vuelto loco. Hice un esfuerzo para preguntar: tenía la boca seca.

—Padre, debo haber entendido mal: ¿intenta decirme que esos... pordioseros sin techo que vemos a diario son, en realidad, los poderosos dioses de antaño?

Me miró con la misma expresión de lástima de un profesor tratando de explicarle la lección a un alumno especialmente idiota. Un hondo suspiro después, condescendió a contestarme:

—Milton. Soy el Hermano Milton, y el Hermano Dante —señaló al chofer, con un gesto—; lo que intento es plantar un interrogante en su cerebro, Hermano Incrédulo. ¿Jamás se preguntó sobre qué les ocurrió a todas las deidades que regían las vidas y los  destinos de los pueblos primitivos? Para ellos, sus dioses eran tan verdaderos y poderosos como Nuestro Señor. Entonces, ¿donde están? Y, por favor, no me responda que fueron nuestros misioneros con fuego y acero quienes los condenaron al ostracismo: ni persas ni romanos pudieron suprimir el culto a Yahvé. —Curiosamente, esta vez no pude responderle nada, así que prosiguió—. Imagine el siguiente escenario: Nuestro Señor –único, verdadero y eterno, como los tres presentes sabemos– está pronto a venir. Y esta vez la cosa va en serio: nada de tomar prisioneros. Los dioses depuestos fueron reales, no lo dude, y han sido derribados por Dios y sus Legiones; sus cultos, suprimidos y olvidados. Pudieron elegir entre la muerte y el destierro; los primeros, han sido borrados de la memoria humana. Los que cayeron a la Tierra persisten en la forma de mitos y leyendas folclóricas, que cada tanto resurgen débilmente como modas new age para ser reemplazados según los dictados del marketing. Y como a menudo ocurre en la política humana, los viejos adversarios nunca se quedan tranquilos: conspiran en las sombras, compran y venden voluntades, empeñados en su fantasía de volver a la gloria y el poder de antaño. Algunas fantasías son peligrosas, ¿no lo sabe? 

Tomé aire como un nadador exhausto que teme no volver a la orilla.

—Me resisto a creerlo sin más pruebas que sus palabras. —No podía aceptar tamaña tontería, pero tampoco quería expresarlo abiertamente: estos tipos realmente creían en lo que decían.

—Estacione sobre Rodney, la próxima, Dante. —El cura del mentón prominente abandonó Jorge Newbery según indicó Milton. Apagó el motor y quedamos a la espera, como tres apóstoles de un Mesías con la agenda completa. Finalmente, Milton llegó a una decisión.

—No se trata de exigir pruebas sino de creer, Hermano Tomás. Usted compartió su pan y su misericordia con un dios pagano; pero no por devoción, sino por caridad cristiana. Nada podemos reprocharle en ese sentido: obró como buen samaritano, sin dobles intenciones. Pero no se puede decir lo mismo de él: ¿Odín intentó convertirlo a su fe?

—¿A mí? Del mismo modo que me abordan los Testigos de Jehová casi a diario, sin que a ustedes se les frunza el ceño...

—Servimos al mismo Dios, aunque tengamos nuestras diferencias...

—Y lo mismo debe ocurrir con judíos y musulmanes, me figuro. Volviendo al occiso, estoy seguro de que no era el verdadero Odín. Punto. Para mí, solo era un pobre viejo loco, y que el buen Dios me juzgue. Hagan lo que quieran: estoy cansado, y quiero volver a dormir en mi propia cama.

—Precisamente, es por no creer en Odín que este ha muerto para siempre. Los dioses perduran a través de la memoria de los hombres, y cuando el último de ellos los olvide, ya no queda nada. Irónicamente, su fe –o la falta de ella– lo ha salvado. Bájese.

Esto último lo dijo luego de guardar su arma. No pude abrir la puerta de mi lado, así que tuve que esperar a que él bajara para salir. Sentía más frío que antes, aunque tal vez fuera una llama interior que moría lentamente.

—Puede irse, hermano, sin temor por su vida. No es usted un hereje, apenas si una oveja descarriada, y como tal retornará al redil. Le hemos revelado abiertamente nuestra existencia y propósitos porque después de esta noche, usted no recordará nada. Váyase a dormir, Rambler: el sueño es un sacramento, porque es un acto de fe.

Con gesto amable, me tendió la cartera, que a esta altura ya había olvidado. Estaba entrando nuevamente al auto cuando lo interrumpí con una última pregunta:

—Cuando habla del "Jefe", ¿se refiere a... al Papa?

Sonrió por primera y última vez.

—¿El Santo Padre? Ignora nuestra existencia. No hermano; apunte más arriba...

Partieron en silencio, mientras yo miraba hacia el cielo como un tonto de pueblo, hasta que me dio tortícolis.

¿Más arriba? No podía ser. ¿Un dios mafioso que decide eliminar la competencia? No me estaban pidiendo un salto de fe, sino un salto al vacío. "Don Corleone nuestro que estás en los cielos, que parezca un accidente"...

Como soy un fisgón sin remedio, volví a donde comenzó esta historia: Lacroze, entre Corrientes y Forest. Ahora quedaban pocos transeúntes, algunos policías y el furgón de la Policía Científica. También estaba Cáceres, naturalmente, y cuando me vio esbozó una especie de gesto que intentó pasar por guiño cómplice, pero que a esta altura me pareció una mueca de gárgola. Bueno, el largo brazo de la Hermandad Oscura también llegaba hasta un policía que no era tan obtuso, después de todo: solo un poquitín corrupto.

—Adiós, viejo Odín: descansa en paz, amigo —susurré al viento, mientras me persignaba. Casi al instante, el cuerpo comenzó a resquebrajarse, muy rápido, como aplastado por un pie gigantesco. Los peritos se quedaron de piedra al verlo, las cámaras fotográficas inmóviles en el aire gélido de la madrugada. Nada había que retratar, ni muestras que tomar, ni testigos que prestaran declaración: un fuerte viento estaba esparciendo las cenizas de una momia negra y reseca, y pronto comenzarían a preguntarse, como lo haría yo después, qué demonios estábamos haciendo ahí, chupando frío a las tres de la mañana como pavotes, a metros de la Chacarita, persiguiendo fantasmas en la fría Noche de San Juan.

Patricio Guillermo Bazán es un escritor e ilustrador argentino nacido en 1965. Entre sus obras de ficción inéditas se incluyen Panoplia (cuentos), la novela El tapado y el león, y varias obras de teatro. Ha publicado ficciones breves en todos los blogs del colectivo Heliconia y algunas de sus microficciones aparecieron en las antologías Grageas 3 y Cien páginas de amor, mientras que cuentos más extensos han sido seleccionados para Espacio austral (antología de cuentos de ficción especulativa chileno argentina) y Extremos, una compilación análoga, pero en este caso formada por ficciones de escritores de México y Argentina. Actualmente está un poco alejado de la literatura, mientras desarrolla su faceta actoral. 

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