viernes, 14 de noviembre de 2025

LAS AVENTURADAS ANDANZAS DE SATURNINO COLAGATUNA. ANÉCDOTAS, SÁTIRAS Y LEYENDAS DE UN MAMÍFERO EXCEPCIONAL

Carmina Shapiro

 

Si alguien quisiera entender qué es el orgullo, debería buscar los medios para acercarse a los engalanados dominios de Colagatuna. Saturnino “Zarpas” Colagatuna era una criatura formidable. Tal era su temple y su presencia que ni aunque lo hubiera querido podría haber convertido ese orgullo en una ofensa para los demás. Su magnificencia no le requería ningún esfuerzo, le era tan natural como lo son las branquias a un pez. No es de extrañar que siempre estuviera rodeado de semejante aura de misticismo, idolatría y leyenda.

El apodo “Zarpas” se había unido a su sombra luego de un violento enfrentamiento con la mastina de doña Susana. Persiguiendo una mariposa, embobado con ese aleteo colorido que tomaba direcciones inesperadas e impredecibles, hipnotizantes para alguien como él, había terminado acorralado en los jardines traseros de aquel dominio aledaño. Osa, la mastina de doña Susana, detectó al instante la presencia extraña y no tardó ni un respiro en arremeter hacia ella. Colagatuna, tomado por sorpresa, quiso esconderse volviéndose un pequeño ovillo, pero la perra no perdió el tiempo; archiconocidas eran sus ínfulas protectoras del territorio.

Quienes andaban por ahí se detuvieron expectantes y alarmados a presenciar los hechos, no pudiendo creer que la existencia de Colagatuna fuera a alcanzar un final tan mundano. Pero la grandeza siempre encuentra un camino y quién podría creer que el orgullo se quede sin recursos. Saturnino Colagatuna tenía espíritu de acero y ese día demostró que sus zarpas eran del mismo temple. Arrinconado entre macetas de romero y lavanda, la perra ya le había tarasconeado un pedazo de oreja y con un manotazo lo había estampado contra el rincón, mientras Colagatuna se escabullía para subir de nivel. Osa se aprestaba a embestir nuevamente con las fauces abiertas en plenitud, cuando, inflando el pecho e irguiéndose en todo su ser, Colagatuna arremetió arañando ojos, lengua, hocico y cabeza. La perra se sacudió al ritmo de aquella danza de espadas, mientras nuestro amigo se apoyaba sobre el cuerpo perruno para saltar fuera de su alcance, lastimándose el pellejo entre las plantas. La cosa no duró más de un minuto, pero este acontecimiento le valió el respeto y la admiración popular.

El hijo de la dueña de Osa había salido rápidamente a ver qué pasaba apenas sintió los gruñidos y el movimiento de los cuerpos. Había llamado a la perra preocupado cuando vio las salpicaduras de sangre en el piso, y clavó una mirada fulminante a Colagatuna cuya figura se empequeñecía en retirada. Osa seguramente recibió una buena dosis de antibióticos y tal vez alguna sutura, pero siguió guardiana y altanera patrullando el perímetro de sus jardines. Sin embargo, la magia del boca en boca magnificó y coloreó profusamente el relato de los hechos. Que Colagatuna y Osa se habían trenzado por largos minutos en un combate cuerpo a cuerpo. Que el loco Saturnino casi había desfallecido y con sus últimas energías había logrado escapar, sin honra y con la dignidad maltrecha. Que por increíble que fuera, Colagatuna había duplicado… ¡no, triplicado! su tamaño, como nadie nunca jamás había hecho antes que él. Que en realidad no había habido enfrentamiento y Colagatuna se había escondido cobardemente a la espera de un momento de distracción de Osa para huir con el rabo entre las patas. Que de verdad verdadera Saturnino había sacado unas zarpas de metal puro, sólido y afilado, ante la vista de las cuales la perra no tuvo nada que hacer y perdió toda esperanza. Que nadie había vuelto a ver a Osa, que el hijo de la dueña había salido a los jardines a pasar revista a la cuadrúpeda ante tanto griterío, y que maldiciendo todo el camino, sin desayunar ni tomar siquiera un café, y apestando a sudor había llorado manchándose las manos de sangre pero sin tocar el cuerpo de la muerta… ¿Muerta? Un sinfín de historias se tejieron alrededor del orgulloso y fuerte Colagatuna. Porque su hazaña no habrá sido más que el único accionar posible en esas circunstancias, pero nadie podía negar que Saturnino era fuerte y no se dejaba amedrentar con facilidad.

Después de eso, “el Gran Zarpas” estuvo cuatro días sin moverse, durmiendo, recomponiendo fisuras y moretones, comiendo apenas lo necesario, tumbado en la tibieza de sus frazadas. Es claro, y se nos presenta como una verdad ciertísima y evidente, que Colagatuna nunca debiera haber abandonado sus dominios, pero ¿qué sería de un caballero sin andanzas extraordinarias? Colagatuna y todos los que son como él saben que no se pueden negar los instintos.

Recuperado, él mismo pensó en el valor histórico y pedagógico que tenían sus aventuras y quiso escribir sus propias memorias. Lo intentó varias veces, incluso con ayuda de editores de mentalidad brillante y una apasionada sensibilidad a los devenires de su existencia. Pero siempre, indefectiblemente siempre, el resultado fue un libro obtuso, un texto sin sentido. Colagatuna tuvo que contentarse con convencer a sus fieles y allegados de que no cesaran nunca de contar su historia y cualquier anécdota compartida que tuvieran, a los más pequeños. Saturnino Colagatuna estaba seguro de que la Historia del Mundo no se olvidaría nunca de él.

Se nos perdonará que avancemos y retrocedamos en el tiempo de una manera tan aleatoria, pero la exactitud cronológica se nos desdibuja en los ecos del tiempo. Se nos ha vuelto imposible recolectar evidencias que ordenen con sentido los asuntos. Incluso por momentos parece que Colgatuna vivió tres vidas y no una… Con dificultades hemos podido colegir razonablemente que Colagatuna murió en un accidente automovilístico mientras perseguía a uno que se había colado intruso en sus dominios. Los comentarios recogidos de sus incansables seguidores vierten opiniones claras y definitivas sobre la necesidad y el significado de las lágrimas derramadas en el emotivo funeral. ¿Qué podríamos alegar? ¿Podría haber tenido una muerte distinta, más clama, más apacible y amorosa, rodeado de sus seres queridos? Seguramente que sí. Pero… ¿cómo cabría esperar un accionar tan alejado de su espíritu y su magnificencia? No hay que olvidar que también podría haber sufrido un final mil veces peor… A fin de cuentas, una muerte ignominiosa y pública es sin duda menos horrible para un condenado a convertirse en leyenda.

Carmina Shapiro nació y vive en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina. Estudió (y sigue estudiando) Filosofía, es profesora e investigadora. Parte de su trabajo es dedicarse a la escritura académica. Después de varios años, volvió a la escritura creativa y sin fines predeterminados. En 2019 recibió una mención destacada en la segunda edición del Concurso de Relatos Filosóficos del Club de Escritura Fuentetaja con su relato “Ocupaciones inmundas”. Sueña con escribir cuentos infantiles y hacer algo de periodismo.

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