Julio Estefan
Se escucharon tres golpes en la puerta de calle. Tía
Nico respondió con un grito desde su cuarto y comenzó a andar lentamente hacia
la puerta. Volvieron a golpear.
—¡Ya
va... ya va! — rezongó mientras bajaba el picaporte.
—¿Se encuentra el
maestro Parménides Elea? — tosió una voz gravemente forzada.
—Aquí no vive
ningún Elías —dijo Tía Nico.
—No, señora.
Parménides Elea, el maestro espiritista —insistió
la voz grave.
—¡Váyase...!
¡Fuera! ¡Fuera de aquí! —gritó Tía Nico enojada y cerró dando un portazo.
Volvía a la pieza murmurando su rabia cuando en la puerta se escucharon
nuevamente los golpes.
—¡Voy yo! — le
grité desde mi cuarto, antes de que pudiera volver sobre sus pasos.
—¡Por favor,
Julio! —advirtió—. No quiero cosas raras en mi casa...
—No, tía, son
unos compañeros de la Facultad que sólo quieren molestarla.
Salí a la vereda y encontré a Miguel y al Rafa
matándose de risa.
—¡Che, son locos
ustedes! ¡Cómo le hacen esas bromas a la tía, si ya saben cómo es...!
Teníamos que
prepararnos para un parcial de Física I, todavía lo recuerdo claramente:
comenzamos a estudiar un práctico sobre el movimiento de la luna y los astros.
Nos metimos en mi pieza y en el tema. Cada uno brindó su hipótesis, la
discutimos, elaboramos nuevas interpretaciones y nos fuimos por las ramas hasta
bien entrada la noche.
Entonces oímos a
Tía Nico ir y venir por el pasillo, tosiendo y haciendo ruido. Dándonos a
entender que ya era tarde.
Cuando se fueron
mis amigos, me encaró.
—¡Eso que ustedes
hacen no me gusta! Cuando vengan tus padres les voy a decir que te busquen otro
lugar. No quiero en mi casa a personas como vos. Esta es una casa decente. ¡Qué
tienen que venir con espiritismo y brujerías acá! ¡No señor!
—Pero tía, si
sólo estábamos estudiando...
—¡No, no y no!
¡No te quiero en mi casa y punto!
No había caso. Cuando se cerraba de esa forma nadie
podía hacerla cambiar de idea. Supuse que al otro día se olvidaría del asunto,
como sucedía con tantas otras cosas... Al menos eso pensé aquella noche.
A pesar de su
esclerosis, cada día más acentuada, Tía Nico nunca dejó de creer que yo en
verdad estudiaba espiritismo o magia negra. A partir de entonces me convertí en
la razón de todos sus males.
Tía Nico vivía de su pensión en un amplio sentido de
la palabra: era jubilada y alojaba estudiantes en su casa. Se llamaba Nicolasa
Zavaleta Gaitán pero prefería que le dijéramos Tía Nico y debo reconocer que
con gusto la llamábamos “tía”. Sentíamos un gran afecto por esa diminuta mujer,
bondadosa y sola.
Tenía una única
obsesión: los rompecabezas. Con paciencia envidiable colocaba las piezas, una a
una, durante meses, hasta acabar cuadros inmensos que luego hacía enmarcar y
colocar en la casa.
Aquel día del incidente espiritista había comprado un
nuevo rompecabezas. Una caja amarilla y misteriosa, con letras rojas y grandes.
Tía Nico preparó
una mesa en su dormitorio y dejó sobre ella la caja. Por la noche comenzó a
armarlo. Por primera vez, guardó en estricto secreto su pasión, sin mostrar a
nadie el motivo del rompecabezas.
En los subsiguientes días la noté más nerviosa, más
que de costumbre. Creí que seguía disgustada conmigo por la broma de mis amigos
y no me animé a preguntar qué le pasaba.
Cada noche
escuchaba a Tía Nico hablar en voz baja en el dormitorio, dedicando varias
horas de sueño a su afición.
Finalmente no
pude con mi curiosidad: entré a su cuarto y fui directamente hasta la mesa.
Allí estaba el rompecabezas, parcialmente armado e inerte bajo la luz de la
lámpara. Me acerqué, lentamente, y miré la figura, sorprendido e incrédulo.
¡Aquella era una
imagen exacta del cuarto de la tía! Cada detalle se correspondía en el cuadro
parcial sobre la mesa: la cama, la mesita de luz, el ropero, la luna del
espejo, la mesa y la lámpara. ¡Tía Nico también estaba allí, inclinada sobre el
tablero, completando el rompecabezas!
Tomé un puñado de
piezas y un frío inesperado me puso la piel de gallina. En ese momento entró la
tía.
—¡Salga
inmediatamente de mi dormitorio! ¡Fuera! ¡Brujo del demonio! —gritaba mientras
esgrimía un crucifijo de madera como si fuera un escudo.
Sorprendido in
fraganti, solté las piezas sobre la mesa. Tía Nico continuó vociferando por
un rato, al tiempo que yo entraba en mi cuarto y me metía en la cama.
A pesar de las colchas sentía un escalofrío en todo el
cuerpo. Esa noche me dormí muy tarde, acurrucado como un niño, tratando de
olvidar esa imagen insólita, imposible.
Me desperté sobresaltado y bañado en
sudor. La quietud de la casa era inusual. Tía Nico solía levantarse muy
temprano para hacer las compras y por lo general el ruido que hacía me
despertaba a tiempo para ir a la Facultad. Eran más de las 10 de la mañana y la
casa continuaba en silencio.
Me levanté
cansado como si toda la noche la hubiese pasado en vela, con la boca seca y
amarga y el cuerpo dolorido. Recordaba el incidente de la noche anterior muy
vagamente, como si hubiese ocurrido mucho tiempo atrás, o sólo hubiese sido un
sueño.
La puerta del
dormitorio de Tía Nico estaba cerrada. Dudé un instante antes de entrar pero
debía constatar lo que creía haber visto.
La habitación se
encontraba a oscuras, con una pesada cortina sobre la ventana. Cuando mis ojos
se acostumbraron a la penumbra, distinguí el contorno de la cama, el ropero y
la mesa donde estaba el rompecabezas. Fui hasta ella y encendí la lámpara.
El cuadro ya
había sido armado. La imagen era la misma: el cuarto de la tía. En la ventana
se veían dos ojos gatunos que me hicieron recordar los viejos dibujos de los
libros de terror que leía en mi infancia. En el centro de la imagen Tía Nico
seguía armando su eterno rompecabezas.
Miré fijamente la
escena y la tía me llamó la atención: ¡Desde allí, me miraba enojada!
Increpándome con su dedo en alto parecía que gritaba. Me incliné cuanto pude
sobre ella pero nada escuché. Era sólo un gesto que de tan repetido se había
hecho carne en su cara.
Dejé todo como
estaba, apagué la lámpara y salí de aquel cuarto. Al cerrar la puerta ya no
pude evitar escucharla.
—¡Brujo...! —Así
me llamaba.
Julio Ricardo Estefan nació en 1963,
en Monte Buey, Marcos Juárez, provincia de Córdoba. Vivió en Aguilares,
provincia de Tucumán, y desde 1981, está radicado en San Miguel de Tucumán. Es
Profesor en Física y Especialista en Educación Superior y TIC. Durante 2008
publicó sus trabajos en la revista Ñ (Buenos Aires), La Buhardilla de
Papel (Rosario) y en los blogs de literatura: Químicamente impuro, Breves
no tan breves, Ráfagas y parpadeos, Poesía de Tucumán, Alpialdelapalabra, Poetas Siglo XXI Antología
mundial, entre otros. Participó en las antologías: Monoambientes (2008), Velas
al viento (2010), Fervor de Tucumán
(2010), Brevedades (2013), El mundo de papel (2014), Grageas 3 (2014) y Cien páginas de amor (2015). Publicó La excepción a la regla (2009), Juegos
de Superhéroes (2010), La señal
inválida (2011) y La torre de papel
(2013). Algunos de sus poemas han sido publicados en diversas antologías, entre
ellas: Reñidero (2012) y Antología Federal de Poesía (2017). Es
editor de La aguja de Buffon ediciones y miembro fundador de la Asociación
Literaria “Dr. David Lagmanovich”.

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