Sergio
Gaut vel Hartman
Fyódor Dostoievski levantó la vista del papel. La lámpara chisporroteaba, el aire olía a tinta y a duda. Había escrito una frase, pero no estaba seguro de su eficacia.
“Se inclinó sobre el cadáver para
examinarlo de cerca y observó que tenía el cráneo abierto. Iba a tocarlo con el
dedo, pero cambió de opinión.”
Frunció el ceño. No, se dijo, esta
vacilación es inadecuada. Tal vez otro tono, otra respiración.
“Se inclinó sobre el cadáver con un
gesto fatigado, como quien se inclina sobre la miseria del alma. El cráneo,
abierto como un libro roto, exhalaba un silencio que lo acusaba.”
Demasiado solemne. Movió la cabeza
de un lado a otro, disgustado consigo mismo. ¿Por qué no puedo lograr algo más
potente? ¿Cómo lo escribiría Émile Zola?
“Se inclinó sobre el cadáver, donde
el aire se espesaba con el olor del hierro y la podredumbre. La masa encefálica
palpitaba aún, un manjar tibio y triste de la condición humana.”
No, demasiado Zola. ¿Y si
Baudelaire hubiera escrito prosa, sería algo como esto?
“Se inclinó sobre el cadáver con la
languidez de un santo corrompido. La sangre era un rubí entibiado, y el cráneo,
una copa donde reposaba el sueño último del pensamiento.”
Demasiado musical… y afeminado, o el
modo en que un afeminado trataría de pasar por varonil. Definitivamente, no.
Volvió a tomar la pluma.
“Se inclinó sobre el cadáver que
era también su espejo. El cráneo se abría como una flor de medianoche, y de sus
pétalos manaba un canto en el idioma de las neuronas.”
¿Breton? ¿Quién es Bretón?
¡Imposible! André Bretón aún no ha nacido. ¿Será esto una emanación del futuro?
¡Supercherías! Yo no creo en esas cosas.
Veamos algo más minimalista.
“Se inclinó. Cráneo abierto. Pensó
en morder.”
Demasiado frío, demasiado
sintético. No es mi estilo, en absoluto. Apoyó la frente sobre la mano. Quizá
un tono más oscuro. Probemos.
“Se inclinó sobre el cadáver con el
temblor reverente del profanador. La luna, cómplice, derramaba su luz sobre el
cráneo hendiendo la carne muerta. En aquel hueco insondable creyó oír el eco de
su propia culpa.”
No, demasiado Poe. Leí a Poe con
interés, pero no tenemos nada que ver. Él era alcohólico y yo solo tengo
pequeñas adicciones como el café, el tabaco, el juego y la epilepsia, si
considero que la epilepsia es un vicio. No obstante, puedo buscar algo más seco
y directo en esa zona. Veamos esto.
“Se inclinó sobre el cadáver con la
precisión de un detective. Tomó nota del ángulo del golpe, del brillo húmedo
del cerebro. Algo en esa escena le resultaba… delicioso.”
Demasiado irónico. No cuadra con mi
estilo. ¿Y esto?
“Se inclinó sobre el cadáver y
comprendió que aquel cuerpo, abierto como una pregunta, era el espejo de su
propia inanidad. No era horror lo que sentía, sino hambre.”
Demasiado adelantado a mi tiempo.
¿Escribirán así los autores del futuro? ¡Qué porquería! ¿Será posible que no
logre afinar mi escritura para describir como se debe el asesinato de la
usurera?
“Se inclinó sobre el cadáver, pero
antes miró a cámara. El cráneo abierto era una elipsis. El narrador, un
asesino. El lector, cómplice.”
¿Y esto? ¿Me estaré volviendo loco?
¿Será el preludio de un nuevo ataque o es demasiado lúcido para mi mente
atormentada por la culpa?
Encendió una vela. La llama
oscilaba como una idea a punto de nacer. Tal vez debiera probar con un sesgo poético.
“Se inclinó sobre el cadáver como
quien se asoma al pozo del alma. Del cráneo, flor pálida, brotaba un perfume de
recuerdos. El aire tembló ante lo vivo que aún latía en lo muerto.”
Demasiado hermoso para un crimen.
No me sirve. Podría intentar como lo hará Ionesco.
(En escena: un cadáver. Entra Dostoievski disfrazado
de Rodión Románovich Raskólnikov.)
DOSTOIEVSKI: ¿Escribir o morder?
CADÁVER: Todos los escritores
muerden algo.
(Oscuridad. Sonido húmedo.)
Demasiado teatral. Y absurdo,
claro. ¿Soy un escritor absurdo? ¡Dios no lo quiera!
Probemos de este otro modo.
“Se inclinó sobre el cadáver y el
cráneo se abrió solo, como una fruta madura. Dentro latía un pequeño ángel que
recitaba sus pecados.”
Demasiado angelical. Ese no soy yo.
¿Será posible que esté naufragando en un simple párrafo? Sé que es crucial,
pero no puede costarme tanto…
Suspiró. Había pasado por todas las
formas, todas las máscaras.
El escritor, pensó, es un asesino
que mata las versiones falsas de su historia hasta que queda solo el cadáver
verdadero.
Entonces, con el pulso tranquilo,
escribió la frase que ya no necesitaba estilo, porque era la suya, definitiva,
inevitable:
“Se inclinó sobre el cadáver,
acercó los labios al cráneo abierto y sintió un irresistible deseo de hincar
los dientes en aquella masa gris.”
—¡Magnífico! —exclamó—. Y ya sé
cómo se llamará mi novela: Raskólnikov, el zombie.
Sergio Gaut vel Hartman nació en Buenos Aires el 28 de septiembre de 1947. Es un escritor, editor y antólogo. Inició su carrera literaria en 1970, publicando en la revista española Nueva Dimensión. En Argentina, fue parte del equipo de la revista El Péndulo y fundó el fanzine Sinergia. Su primer libro de cuentos, Cuerpos descartables, fue publicado en 1985 por Ediciones Minotauro. Ha sido finalista del Premio Minotauro 2005 con su novela El juego del tiempo, y del Premio UPC por su novela corta Otro dios caprichoso. Creó y coordina el TALLER 9 de escritura creativa y este blog, MICROFICCIONES Y CUENTOS.

Atrapante! No lo puede escribir un improvisado. Me mandaste a investigar con curiosidad y me pregunto, en este momento, dónde estará mi ?"Crimen y castigo" que todavía no leí y duerme en mi biblioteca. Gracias, Sergio!
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