lunes, 17 de noviembre de 2025

LA TRÁGICA EPIFANÍA DEL PROFESOR REBBINGER

Víctor Lowenstein

 

Frente a la mesa de trabajo de su laboratorio, el profesor Elías Rebbinger contemplaba la culminación de su obra con un sentimiento de extasío en todo su ser y con las manos aferradas al bastón que sostenía la débil humanidad, pues Rebbinger era viejo ya; había dedicado toda su vida a sus investigaciones y descubrimientos. El resultado de tantos esfuerzos estaba ante sus ojos: las bobinas transformadoras con el cable a tierra por debajo, y por encima de ellas la cámara de resonancia conectada a un mástil que sobrepasaba el techo, donde se convertía en una sofisticada antena para recolectar energía de la atmósfera.

  Lo que contemplaba eran cincuenta años de denuedos, sudor y lágrimas, sin apoyos académicos ni subvención alguna, desde una comunidad científica que siempre había renegado de su heterodoxia, una virtud que eran incapaces de comprender desde su cerrado dogmatismo. A Rebbinger no le importaba demasiado; era un científico por encima de todo. La ciencia era su credo, sin exagerar. A menudo, en medio de una investigación o más ordinariamente, al finalizarla, sufría una visión o epifanía que venía desde lo alto para iluminarlo sobre alguna cuestión relativa a los aspectos más sutiles de aquello que lo venía desvelando desde el principio de su estudio. Luego de recibir esa divina (así lo entendía el profesor) intelección desde dimensiones inefables, el hombre de ciencia –y de fe– se hincaba apoyado en su bastón y agradecía al creador por otorgarle la gracia de su sabiduría. 

Y es que la razón principal de los afanes del profesor era ante todo humanitaria. Veía una sociedad que sufría los arrebatos de su propia ignorancia, bien manipulada por la eterna codicia de sus gobernantes. Veía un mundo devastado por el uso irracional de los recursos naturales en un camino sin retorno que la humanidad transitaba a prisa y sin conciencia de su irreflexiva autodestrucción. Y se veía a sí mismo como un hombre de ciencia que debía hacer su aporte para frenar tanto caos, contribuir desde su saber a una reinvención de esa sociedad enferma de la que formaba parte. Desde esa posición, había concentrado todos los esfuerzos de una vida, desde que era muy joven, para hallar una forma de energía limpia que reemplazara la quema de combustibles con su correspondiente contaminación. Una energía universal y gratuita que permitiría a todo el mundo liberarse del trabajo esclavo y florecer espiritualmente hacia una civilización que mereciera tal nombre.

Esa energía era la electricidad, pero no de la forma en que se utilizaba. Era cara, insegura y no había podido reemplazar el uso del petróleo y los hidrocarburos. Algo en esa maravillosa energía debía ser transformado para ser llevada a su máxima expresión. Aquella fuente guardaba secretos que debían ser descifrados aún. La desconocida que se ha dejado vencer sin desenmascarar, la fuerza misteriosa y cautiva, la inasequible aprisionada por nuestras manos, el rayo dócil encerrado en una botella y distribuido luego por los innumerables hilos que, formando una red, envuelven la tierra, la electricidad, prestaría su fuerza y su ayuda en todas partes donde haga falta: en las casas, en las habitaciones, en el hogar, donde el padre, la madre y los hijos vivirán sin separarse. No es un sueño. La maquinaria feroz que muele en las fábricas las carnes y las almas, será doméstica, íntima y familiar; pero de nada servirá que las garruchas, los engranajes, las bielas, las manivelas, las excéntricas y los volantes se humanicen si los hombres conservan su corazón de hierro.

En efecto, Rebbinger se sintió compelido desde su temprana juventud a ser quien descifrara los enigmas de esa fuerza indomable, hasta consumar el prodigio de arrebatarle los secretos a la desconocida que se dejaba vencer sin ser desenmascarada, para brindarla a una humanidad embrutecida por el trabajo esclavo.

Era la fuerza inasible del éter, la que sabe ocultarse entre los electrones guardando esa chispa sagrada de luz infinita. Y el sol, el mítico padre de la vida en la tierra emana rayos cósmicos cargados de esas chispas. A Rebbinger le tocó el honor de conocer los secretos que le permitieron recoger esas cargas estáticas de la atmósfera para convertirlas en energía limpia, libre, universal. La electricidad en su genuina forma, el secreto revelado, estaba casi listo para ser obsequiado ¡por sus manos! a sus semejantes, en un acto de filantropía que lo definía como humano.

Se acercó más a la mesa y acarició con dedos trémulos la broncínea cámara de resonancia, los conductores y la base de la poderosa antena externa. Le costaba reconocerse como el hombre que estaba a punto de cambiar el rumbo de la historia. No obstante, sabía el papel que le tocaba jugar en la comedia humana de su tiempo; efectuar el giro hacia la evolución de su misma especie, y era un paso inevitable que la ciencia estaba destinada a dar un día, fuera él u otra mente brillante. Cuántas veces osó declarar a viva voz ¡voglio fare miracoli! replicando al mismo Da Vinci. Ahora le tocaba a él, Elías Rebbinger, ser el nuevo Leonardo, el nuevo Marconi y el nuevo Tesla que podía no sólo ver el milagro ante sus ojos sino accionarlo a fin de rotar el gozne de la realidad conocida hacia otra, inefable y bienaventurada.

Podía conjeturar e imaginar a esa nueva humanidad. Gente feliz, caminando por ciudades iluminadas por energías libres, respirando aire puro y dedicada a aprendizajes espirituales y conquistas más allá de todo lo material. El delirio de un loco o de un visionario.

Pero los sueños del profesor solían adolecer de despertares ingratos. A menudo, observando los danzantes fluidos eléctricos dentro de sus generadores electromagnéticos, le daba por pensar qué pasaría si sus hallazgos llegaban a caer en las manos equivocadas. Procuraba alejar de sí esos pensamientos, enfocado en el futuro y el bien de la ciencia.

Esta vez no pudo hacerlo. Su corazón comenzó a palpitar más deprisa. Miró su mesa de trabajo, pero los objetos se desdibujaban ante sus ojos que apenas vislumbraban formas borrosas. Conocía esos síntomas, nunca tan fuertes, por lo que sus manos soltaron el bastón y buscaron la silla en que se dejó caer pesadamente. A continuación, un zumbido le llenó los oídos y perdió contacto con la realidad circundante.

Estaba sucediendo otra vez. Era una Epifanía, que venía a comunicarle un mensaje desde lo desconocido. Jadeando, Elías Rebbinger presenció un drama que podría ocurrir a partir de todo aquello por lo que había luchado una vida entera.

Vio sus peores conjeturas volverse realidad. A punto de cumplir su sueño dorado, la providencia venía a avisarle que podía estar dando un paso fatídico para la humanidad que amaba. Sus viejos temores no eran sino formas en que su conciencia se anticipaba a una realidad indeseada.

Se vio a sí mismo recibiendo condecoraciones y reverencias de aquellos que lo habían despreciado desde siempre. Y a su invento encumbrarse como el hallazgo científico del siglo. Un logro que podía no tener retorno si avanzaba en la dirección equivocada. Luego estaban los monopolios que ofrecían un precio por las patentes, y tras aplastantes coerciones acababan fijando un monto razonable a sus intereses. Se vio reducido a dar conferencias y escribir artículos que pasaban por censura académica antes de ser publicados. Un Rebbinger exitoso y asustado se enteraba de que las patentes pasaban a dominio de la inteligencia militar deseosa de convertir su energía libre en combustible de barcos y aviones de guerra…

El mundo no cambiaría como imaginaba el profesor. El mundo tenía sus propias reglas y un lugar en las sombras para subversivos del orden secular que mantiene el mundo tal como está y seguirá estando hasta su culminación. Y mejor que lo aceptase, pues el poder no tolera bien a los disidentes.

Emergió del trance con síntomas de ahogo, inhalando con toda su fuerza el aire que sus pulmones parecían necesitar desesperadamente. Entendía a la perfección lo que acababa de vivenciar, por lo que no tardó en recuperarse. Se le había advertido y prevenido que el fruto de sus labores iba a ser envenenado, y que debía salvarse al precio de enterrar su sueño en las cenizas. Consciente del desenlace dramático que los hechos podían tomar, y de la pérdida que estaba por afrontar, Rebbinger buscó a tientas el bastón en el suelo, lo recogió y con firmeza se incorporó y avanzó unos pasos hacia su mesa de trabajo.

Con decisión, elevó el bastón por encima de su cabeza y descargó un golpe brutal sobre la campana que contenía las bobinas. Resonó anunciando una suerte de juicio final, con un juez que continuó una andanada de golpes que destrozaron cámara, bobinas, cables y todo lo que cayó de la mesa, incluyendo la base de la antena, precipitada desde el techo hasta el piso en una nube de polvo y trizas. Incrédulo ante su propio vigor, El profesor finalizó la destrucción pisoteando cada pieza que había armado con sus propias manos, sin lamentarlo. Algún día su sueño se haría realidad, pero no era él el elegido para regalarlo a un mundo gobernado por necios.

Finalmente, Elías Rebbinger dejó caer el bastón al piso, se arrodilló y agradeció al altísimo y todos sus ángeles el privilegio de haber recibido una admonición divina. Largo rato permaneció así, meditando en silencio la tragedia y revelación puesta sobre su vida como un aprendizaje fatal pero necesario. Hasta que el dolor en las rodillas lo sacó del ensimismamiento. Se irguió, respiró profundamente sintiendo un alivio que no esperaba experimentar, la sensación de que lo único importante era lo aprendido, más allá de cualquier sacrificio. Esa noche y las que siguieron durmió muy bien, y vivió con la paz que los sabios conocen por gracia divina.    

Víctor Lowenstein nació en Buenos Aires, Argentina, el 19 de enero de 1967. Escritor. Autor de seis libros de cuentos fantásticos. Dos menciones de honor de la Sociedad Argentina de escritores (S.A.D.E) y primero y segundo premio género cuento concursos “Siembra de letras” y antologías “Soles de América”.  Participación en más de veinticinco antologías y una docena de revistas digitales. Escribe textos ficcionales, horror, weird,  y ensayos sobre literatura moderna. Algunos de sus libros son: Paternóster, novela corta, 2014 y Artaud el anarquista, 2015.

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