Lu
Evans
Siempre tengo que pasar por una
calle comercial cuando llego a casa del trabajo por la noche. Como las tiendas
están cerradas, la calle está lo más desierta que puedas imaginar. Y apretado
entre dos edificios desocupados al final de la calle, hay un terreno baldío,
estrecho, oscuro, embarrado, lleno de basura y maloliente. Su existencia me
pone aprensivo y ni siquiera miro en aquella dirección. Por tonto que parezca,
tengo miedo de que una criatura monstruosa salte de allí y me clave los dientes
en el cuello. Sé que es infantil de mi parte, pero incluso hablé de eso con mi
médico, quien me dijo para enfrentar mi miedo hasta controlarlo, lo que
significaba enfrentarme al callejón todas las noches. Así lo hago, pero en
ningún momento el callejón dejó de ser menos terrorífico.
Sin embargo, esta noche, noto luces
y voces que vienen de allí y, a medida que me acerco, también escucho música y
risas.
Me detengo frente al callejón y no
veo barro, basura ni oscuridad. No sólo el suelo está limpio, sino que en toda
su longitud hay una plataforma alta, suspendida del suelo y revestida de
madera. Hay amplios jarrones con arbolitos decorados con luces y mesas redondas
alineadas a ambos lados, dejando un pasillo que conduce al pequeño escenario
donde un cantante canta y toca la guitarra. Por una puerta lateral cerca del
escenario entra un camarero sonriente con una bandeja y sirve bebidas y
bocadillos en cada mesa. Me doy cuenta de que no hay techo y eso, en mi
opinión, es un problema, porque aquí llueve casi todos los días.
¿Cómo podrían haber hecho una
renovación completa si anoche seguía siendo el callejón más espantoso del
barrio?
En la mesa más alejada del escenario
y, por tanto, más cercana a donde estoy, hay una hermosa mujer, de largo
cabello negro, que lleva un vestido de flores. Está sola y cuando nota mi
presencia, gira el rostro hacia mí. Con una sonrisa tentadora, levanta su copa.
Para mi decepción, no hay rampa.
Entonces mi única respuesta es una sonrisa triste. Me veo obligado a decir
adiós y mover mi silla de ruedas para regresar a casa.
No puedo dormir bien, solo pienso en
la mujer que me saludó y en el bar, ya que su aparición en el espantoso
callejón desafía la lógica. Cuando llega la mañana, vuelvo a esa calle, pero el
bar ya no está. No sólo ha desaparecido, sino que el callejón está, como
siempre, sucio.
No hay más dudas. ¡Me estoy
volviendo loco!
Llego al trabajo con la sensación de
que todo fue un sueño o una ilusión. El bar no desapareció. El caso es que
nunca existió. La mujer de sonrisa cautivadora nunca existió. Esto me preocupa.
Desde mi accidente, he estado tomando medicamentos para los nervios. ¿Están
alterando mi percepción de la realidad? Decido llamar al consultorio de mi
médico y programar una visita. Por suerte mañana tienen cita disponible. Esto
me pone menos tenso, ya que siempre tenemos la sensación de que el médico
solucionará nuestros problemas con un toque de magia.
Al final del día tomo el autobús
como siempre, dispuesto a olvidar el tema del callejón que me persigue; sin
embargo, cuando paso por esa calle, hay luz, música, conversaciones y risas.
Me detengo frente al callejón y veo
la terraza de madera, los grandes jarrones con árboles llenos de luces, las
mesas dispuestas con parejas sonrientes, el cantante con su guitarra, el
camarero trayendo la bandeja... En la mesa más lejana, la mujer solitaria con
su vestido de flores que me sonríe y levanta su copa.
Es exactamente la misma escena que
la noche anterior. ¡No! Solamente hay una diferencia... Una rampa en lugar de
escalones.
Subo la rampa sin perder tiempo y,
sonriendo, coloco mi silla directamente frente a la de ella, en el lado opuesto
de la mesa, dispuesto a resolver la situación.
—Buenas noches, aquí tiene su bebida
—dice el camarero, colocando un vaso de cerveza frente a mí. ¡Qué extraño! Ni
siquiera me preguntó qué me gustaría beber. De cualquier manera, le agradezco y
cuando se aleja, la mujer frente a mí se presenta con una sonrisa. Se llama
Perla y es la gerente.
—Carlos. —Sin saber muy bien qué
decir a continuación, tomo un largo sorbo de cerveza para tener tiempo de
organizar mis ideas, luego pregunto—: ¿Este bar existe desde hace mucho tiempo?
—Mucho tiempo, pero existe de vez en
cuando.
¡Qué extraña respuesta!
—Vivo cerca desde hace dos años y
paso por esta calle todas las noches cuando vuelvo del trabajo. Es la segunda
vez que veo este bar.
—Oh sí. De hecho, esta es la segunda
vez que hacemos que nuestro bar aparezca en esta ubicación.
Nunca había oído hablar de nada
parecido.
—¿Es una instalación andante?
—Haces muchas preguntas. —Se ríe,
como si yo hubiera dicho algo muy gracioso… o tonto. Siempre he sido un chico
tímido y ahora, atado a una silla de ruedas, me siento aún más inseguro, así
que mi respuesta no puede ser otra:
—Lo siento. No te quiero aburrir.
Ella se encoge de hombros, se ríe de
nuevo y levanta su copa, luego bebe un poco de vino y yo bebo la mitad de la
cerveza, tratando de pensar en algo inteligente que decir, pero
desafortunadamente, no se me ocurre nada.
De repente aparece otra Perla y
luego otra. Tres Perlas resplandecientes, sentadas una al lado de la otra... Me
doy cuenta de lo absurdo. Perlas no se multiplican así. Sólo hay una
explicación.
—¡Me drogaste! —Mi voz es
arrastrada, mi lengua es espesa.
Perla se queda callada.
Me dirijo a la mesa de al lado, ya
debilitado, e intento pedir ayuda, pero mi mano atraviesa el brazo del
hombre... Es como si no fuera de carne y hueso. ¿Estoy soñando, delirando?
¿Todo no pasa de una proyección de mi mente?
Mareado, sigo mirando a mi alrededor
y veo a la gente, las mesas, las macetas con plantas iluminadas, desintegrarse
en un caleidoscopio de luces. Únicamente queda el camarero que, para mi
sorpresa, se posiciona frente a un globo luminoso en la zona que antes era el
escenario. Él es… diferente. Su piel tiene un color violáceo y de su cabeza
destacan dos antenas largas y gruesas. La ropa cambia del típico traje de
camarero — pantalones negros, camisa blanca de manga larga con botones y
delantal — a un mono plateado como los que vemos en las viejas películas de
extraterrestres.
Vuelvo la cabeza hacia Perla. Su
piel adquiere un color violeta y de su frente emergen un par de pequeñas y
delicadas antenas. Es más, no lleva el vestido de flores, sino un mono de tela
metalizada como el del camarero.
Ya no hay una mesa que nos separe, y
el asiento donde ella se sienta también es diferente. No parece una simple
silla de plástico, sino más bien un alto sillón giratorio cuyos brazos están
cubiertos de luces y botones. Perla no sonríe y ni siquiera mira en mi
dirección. Está concentrada, presionando pequeños botones.
Aparece a mi alrededor una luz que,
para mi total asombro, se condensa y solidifica formando paredes, aunque
mantiene la transparencia de un vidrio muy grueso y ligeramente opaco.
Sin poder moverme correctamente,
siento un hilo de baba corriendo por mi barbilla.
Todo vibra y se eleva en el aire en
línea recta como un ascensor. Mirando hacia abajo, veo que el suelo de madera
se convierte en cristal. Me siento mareado cuando me doy cuenta de que estamos
flotando sobre los edificios.
La situación es, cuanto menos,
surrealista. ¿Por qué yo? ¿Por qué?
—Aceleración calculada para la
salida, trayectoria confirmada —anuncia el camarero, que a estas alturas
sospecho que no es realmente un camarero.
Perla responde:
—Cuenta regresiva: 3… 2… 1.
Un golpe. El movimiento repentino me
molesta lo suficiente como para hacer que se me revuelva el estómago. Aunque
estoy drogado, siento todo el contenido de mi estómago subiendo por mi garganta
y saliendo por mi boca como si fuera una cascada cálida que fluye por mi
barbilla, bañando mi cuello y mi pecho. ¡Qué demonios! ¿Qué más tiene que
pasarme? ¿Cagarme?
Hay una suave inclinación, pero las
rodillas de mi silla están bloqueadas y no retrocede. Y luego sigo subiendo,
subiendo, subiendo.
Perla me sonríe con la boca llena de
dientes largos y puntiagudos.
Lu Evans es brasileña, licenciada en Periodismo y estudiante de Antropología en el Central New Mexico College/USA. Ha publicado dieciséis libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al español. También es dramaturga, cuyos textos de teatro infantil y para adultos han sido representados y premiados en Brasil. Sus cuentos han aparecido en antologías y revistas nacionales e internacionales. Es miembro del Centro de Literatura y Cine André Carneiro, de la Academia Internacional de Literatura Brasileña y de la Speculative Literature Foundation/USA, de la que es jurado en los concursos A.C. Bose y Diverse Worlds + Diverse Writers. Coordina el proyecto Fantastic Literature by Women/US y Fantastic Writers (con Rozz Messias). Algunas de sus colecciones incluyen autores de distintos países: América Fantástica, Fator Morus, Vozes Intergalácticas, O Último Dia do Futuro y Terra Mágica.

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