lunes, 22 de diciembre de 2025

CONVICCIÓN

Francisco Chiappini

 

Recién ahora empiezo a calmarme, el recuerdo de ese viaje ya no me hace tanto mal. ¡Qué catástrofe!... ¡Qué paliza!... ¡Qué masacre!... y uno se pregunta para qué. Tantos esfuerzos, tanta energía para nada, nada, porque aunque los organizadores siguen diciendo que sirvió, yo que lo viví les puedo decir que fue un desastre. La primera crítica ya surgió en el pueblo, no íbamos bien preparados, la falta de entrenamiento y la capacidad del rival, además de ser visitantes, sin duda jugaría en nuestra contra. La organización fue crítica, las peleas de los distintos caudillos, cada uno queriendo manejar a su gusto el conjunto. Conjunto, equipo, masa de voluntades dispersas; no sé cómo llamarlo, tal vez banda de salvajes tras una bandera. Eso pienso ahora, salvajes pensé que iban a ser nuestros rivales. ¡Qué error!... de salvajes no tenían nada, la organización era perfecta; y la convicción, eso sí que marcó las diferencias. La convicción; nosotros íbamos a la aventura, para ellos era la vida, el honor, el futuro. Quién sabe. Estaban convencidos. Nosotros veníamos bien, ganadores, invictos; no se nos ocurría que pudiéramos perder. Ellos hablaron menos, en la cancha nos ganaron.

Recuerdo que se habló del Imperialismo Europeo en la conquista del Medio Oriente. Exageraron los periodistas de la campaña, como siempre. Nos hicieron creer que como empezaba el milenio, los triunfos que lográramos serían eternos, que por siglos recordarían nuestra gloría. Fallaron. Ya la designación de los que viajarían trajo sus complicaciones. El famoso localismo que siempre imperó entre nosotros, no estuvo ausente. El famoso Duque, oriundo de Venecia, quiso armar él el conjunto. No le dieron pelota, le mandaron ocuparse del flanco izquierdo en todas las contiendas, y que cuidara bien los contraataques de nuestros rivales, porque eran rápidos. No le fue muy bien porque los monos esos nunca contraatacaron, atacaron todo el tiempo. Dicho sea de paso, la defensa, un colador. Al lorenés Godofredo, Duque de Bouillón, “Defensor del Santo Sepulcro”, le dieron el cuidado de las banderas, estandartes, escudos y otras menudencias, siempre útiles para afianzar el patriotismo y despertar sentimientos de nacionalidad. Gran conductor de rejuntados sin fe, gran hacedor de milagros, gran caudillo, en una, palabra. Sin embargo le fue mal. En una escala en Antioquía donde también nos ganaron un rejuntado de tipos que venían de Chipre y creo que de Bizancio, le robaron todas las banderas. Solo se salvó una con la cruz blanca, símbolo de nuestra gesta. Puso fin a esta pelea por el mando dentro del conjunto, mi amigo, vecino y señor Raimundo de Saint-Gilles, conde de Tolosa, marqués de Provenza.  Por supuesto que su designación trajo conflictos internos: unos se sintieron desplazados, otros no se sintieron valorados en su justa medida, se habló de regionalismo, de localismo, de nacionalismo. El bueno de Godofredo se las bancó todas. No solo esto, sino que hasta consiguió un poco de plata de una rica institución de Roma, de cuyo nombre prefiero no acordarme. Los entrenamientos duraron poco, tres o cuatro años, y cuando ya estábamos podridos de esperar la lucha, vino la orden de partida. El presupuesto no daba para lujos, iríamos por tierra, y nuestro objetivo, en función de los resultados (los números gobiernan el mundo) era llegar a Jerusalem. Con muchos hombres menos, y un montón de lesionados, algunos llegamos. Enseguida les cuento esto. Por ahora sigamos viaje. Hasta Génova la cosa vino bien, no hubo oposición alguna, se puede decir que la gira venía fácil. El tiempo ayudaba, nos trataban bien, las minas llenaban nuestro campamento, los muchachos se divertían. Llegar a Roma fue un poco más difícil porque los de allí no se lo bancaban al normando, como dije, nuestro guía en los encuentros decisivos. De todos modos podemos decir que salimos empatados, buena recaudación, y seguimos al sur. Bizancio me pareció una mierda, nadie se interesó en la campaña nuestra; los tipos estaban en otra, meta chupar, las minas no nos dieron bola. Indiferencia y comentarios burlones. Me parece que quedaron resentidos porque en otras épocas un gran conjunto de ellos, dirigido técnicamente por Alejandro, sufrió grandes derrotas. Los muy jodidos nos trataron mal, nos desearon mala suerte, y que no pasáramos por allí a la vuelta.

Si bien nuestra campaña no despertaba ni el interés, ni la admiración, ni el reconocimiento, ni la plata, ni el honor, ni la gloria que habíamos pensado, al menos en el terreno veníamos ganando seguido y avanzábamos a nuestra meta: Tierra Santa. Recuerdo la emoción de pisar esas tierras, esos estadios (los habían construido los romanos hacía mucho, pero estaban buenos), ese aire de historia que se te mete en todo el cuerpo. Pero bueno, no estábamos allí como turistas sino para jugar un partido decisivo para la humanidad. Por un lado la civilización, Europa con sus mejores hombres, un real seleccionado con lo más noble y puro de nuestro continente, la raza de los vencedores. Por otro lado el salvajismo, la brutalidad, la escoria humana, los condenados de la tierra, los vicios peores, la ebriedad, el mal olor, un asco: los moros. Planteada así la contienda, los primeros momentos fue una lucha pareja, con buenas jugadas de uno y otro bando, pero sin definición alguna. Nuestros conflictos en el armado del equipo, se vieron en la cancha, nadie le daba bola a nadie, y todos querían salvarse por la suya haciendo una maniobra genial. Godofredo de Bouillón empezó a impacientarse por el mal funcionamiento del equipo, y nos recordó la importancia de la Cruz Blanca, nuestro símbolo. Poco logró al respecto, hasta alguno se empezó a interesar por la Luna y las Estrellas y no me acuerdo qué otra cosa que era la camisa y la bandera de ellos. De a poco empezarnos a perder, primero la falta de hombres de refuerzo, la mala estrategia, la falta de convicción… y enfrente un tipo con toda la personalidad de caudillo que se necesita en estos casos: Saladino. De él habíamos escuchado hablar desde que salimos de Francia, pero en el terreno de batalla, en la cancha como se dice, allí sí que era genial. Una presencia, un mando, un dominio de todos los rincones. Un genio.

En Acre fue la debacle, perdimos por afano un amasijo, creo que ni lastimados tuvieron. No me voy a olvidar en mi vida de Acre, qué impresionante paliza, qué bochorno. De todos modos, y pese a lo malo de los resultados seguimos a Egipto y otra vez nos dieron con todo. Se desarmó el equipo, no quedaron ni los dirigentes de Roma (creo que alguno se afanó una copa que parece que es buena, cáliz sagrado lo llamaban ahí). A la vuelta, la conducción pensó que lo mejor era volver cada uno como pudiese. Felizmente enganché un barquito corso que me dejó en Marsella. Por lo menos zafé de los helenos esos.

Solo ahora puedo contarlo tranquilo, pasó un tiempo, y todo se olvida. No creo que haya sido una catástrofe. Eso sí, ya vino un tipo hoy a buscar nuevos valores al pueblo, hombres con ganas de gloria, para hacer otra gira a Tierra Santa, Parece que van a organizar mejor el conjunto, esta vez dirige Urbano Segundo. De todos modos estoy decidido.

¡A las Cruzadas, no voy más!

Francisco Chiappini nació en Buenos Aires, Argentina, en marzo de 1948. Luego de un paso no tan fugaz por la carrera de ingeniería, dio un salto magistral y se recibió de psicólogo, profesión que sigue ejerciendo. Paralelamente a su condición de terapeuta, ha cultivado un nada despreciable interés por la literatura, lo que ha redundado en la publicación de dos libros de cuentos. Purcuapá (1993) y Zapateo americano (1998). Actualmente le da los últimos toques a su primera novela: Las violetas no son flores.

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