lunes, 22 de diciembre de 2025

EL HOMBRE ESTELAR

Dinko Osmančević



 

Una melodía potente sacudía el pabellón deportivo abarrotado. Una masa de unas diez mil almas se balanceaba al ritmo feroz de la orquesta sobre el escenario. Luces multicolores y psicodélicas danzaban alrededor de los músicos y luego se volcaban sobre el público en trance durante los solos de guitarra.

El Hombre Estelar, un cantante rubio de poco más de treinta años, interpretaba su canción más famosa. Con una expresión dolorida en el rostro, vestido con un ajustado mono azul marino que realzaba su perfecta figura masculina, con los brazos y las piernas ligeramente separados, permanecía de pie al borde del escenario.

Cantaba sobre su Liria natal, un planeta de una galaxia lejana, y sobre la libertad y el amor absolutos de los que gozaban sus habitantes. En Liria no había naciones ni tribus, no existían lenguas diferentes. Todos tenían el corazón puro y eran uno solo, pero al mismo tiempo cada cual era distinto, especial, libre y dueño de sí mismo. Entonces, desde la parte más oscura del universo, surgió el mal del odio. Infectó y dominó a las personas y destruyó Liria. Antes de que el planeta colapsara por completo, una pequeña lanzadera se elevó hacia el cielo y emprendió un viaje cósmico hacia una galaxia distante y un pequeño sol periférico. Transportaba a un niño, el futuro Hombre Estelar. Su misión era dar a conocer a los habitantes de la Tierra el triste final de Liria y advertirles, antes de que fuera demasiado tarde, de que estaban recorriendo el mismo camino de odio y destrucción…

El Hombre Estelar terminó la canción con lágrimas en los ojos. Guardó silencio y recorrió el escenario mientras la orquesta tocaba suavemente. Al cabo de unos minutos, incluso el público se calmó. Sin aliento, dio unos sorbos a una cerveza de un vaso apoyado sobre el piano y volvió a acercarse a la multitud:

—Intentamos conseguir el estadio. Nos dijeron que todavía es temporada deportiva y que no quieren arruinar el césped del campo. Allí habríamos sido tres veces más. Pero no lograrán silenciarnos. Nuestro mensaje de hermandad y amor entre las personas, de la libertad que queremos y por la que luchamos, no puede quedar encerrado entre las paredes de este ni de ningún otro recinto. ¡Ya se está extendiendo en todas las direcciones del mundo! Y nuestra única arma es nuestra música, nuestras canciones. ¡Y nuestro mayor aliado es la verdad y ustedes! ¡Todos ustedes, a quienes amo muuuucho!

El público volvió a estallar en aplausos. La música subió de intensidad. Apenas se oía al Hombre Estelar por los altavoces:

—¡Saludemos a todos los que aún están fuera, en las entradas del pabellón!

—¡SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ…!

 

El Hombre Estelar abrió la puerta de su suite en el Hotel Bosna de Banja Luka. Aferrada con fuerza bajo su brazo, sujetándose a sus músculos tensos, iba una diminuta muchacha con un vestido blanco de breteles, muy corto. En su expresión se advertía cierto temor, aunque ocultaba sus sentimientos detrás de frecuentes sonrisas.

—El concierto fue simplemente guau. No recuerdo nada parecido, nada tan poderoso —dijo la chica, mirando alrededor con curiosidad.

El Hombre Estelar la sentó en un sillón y sirvió champán en dos copas sobre la mesa baja.

—Sí… mmm… Marina, ¿así dijiste que te llamabas?

Marina asintió y dio unos sorbos.

—¿Por qué una chica tan hermosa vende entradas en la taquilla del pabellón?

—Bueno, es mi trabajo, me pagan bastante bien…

Quiso decir algo más, pero sintió sus manos sobre los hombros y sus besos en el cuello. La copa se le escapó de la mano y cayó al suelo. El Hombre Estelar la tomó suavemente de la mano y la condujo al dormitorio. Mientras la acariciaba y la desvestía, el hombre percibía toda la inquietud de Marina; su cuerpo temblaba, respiraba cada vez más hondo. Besaba sus pequeños pechos y la acariciaba por la espalda y las nalgas. Él también se desnudó. Se tendieron en la cama, y la joven suspiró en voz alta cuando sintió al Hombre Estelar entre sus piernas.

—Estrella… ¿me amas? —susurró.

—Yo… yo los amo a todos —respondió él.

La chica le rodeó la cintura con las piernas y hundió las manos en su larga cabellera.

Mucho más tarde, ella dormía sobre su pecho, respirando ruidosamente.

—Cariño, solo no ronques —dijo él más que todo para sí mismo.

Y agotado por todo, se fue quedando dormido…

 

Zvjezdan Satarić abrió los ojos. Se había despertado. Tomó su teléfono inteligente de la mesa de luz y miró la hora: casi las ocho y media. Apartó con cuidado la mano de Dragana de encima de él y la colocó sobre su vientre. Dragana seguía dormida. Habían tenido otra noche intensa. Se levantó aturdido y fue arrastrando los pies hasta el baño. Una ducha fría lo despertaría.

Por la ventana abierta del salón entraban el aire fresco, el canto de los pájaros y el murmullo y las risas de los niños del jardín de infancia cercano. Nada de eso le molestaba; al contrario, le resultaba agradable. Tras su rutina matinal, se sentó a la mesa y tecleó con destreza en su portátil. Se ató la melena rubia en una coleta para que no le cayera sobre el rostro y bebió café negro de una taza grande, intercalando alguna calada de su cigarrillo.

Dragana entró en la habitación vestida solo con la camisa a cuadros de Zvjezdan.

—Cariño, que Dios me perdone, pero parece como si algo te llamara incluso en sueños. Llevamos dos meses juntos y cada mañana, en cuanto abres los ojos, te lanzas a ese ordenador.

—Por la mañana el cerebro está más descansado.

—Lo sé, pero…

—Mejor prepáranos otro café y algo para comer.

Dragana se encogió de hombros de manera teatral, se acercó, besó ruidosamente a Zvjezdan en la mejilla y se fue.

—Hoy tengo demasiadas obligaciones —se dijo Zvjezdan, dando el último sorbo al café.

 

Zvjezdan aparcó su todoterreno con destreza, girando el volante con una sola mano. Con la otra sostenía su teléfono inteligente, protegiéndose del sol rosado del atardecer de finales de primavera.

—Escucha, Jasmina, he estado a mil todo el día. Sí, sí, recibí tus mensajes. Todo salió perfecto. Tengo solo esta conferencia de prensa y estaré en tu casa alrededor de las nueve. Dragana está en un desfile de moda y no volverá antes de medianoche.

Guardó el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta y tomó una carpeta y unos papeles del asiento del acompañante. Frente al coche lo esperaba un hombre mayor con un anodino traje azul.

—Señor Satarić, entraremos por la puerta lateral y en un par de minutos estaremos en la sala.

—De acuerdo, claro, disculpe el enorme retraso.

Entraron apresuradamente en el edificio. Las suelas de sus zapatos resonaban contra el suelo. Zvjezdan se acomodaba el cabello distraídamente y hojeaba la carpeta.

Al entrar en la sala, los recibió el murmullo de los periodistas. La multitud se agitó. Los flashes de las cámaras relampagueaban. Satarić se sentó a la mesa, dominada por un “ramo” de micrófonos multicolores. El anfitrión del traje azul levantó las manos para pedir silencio y se dirigió a los presentes:

—Estimados colegas, les ruego atención. El señor Satarić ha tenido hoy un día excepcionalmente exitoso. Tras varios días de conversaciones y negociaciones entre nuestro autor y su actual editorial, Banjalučka Besjeda, en las instalaciones del Ministerio de Cultura se ha firmado un contrato con uno de los mayores editores europeos, London Book. London Book representará a nuestro autor en los mercados de Europa, Estados Unidos y Australia.

Un aplauso estalló en la sala. Zvjezdan se levantó, se llevó la mano al corazón y se inclinó levemente ante los periodistas. Se trataba de un negocio serio, de tiradas enormes, en un mercado gigantesco, y afectaba a las dos primeras novelas de la trilogía del Hombre Estelar, así como a la última, aún en proceso. Pronto tomó la palabra el propio autor:

—Empezamos modestamente, como una novela por entregas en Nezavisne novine, pero cuando la tirada del periódico se disparó, comprendimos nuestro valor. La crítica pronto se pasó a nuestro lado. Ahora ya podemos hablar de una irrupción en el mercado mundial, y además por la puerta grande.

—Señor Satarić, Aida Mašović, Oslobođenje. ¿No se parece demasiado su Hombre Estelar al Stardust de Bowie?

—Si aceptamos que todas las mejores historias ya fueron contadas hace tiempo y todas las mejores canciones ya fueron cantadas, entonces ciertamente hay similitudes, pero no puedo estar del todo de acuerdo con su afirmación. Que los lectores juzguen por sí mismos —respondió Satarić, mientras observaba de manera bastante evidente a la periodista de larga melena y vaqueros ajustados.

—¿Es acaso su alter ego? —insistió Aida.

—O yo el suyo —añadió el escritor, indicando con la mano que pasaran a la siguiente pregunta.

—¿Tiene problemas con la Iglesia y las comunidades religiosas debido a sus posturas sobre la libertad sexual y otras libertades? ¿Y por las protestas y la lucha contra el encasillamiento de las personas? —preguntó un reportero huesudo del Canal Plus.

—No defiendo ninguna postura en la novela ni proclamo ninguna verdad absoluta. Pero todos somos conscientes de que todas las sociedades a lo largo de la historia, especialmente las nuestras, las balcánicas, han sido sociedades de falta de libertad o, en el mejor de los casos, de libertad limitada. Mi héroe no es Jesús, sino un joven, con todas sus virtudes y defectos, que busca una libertad mayor, incluso total. En esa búsqueda experimenta con muchas cosas. El público, creo, ha reconocido su grito, su clamor. Y sí, algunas personas de organizaciones religiosas e incluso ciertos políticos me han criticado, pero que cada cual haga su trabajo; yo no me meto en el suyo.

La conversación pronto derivó hacia otros temas. A los periodistas les interesaban los honorarios totales y los bonos acordados con la editorial londinense y si estábamos ante el primer bestseller mundial surgido de esta región. Zvjezdan esquivaba con habilidad las respuestas directas, aunque él mismo creía firmemente en la fama mundial de sus novelas.

La conferencia terminó poco después. Los periodistas se apresuraron a entregar sus artículos y reportajes. Zvjezdan permanecía en la sala casi vacía, hablando por teléfono. La única compañía que tenía era la periodista de larga melena y vaqueros ajustados.

—Hola, Jasmina, escucha, no puedo ir esta noche. Esta… Dragana va a volver antes del desfile. Sí, ¡antes! Hablamos en los próximos días. Vamos, te beso.

Tras una larga velada, pero antes de medianoche, Zvjezdan Satarić estaba en su habitación, en su cama, dejándose llevar lentamente por el sueño…

 

El Hombre Estelar abrió los ojos. Miró el reloj: casi era mediodía. Estaba solo y desnudo en la cama. Sobre la mesa de luz, junto a su cabeza, había una nota de Marina, escrita con letra grande y torpe. Había tenido que irse al amanecer; su madre estaba terriblemente preocupada. Le había dejado su número de teléfono y le pedía que la llamara cuando pudiera.

—¿Cuándo voy a llamarte, preciosa, si hoy sigo viaje? —dijo, y arrugó el papel.

Quiso tirarlo a la papelera del baño, pero se detuvo en el último instante. Se rascó los testículos y volvió atrás. Sacó una bolsa del armario y de ella extrajo un cuaderno grande. En él solía escribir canciones cuando le venía la inspiración. También había algunos dibujos de su ciudad, en Liria. Encontró una página en blanco, anotó el número de Marina y escribió en grandes letras de imprenta técnica: Marina — la que me ama.

 

El Hombre Estelar bajó las escaleras hasta la planta baja del hotel. Vestía de manera sencilla: vaqueros, zapatillas y camiseta. Lo acompañaban tres guardaespaldas leales y bien pagados, vestidos de negro. Había más de ellos en la planta baja y en el patio. Allí lo esperaban también el director del hotel, un hombre calvo y de cuello grueso, y algunos de sus empleados. Al Hombre Estelar le llamó la atención una mujer atractiva de unos cincuenta años, con un botón de más desabrochado en la blusa y un maquillaje exagerado.

—Señor Estelar, ha sido un honor extraordinario que usted y todo su equipo se hayan alojado en nuestro hotel. Esperamos que se lleven un buen recuerdo —dijo el director.

—Lo hemos pasado muy bien, querido amigo —respondió el Hombre Estelar, estrechándole la mano con fuerza.

—Sus nombres quedarán escritos con letras de oro en nuestros libros —añadió la mujer, notando la mueca de dolor del director.

—Ahora, como diría el viejo y buen mayor Krieger, no quiero que estén escritos, ¡quiero que estén tachados! —bromeó el Hombre Estelar.

—No diga eso, Estelar, ustedes están escritos también en nuestros corazones —dijo la mujer, llevándose la mano al pecho, y sus pechos parecían a punto de saltar fuera de la blusa.

—Permítanos acompañarlo hasta el Banski Dvor, donde tiene la conferencia de prensa —dijo el director, señalando las puertas giratorias.

El Hombre Estelar lanzó una mirada automática hacia la salida. Junto a la puerta, en el exterior, se encontraba un hombre joven, el portero, con la mano derecha en el bolsillo exterior del abrigo. El rostro del Hombre Estelar cambió y se crispó. Pensó, estaba casi seguro, que lo había reconocido. Era el mismo hombre, el vigilante del aparcamiento del pabellón Borik. La noche anterior había reaccionado de forma agresiva cuando él y su comitiva aparcaron en la zona destinada al personal técnico, lejos del estacionamiento VIP. En ese momento no le había parecido tan extraño, pero ahora…

—No, no vamos a caminar; bajaremos al sótano por el coche e iremos en él a la conferencia.

—Pero el Banski Dvor está al otro lado de la calle…

—No, gracias. Adiós —fue tajante el Hombre Estelar.

Con sus acompañantes, se lanzó al ascensor que acababa de llegar.

 

El Hombre Estelar estaba de pie junto a la ventana de su suite, en el octavo piso del Hotel Placa, en Sarajevo. Ante él se extendía una vista magnífica de la ciudad iluminada y palpitante. Miles de luces en los edificios y miles de vehículos en los bulevares y las calles. También llegaban las voces del almuédano desde los minaretes de numerosas mezquitas, llamando a la oración nocturna.

Pero el Hombre Estelar estaba inquieto. Ese mismo día, justo después de la conferencia en Banja Luka, se habían dirigido al aeropuerto de Mahovljani. Tenían programado un vuelo chárter a Sarajevo. Ya se aproximaban al nudo de Laktaši por la autopista cuando desde el aeropuerto les informaron de que habían descubierto por casualidad un fallo casi increíble, pero muy grave, en la electrónica de la aeronave. En lugar de desviarse hacia el aeropuerto, el Hombre Estelar ordenó continuar por carretera hacia Prnjavor y luego hacia Doboj y Sarajevo…

Se apartó de la ventana y encendió la luz de la suite. No estaba solo; lo acompañaba su mánager Jusuf, apodado Juske, su mano derecha.

—Escucha, viejo, no tienes motivo para tanta preocupación y paranoia. Todos debemos ser cautos; basta con que te estés convirtiendo en una estrella mundial. Además, tenemos a nuestros muchachos bien preparados. Preguntaré a mis contactos en la policía quién es ese tipo y qué pasó con el fallo del avión —dijo Juske, corpulento, recostado en el sillón.

—Quieren silenciarme, matarme. ¡Me han amenazado!

—Vamos, eres el mejor producto de exportación de este país. Estás en las listas de éxitos mundiales.

—¡Me odian! Políticos, imanes, curas y todo tipo de ladrones. Saben que cuando las ovejas abren los ojos ya no necesitan pastores. ¡Les estorbo mucho!

—Estelar, también superaremos Sarajevo. En Zagreb estás a salvo, y en Belgrado triplicaremos la seguridad. Luego huimos de estos malditos Balcanes y seguimos adelante: Viena, París, ¡el mundo!

Juske quedó satisfecho de haberlo calmado al menos un poco. Pero más que sus palabras, al Hombre Estelar lo tranquilizaron el champán y el polvo blanco. Finalmente se quedó solo en la suite, mirando fijamente el televisor, vacío. Y poco a poco se fue quedando dormido…

 

Zvjezdan Satarić abrió los ojos. A su lado, en la cama, dormía Dragana, con una mano metida dentro de sus calzoncillos. Eran las siete de la mañana y se había despertado. O quizá solo estaba empezando a soñar de nuevo. Hacía tiempo que ni él mismo lo sabía. Pero sí sabía que su sueño continuaría, y eso era lo que ahora lo inquietaba profundamente.

Dinko Osmančević nació el 24 de julio de 1971 en Banja Luka, Bosnia-Hercegovina. Es aforista y escritor de ciencia ficción. Fue columnista de Nezavisne Novine durante mucho tiempo. Publicó aforismos y otras obras satíricas en todos los diarios de la República Srpska y Serbia, así como en otros periódicos, numerosas revistas y publicaciones literarias ("Književne Novine", Belgrado, "Književni pregled", Belgrado, "Suština poetice", Glušci, "Književno pero", Rijeka, "Nekazano", Bar, "Most", Mostar, "Krajina", Banja Luka, "Nova stvarnost", Banja Luka...), así como en revistas de género de los Balcanes Occidentales y Eslovaquia. Fue premiado en concursos y festivales de humor y sátira. Publicó relatos de ciencia ficción y otros géneros en las revistas "Galaxija", "Orbis", "Terra", "Suština poetice", "Faros", "Grad" (Kruševac), "Nekazano", "Đerdan", "Ilustrovana politika" y en numerosas revistas y portales en línea, así como en una veintena de colecciones antológicas de relatos.

 

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