Dinko Osmančević
Una melodía potente
sacudía el pabellón deportivo abarrotado. Una masa de unas diez mil almas se
balanceaba al ritmo feroz de la orquesta sobre el escenario. Luces multicolores
y psicodélicas danzaban alrededor de los músicos y luego se volcaban sobre el
público en trance durante los solos de guitarra.
El Hombre Estelar, un cantante
rubio de poco más de treinta años, interpretaba su canción más famosa. Con una
expresión dolorida en el rostro, vestido con un ajustado mono azul marino que
realzaba su perfecta figura masculina, con los brazos y las piernas ligeramente
separados, permanecía de pie al borde del escenario.
Cantaba sobre su Liria natal, un
planeta de una galaxia lejana, y sobre la libertad y el amor absolutos de los
que gozaban sus habitantes. En Liria no había naciones ni tribus, no existían
lenguas diferentes. Todos tenían el corazón puro y eran uno solo, pero al mismo
tiempo cada cual era distinto, especial, libre y dueño de sí mismo. Entonces,
desde la parte más oscura del universo, surgió el mal del odio. Infectó y
dominó a las personas y destruyó Liria. Antes de que el planeta colapsara por
completo, una pequeña lanzadera se elevó hacia el cielo y emprendió un viaje
cósmico hacia una galaxia distante y un pequeño sol periférico. Transportaba a
un niño, el futuro Hombre Estelar. Su misión era dar a conocer a los habitantes
de la Tierra el triste final de Liria y advertirles, antes de que fuera
demasiado tarde, de que estaban recorriendo el mismo camino de odio y
destrucción…
El Hombre Estelar terminó la
canción con lágrimas en los ojos. Guardó silencio y recorrió el escenario
mientras la orquesta tocaba suavemente. Al cabo de unos minutos, incluso el
público se calmó. Sin aliento, dio unos sorbos a una cerveza de un vaso apoyado
sobre el piano y volvió a acercarse a la multitud:
—Intentamos conseguir el estadio.
Nos dijeron que todavía es temporada deportiva y que no quieren arruinar el
césped del campo. Allí habríamos sido tres veces más. Pero no lograrán
silenciarnos. Nuestro mensaje de hermandad y amor entre las personas, de la
libertad que queremos y por la que luchamos, no puede quedar encerrado entre
las paredes de este ni de ningún otro recinto. ¡Ya se está extendiendo en todas
las direcciones del mundo! Y nuestra única arma es nuestra música, nuestras
canciones. ¡Y nuestro mayor aliado es la verdad y ustedes! ¡Todos ustedes, a
quienes amo muuuucho!
El público volvió a estallar en
aplausos. La música subió de intensidad. Apenas se oía al Hombre Estelar por
los altavoces:
—¡Saludemos a todos los que aún
están fuera, en las entradas del pabellón!
—¡SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ…!
El Hombre Estelar
abrió la puerta de su suite en el Hotel Bosna de Banja Luka. Aferrada con
fuerza bajo su brazo, sujetándose a sus músculos tensos, iba una diminuta
muchacha con un vestido blanco de breteles, muy corto. En su expresión se advertía
cierto temor, aunque ocultaba sus sentimientos detrás de frecuentes sonrisas.
—El concierto fue simplemente guau.
No recuerdo nada parecido, nada tan poderoso —dijo la chica, mirando alrededor
con curiosidad.
El Hombre Estelar la sentó en un
sillón y sirvió champán en dos copas sobre la mesa baja.
—Sí… mmm… Marina, ¿así dijiste que
te llamabas?
Marina asintió y dio unos sorbos.
—¿Por qué una chica tan hermosa
vende entradas en la taquilla del pabellón?
—Bueno, es mi trabajo, me pagan
bastante bien…
Quiso decir algo más, pero sintió
sus manos sobre los hombros y sus besos en el cuello. La copa se le escapó de
la mano y cayó al suelo. El Hombre Estelar la tomó suavemente de la mano y la
condujo al dormitorio. Mientras la acariciaba y la desvestía, el hombre
percibía toda la inquietud de Marina; su cuerpo temblaba, respiraba cada vez
más hondo. Besaba sus pequeños pechos y la acariciaba por la espalda y las
nalgas. Él también se desnudó. Se tendieron en la cama, y la joven suspiró en
voz alta cuando sintió al Hombre Estelar entre sus piernas.
—Estrella… ¿me amas? —susurró.
—Yo… yo los amo a todos —respondió
él.
La chica le rodeó la cintura con
las piernas y hundió las manos en su larga cabellera.
Mucho más tarde, ella dormía sobre
su pecho, respirando ruidosamente.
—Cariño, solo no ronques —dijo él
más que todo para sí mismo.
Y agotado por todo, se fue quedando
dormido…
Zvjezdan Satarić
abrió los ojos. Se había despertado. Tomó su teléfono inteligente de la mesa de
luz y miró la hora: casi las ocho y media. Apartó con cuidado la mano de
Dragana de encima de él y la colocó sobre su vientre. Dragana seguía dormida.
Habían tenido otra noche intensa. Se levantó aturdido y fue arrastrando los
pies hasta el baño. Una ducha fría lo despertaría.
Por la ventana abierta del salón
entraban el aire fresco, el canto de los pájaros y el murmullo y las risas de
los niños del jardín de infancia cercano. Nada de eso le molestaba; al
contrario, le resultaba agradable. Tras su rutina matinal, se sentó a la mesa y
tecleó con destreza en su portátil. Se ató la melena rubia en una coleta para
que no le cayera sobre el rostro y bebió café negro de una taza grande,
intercalando alguna calada de su cigarrillo.
Dragana entró en la habitación
vestida solo con la camisa a cuadros de Zvjezdan.
—Cariño, que Dios me perdone, pero
parece como si algo te llamara incluso en sueños. Llevamos dos meses juntos y
cada mañana, en cuanto abres los ojos, te lanzas a ese ordenador.
—Por la mañana el cerebro está más
descansado.
—Lo sé, pero…
—Mejor prepáranos otro café y algo
para comer.
Dragana se encogió de hombros de
manera teatral, se acercó, besó ruidosamente a Zvjezdan en la mejilla y se fue.
—Hoy tengo demasiadas obligaciones
—se dijo Zvjezdan, dando el último sorbo al café.
Zvjezdan aparcó su
todoterreno con destreza, girando el volante con una sola mano. Con la otra
sostenía su teléfono inteligente, protegiéndose del sol rosado del atardecer de
finales de primavera.
—Escucha, Jasmina, he estado a mil
todo el día. Sí, sí, recibí tus mensajes. Todo salió perfecto. Tengo solo esta
conferencia de prensa y estaré en tu casa alrededor de las nueve. Dragana está
en un desfile de moda y no volverá antes de medianoche.
Guardó el teléfono en el bolsillo
interior de la chaqueta y tomó una carpeta y unos papeles del asiento del
acompañante. Frente al coche lo esperaba un hombre mayor con un anodino traje
azul.
—Señor Satarić, entraremos por la
puerta lateral y en un par de minutos estaremos en la sala.
—De acuerdo, claro, disculpe el
enorme retraso.
Entraron apresuradamente en el
edificio. Las suelas de sus zapatos resonaban contra el suelo. Zvjezdan se
acomodaba el cabello distraídamente y hojeaba la carpeta.
Al entrar en la sala, los recibió
el murmullo de los periodistas. La multitud se agitó. Los flashes de las
cámaras relampagueaban. Satarić se sentó a la mesa, dominada por un “ramo” de
micrófonos multicolores. El anfitrión del traje azul levantó las manos para
pedir silencio y se dirigió a los presentes:
—Estimados colegas, les ruego
atención. El señor Satarić ha tenido hoy un día excepcionalmente exitoso. Tras
varios días de conversaciones y negociaciones entre nuestro autor y su actual
editorial, Banjalučka Besjeda, en las instalaciones del Ministerio de Cultura
se ha firmado un contrato con uno de los mayores editores europeos, London
Book. London Book representará a nuestro autor en los mercados de Europa,
Estados Unidos y Australia.
Un aplauso estalló en la sala.
Zvjezdan se levantó, se llevó la mano al corazón y se inclinó levemente ante
los periodistas. Se trataba de un negocio serio, de tiradas enormes, en un
mercado gigantesco, y afectaba a las dos primeras novelas de la trilogía del
Hombre Estelar, así como a la última, aún en proceso. Pronto tomó la palabra el
propio autor:
—Empezamos modestamente, como una
novela por entregas en Nezavisne novine, pero cuando la tirada del
periódico se disparó, comprendimos nuestro valor. La crítica pronto se pasó a
nuestro lado. Ahora ya podemos hablar de una irrupción en el mercado mundial, y
además por la puerta grande.
—Señor Satarić, Aida Mašović, Oslobođenje.
¿No se parece demasiado su Hombre Estelar al Stardust de Bowie?
—Si aceptamos que todas las mejores
historias ya fueron contadas hace tiempo y todas las mejores canciones ya
fueron cantadas, entonces ciertamente hay similitudes, pero no puedo estar del
todo de acuerdo con su afirmación. Que los lectores juzguen por sí mismos
—respondió Satarić, mientras observaba de manera bastante evidente a la
periodista de larga melena y vaqueros ajustados.
—¿Es acaso su alter ego? —insistió
Aida.
—O yo el suyo —añadió el escritor,
indicando con la mano que pasaran a la siguiente pregunta.
—¿Tiene problemas con la Iglesia y
las comunidades religiosas debido a sus posturas sobre la libertad sexual y
otras libertades? ¿Y por las protestas y la lucha contra el encasillamiento de
las personas? —preguntó un reportero huesudo del Canal Plus.
—No defiendo ninguna postura en la
novela ni proclamo ninguna verdad absoluta. Pero todos somos conscientes de que
todas las sociedades a lo largo de la historia, especialmente las nuestras, las
balcánicas, han sido sociedades de falta de libertad o, en el mejor de los
casos, de libertad limitada. Mi héroe no es Jesús, sino un joven, con todas sus
virtudes y defectos, que busca una libertad mayor, incluso total. En esa
búsqueda experimenta con muchas cosas. El público, creo, ha reconocido su
grito, su clamor. Y sí, algunas personas de organizaciones religiosas e incluso
ciertos políticos me han criticado, pero que cada cual haga su trabajo; yo no
me meto en el suyo.
La conversación pronto derivó hacia
otros temas. A los periodistas les interesaban los honorarios totales y los
bonos acordados con la editorial londinense y si estábamos ante el primer
bestseller mundial surgido de esta región. Zvjezdan esquivaba con habilidad las
respuestas directas, aunque él mismo creía firmemente en la fama mundial de sus
novelas.
La conferencia terminó poco
después. Los periodistas se apresuraron a entregar sus artículos y reportajes.
Zvjezdan permanecía en la sala casi vacía, hablando por teléfono. La única
compañía que tenía era la periodista de larga melena y vaqueros ajustados.
—Hola, Jasmina, escucha, no puedo
ir esta noche. Esta… Dragana va a volver antes del desfile. Sí, ¡antes!
Hablamos en los próximos días. Vamos, te beso.
Tras una larga velada, pero antes
de medianoche, Zvjezdan Satarić estaba en su habitación, en su cama, dejándose
llevar lentamente por el sueño…
El Hombre Estelar
abrió los ojos. Miró el reloj: casi era mediodía. Estaba solo y desnudo en la
cama. Sobre la mesa de luz, junto a su cabeza, había una nota de Marina, escrita
con letra grande y torpe. Había tenido que irse al amanecer; su madre estaba
terriblemente preocupada. Le había dejado su número de teléfono y le pedía que
la llamara cuando pudiera.
—¿Cuándo voy a llamarte, preciosa,
si hoy sigo viaje? —dijo, y arrugó el papel.
Quiso tirarlo a la papelera del
baño, pero se detuvo en el último instante. Se rascó los testículos y volvió
atrás. Sacó una bolsa del armario y de ella extrajo un cuaderno grande. En él
solía escribir canciones cuando le venía la inspiración. También había algunos
dibujos de su ciudad, en Liria. Encontró una página en blanco, anotó el número
de Marina y escribió en grandes letras de imprenta técnica: Marina — la que
me ama.
El Hombre Estelar
bajó las escaleras hasta la planta baja del hotel. Vestía de manera sencilla:
vaqueros, zapatillas y camiseta. Lo acompañaban tres guardaespaldas leales y
bien pagados, vestidos de negro. Había más de ellos en la planta baja y en el
patio. Allí lo esperaban también el director del hotel, un hombre calvo y de
cuello grueso, y algunos de sus empleados. Al Hombre Estelar le llamó la
atención una mujer atractiva de unos cincuenta años, con un botón de más
desabrochado en la blusa y un maquillaje exagerado.
—Señor Estelar, ha sido un honor
extraordinario que usted y todo su equipo se hayan alojado en nuestro hotel.
Esperamos que se lleven un buen recuerdo —dijo el director.
—Lo hemos pasado muy bien, querido
amigo —respondió el Hombre Estelar, estrechándole la mano con fuerza.
—Sus nombres quedarán escritos con
letras de oro en nuestros libros —añadió la mujer, notando la mueca de dolor
del director.
—Ahora, como diría el viejo y buen
mayor Krieger, no quiero que estén escritos, ¡quiero que estén tachados!
—bromeó el Hombre Estelar.
—No diga eso, Estelar, ustedes
están escritos también en nuestros corazones —dijo la mujer, llevándose la mano
al pecho, y sus pechos parecían a punto de saltar fuera de la blusa.
—Permítanos acompañarlo hasta el
Banski Dvor, donde tiene la conferencia de prensa —dijo el director, señalando
las puertas giratorias.
El Hombre Estelar lanzó una mirada
automática hacia la salida. Junto a la puerta, en el exterior, se encontraba un
hombre joven, el portero, con la mano derecha en el bolsillo exterior del
abrigo. El rostro del Hombre Estelar cambió y se crispó. Pensó, estaba casi
seguro, que lo había reconocido. Era el mismo hombre, el vigilante del
aparcamiento del pabellón Borik. La noche anterior había reaccionado de forma
agresiva cuando él y su comitiva aparcaron en la zona destinada al personal
técnico, lejos del estacionamiento VIP. En ese momento no le había parecido tan
extraño, pero ahora…
—No, no vamos a caminar; bajaremos
al sótano por el coche e iremos en él a la conferencia.
—Pero el Banski Dvor está al otro
lado de la calle…
—No, gracias. Adiós —fue tajante el
Hombre Estelar.
Con sus acompañantes, se lanzó al
ascensor que acababa de llegar.
El Hombre Estelar
estaba de pie junto a la ventana de su suite, en el octavo piso del Hotel
Placa, en Sarajevo. Ante él se extendía una vista magnífica de la ciudad
iluminada y palpitante. Miles de luces en los edificios y miles de vehículos en
los bulevares y las calles. También llegaban las voces del almuédano desde los
minaretes de numerosas mezquitas, llamando a la oración nocturna.
Pero el Hombre Estelar estaba
inquieto. Ese mismo día, justo después de la conferencia en Banja Luka, se
habían dirigido al aeropuerto de Mahovljani. Tenían programado un vuelo chárter
a Sarajevo. Ya se aproximaban al nudo de Laktaši por la autopista cuando desde
el aeropuerto les informaron de que habían descubierto por casualidad un fallo
casi increíble, pero muy grave, en la electrónica de la aeronave. En lugar de
desviarse hacia el aeropuerto, el Hombre Estelar ordenó continuar por carretera
hacia Prnjavor y luego hacia Doboj y Sarajevo…
Se apartó de la ventana y encendió
la luz de la suite. No estaba solo; lo acompañaba su mánager Jusuf, apodado
Juske, su mano derecha.
—Escucha, viejo, no tienes motivo
para tanta preocupación y paranoia. Todos debemos ser cautos; basta con que te
estés convirtiendo en una estrella mundial. Además, tenemos a nuestros
muchachos bien preparados. Preguntaré a mis contactos en la policía quién es
ese tipo y qué pasó con el fallo del avión —dijo Juske, corpulento, recostado
en el sillón.
—Quieren silenciarme, matarme. ¡Me
han amenazado!
—Vamos, eres el mejor producto de
exportación de este país. Estás en las listas de éxitos mundiales.
—¡Me odian! Políticos, imanes,
curas y todo tipo de ladrones. Saben que cuando las ovejas abren los ojos ya no
necesitan pastores. ¡Les estorbo mucho!
—Estelar, también superaremos
Sarajevo. En Zagreb estás a salvo, y en Belgrado triplicaremos la seguridad.
Luego huimos de estos malditos Balcanes y seguimos adelante: Viena, París, ¡el
mundo!
Juske quedó satisfecho de haberlo
calmado al menos un poco. Pero más que sus palabras, al Hombre Estelar lo
tranquilizaron el champán y el polvo blanco. Finalmente se quedó solo en la
suite, mirando fijamente el televisor, vacío. Y poco a poco se fue quedando
dormido…
Zvjezdan Satarić
abrió los ojos. A su lado, en la cama, dormía Dragana, con una mano metida
dentro de sus calzoncillos. Eran las siete de la mañana y se había despertado.
O quizá solo estaba empezando a soñar de nuevo. Hacía tiempo que ni él mismo lo
sabía. Pero sí sabía que su sueño continuaría, y eso era lo que ahora lo
inquietaba profundamente.
Dinko Osmančević nació el 24 de
julio de 1971 en Banja Luka, Bosnia-Hercegovina. Es aforista y escritor de
ciencia ficción. Fue columnista de Nezavisne Novine durante mucho tiempo. Publicó
aforismos y otras obras satíricas en todos los diarios de la República Srpska y
Serbia, así como en otros periódicos, numerosas revistas y publicaciones
literarias ("Književne Novine", Belgrado, "Književni
pregled", Belgrado, "Suština poetice", Glušci, "Književno
pero", Rijeka, "Nekazano", Bar, "Most", Mostar,
"Krajina", Banja Luka, "Nova stvarnost", Banja Luka...),
así como en revistas de género de los Balcanes Occidentales y Eslovaquia. Fue premiado
en concursos y festivales de humor y sátira. Publicó relatos de ciencia ficción
y otros géneros en las revistas "Galaxija", "Orbis",
"Terra", "Suština poetice", "Faros",
"Grad" (Kruševac), "Nekazano", "Đerdan", "Ilustrovana
politika" y en numerosas revistas y portales en línea, así como en una
veintena de colecciones antológicas de relatos.

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