Marius Dichișan
Sonó el comunicador
y, cuando el ingeniero lo conectó, el rostro familiar del director de la
compañía apareció en la pantalla. Cerca de allí, en la proyección holográfica,
el planeta X-42 giraba majestuosamente, un mundo azul verdoso que esperaba a
sus exploradores.
—Brian —dijo el director—,
escúchame bien: esta misión es una formalidad, algo para que quede bien en los
informes. Tienes que llegar a X-42 y asegurarte de que el planeta pueda ser
terraformado. Su potencial es enorme: a solo unos cientos de metros bajo la
superficie hay un yacimiento gigantesco de helio-3. Ya sabes lo que eso
significa: este raro isótopo es la clave para los reactores de fusión nuclear.
Así que ve allí, haz lo necesario y tráenos un informe de viabilidad.
—¿Y qué hacemos con los de “medio
ambiente”? —preguntó Brian, preocupado.
—No te preocupes —lo tranquilizó el
jefe—. Hemos incluido en el equipo a un xenobiólogo que no te dará problemas.
El hombre sufre de osteoporosis, una afección que limita considerablemente su
movilidad. Asegúrate de que permanezca dentro del perímetro establecido y no
explore demasiado el planeta. Cuanto menos vea, más fácil será que nos entregue
un informe aceptable.
Brian cerró la comunicación
mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro. Al parecer, las
cosas por fin estaban cambiando. Una evaluación positiva por parte del
xenobiólogo era todo lo que necesitaba para obtener el contrato. Después, su
cuenta bancaria explotaría con cifras astronómicas.
Mark sintió cómo el
paisaje que se abría ante él lo sobrecogía suavemente. Avanzó con cuidado por
la jungla densa, fascinado al ver cómo los rayos de luz se filtraban a través
del dosel de los árboles gigantes, cayendo luego sobre el suelo cubierto de una
hierba exuberante. Los troncos macizos, de los que las lianas colgaban casi
hasta el suelo, se alzaban hacia el cielo, cerrándose sobre él.
Las voces de sus compañeros se oían
como un murmullo lejano, perdidas en la inmensidad de la jungla. Continuó
avanzando, hipnotizado por la biodiversidad de aquel rincón de paraíso. Al
recibir la convocatoria para la misión, Mark había sentido algunas ligeras dudas.
Sin embargo, ahora no se arrepentía ni por un instante de su decisión. Tal vez
fuera su última expedición como xenobiólogo. La enfermedad avanzaba a pasos
agigantados, así que se alegraba de haber llegado hasta allí. Al menos el
exoesqueleto cumplía su función.
De repente, sus ojos captaron un
movimiento entre el follaje espeso. Un grupo de monos ágiles y curiosos se
deslizaba entre las ramas, acompañándolo a ambos lados del sendero. Luego, uno
de ellos apareció muy cerca. Era del tamaño de un niño, cubierto por un pelaje
azul y esponjoso. Sus grandes orejas redondas destacaban, casi
desproporcionadas con respecto al resto del cuerpo. Parecía una combinación
entre un ratón y un hada mítica. La criatura se movía con agilidad, saltando
ligeramente de una piedra a otra. Sus pequeños ojos verdosos se movían rápido,
explorando cada detalle del entorno. A pesar de su velocidad y energía, parecía
dócil, ya que se acercó a Mark sin el menor rastro de miedo.
Una sonrisa involuntaria apareció
en el rostro del xenobiólogo cuando vio que la criatura se detenía frente a él
y lo observaba con curiosidad. Hizo lo mismo, inclinándose para mirarla más de
cerca. En ese momento percibió una conexión inexplicable, como si aquel pequeño
ser azul fuera un mensajero de ese mundo desconocido.
El mono se acercó, extendiendo una
mano, como si pidiera algo.
—No tengo nada que darte —dijo el
xenobiólogo sonriendo.
Pero sentía cómo una fuerza
inexplicable lo impulsaba a extender la mano hacia la criatura.
Mark entrecerró los ojos, dejando
que su mente procesara la información.
Su estructura se asemeja a la de
los lémures terrestres, pero con un claro añadido evolutivo. Esas orejas
sobredimensionadas… sin duda, un órgano finamente calibrado para la recepción
de ondas sonoras imperceptibles para nosotros. Un híbrido interesante: dinámica
de grupo combinada con una estrategia de supervivencia, algo entre el instinto
explorador de los primates y la habilidad de los camaleones para volverse
invisibles en el momento oportuno. Posiblemente opere según el mismo principio
de refracción cromática que los pequeños seres de aspecto variable que había en
la Tierra, pero aplicado a un nivel que apenas empiezo a intuir.
La pequeña criatura examinó con
atención el exoesqueleto de Mark, palpándolo con sus frágiles dedos. Una vez
satisfecha su curiosidad, emitió un chillido melódico y, tomándolo de un dedo,
lo condujo hasta un grupo de troncos caídos. Allí se sentó y lo miró con
insistencia.
—Esta pequeña criatura es
notablemente inteligente —murmuró Mark, asombrado.
Se sentó a su lado y se sorprendió
al ver que el animal volvía a tomarlo de la mano. Una sensación extraña lo
invadió cuando la mano del mono se pegó a su palma. Un escalofrío frío lo
recorrió al instante, seguido de una descarga eléctrica en el antebrazo. Aunque
el instinto le decía que retirara la mano, la curiosidad lo retenía. A un nivel
subconsciente, parecía no querer soltarse. Una sensación de calma y paz lo
envolvió, ahuyentando cualquier rastro de miedo.
Mark observó cómo el mono azul y
curioso levantaba bruscamente la cabeza, aguzando las grandes orejas en una
dirección concreta. La criatura emitió un sonido corto y alerta y, al segundo
siguiente, toda la atmósfera cambió. Los demás monos, hasta entonces alegres y
despreocupados, se quedaron inmóviles. Su pelaje azul y brillante comenzó a
perder color, pasando por un espectro de tonos hacia el verde amarronado.
Mark quedó atónito. Las criaturas
se habían fundido con la jungla circundante, su pelaje imitaba a la perfección
la textura y los colores de los árboles y las hojas. Incluso sus ojos, antes
luminosos y expresivos, habían cambiado de tono, volviéndose opacos, como
pequeñas piedras sin vida.
A lo lejos se oyó un sonido pesado
y gutural, y Mark sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Entre el follaje,
una criatura masiva avanzaba abriéndose paso entre los árboles, con sus ojos
rojos escudriñando la zona.
Los diminutos seres no se movían;
parecían estatuas, perfectamente integradas en el entorno, extensiones de la
jungla misma. Mark contuvo la respiración, intentando imitarlos, pero su
corazón latía con tanta fuerza que temía que el sonido atrajera al depredador.
El animal pasó cerca. Luego, tras
unos momentos que parecieron una eternidad, desapareció entre las lianas.
Los monos se relajaron y su pelaje
volvió poco a poco al azul de antes. Uno de ellos emitió un breve trino, como
una señal de seguridad. Mark, aun temblando, los observó con admiración.
—Su camuflaje es más que una simple
adaptación. Es una obra de arte…
Otros monos se acercaron, formando
una cadena de brazos unidos alrededor de Mark. Los últimos de la cadena tocaban
un tronco seco cercano. La corriente eléctrica, que había sentido al principio,
aumentó en intensidad, provocando cierta ansiedad en su interior. Aun así, una
voz tranquila le hablaba en la mente: «No tengas miedo, todo está bien».
Con asombro, el xenobiólogo observó
cómo el tronco tocado por los monos cambiaba de color, volviéndose casi
luminoso. Su superficie se solidificó, resquebrajándose con rapidez, como si
fuera una capa de hielo. Finalmente, Mark se deslizó hacia un sueño profundo,
sin sueños.
Cuando despertó, el exobiólogo fue
presa de la confusión y la desorientación. Los monos que lo rodeaban habían
cambiado de comportamiento; parecían inquietos y asustados. El pelaje azul se
había teñido ahora de tonos marrones, y sus trinos melódicos se habían
transformado en gritos agudos de advertencia.
Sintiendo una inexplicable
revitalización en el cuerpo, Mark se puso de pie y vio que sus compañeros se
acercaban por el sendero en medio de la jungla. Hablándoles con calma, intentó
tranquilizar a los monos alterados y, finalmente, observó cómo su pelaje
recuperaba el color azul.
—Te hemos buscado por todas partes
—dijo Brian, el líder del equipo, con voz cargada de preocupación—. Te dije que
no te alejaras.
—No se preocupen, todo está bien
—lo aseguró Mark, señalando a los monos que se escondían tímidamente detrás de
él—. Estos pequeños me han hecho compañía.
—¿Son dóciles? —preguntó Brian, con
cierta vacilación.
—Por supuesto —respondió Mark,
extendiendo la mano hacia uno de los monos—. Mira, no hay de qué tener miedo.
Brian, con cautela, tomó la mano
del mono. Un silencio opresivo se extendió durante unos segundos, hasta que un
arco eléctrico brotó de la palma de la criatura, golpeó el suelo y lanzó a
Brian por los aires. Los monos, enfurecidos, comenzaron a gritar y a
retorcerse, su pelaje transformándose de nuevo, esta vez en un tono oscuro de
marrón, casi negro.
Antes de que el equipo pudiera
reaccionar, los animales se abalanzaron sobre ellos con velocidad, tocando a
cada miembro con sus manos electrizantes. Una parálisis instantánea los
envolvió a todos, congelándolos en el lugar. Una sola palabra se repetía en la
mente de Mark, junto con un sentimiento de rebelión, como un eco:
«Terraformación». Luego, la oscuridad lo envolvió por completo.
Cuando despertaron,
lo primero que llamó su atención fue el planeta bajo ellos. Su nave orbitaba un
mundo infernal, un lugar ardiente donde nubes tormentosas y ríos de lava se
entrelazaban en todas direcciones. Un planeta sacado de una pesadilla, donde la
vida, tal como la conocían, no podía existir.
—¿Este es X-42? ¿Cómo es posible?
—estalló el comandante—. Aquí debíamos encontrar un planeta lleno de vida, no
esta desolación.
—Lancen sondas, cartografíen la
órbita, analicen todo lo que puedan —ordenó Brian con voz cortante, sin apartar
la mirada de las pantallas.
El ingeniero se pasó la mano por el
cabello, tragando saliva. Todo lo que había soñado –las minas ricas, las
colonias, el enorme beneficio de la compañía– se había desvanecido.
El exobiólogo era el único a bordo
que sonreía para sí mismo, satisfecho. El recuerdo de las pequeñas criaturas
azules que lo habían arrancado de las garras de la enfermedad seguía latiendo
vivo en su mente.
Marius Dichișan nació en Baia Mare,
Rumania, y actualmente reside en Londres. Es un gran aficionado a la ciencia
ficción y todo lo relacionado con ella, lo que lo llevó a iniciarse en la
escritura de relatos. Debutó como escritor en 2022 en la revista Galaxia42.
Desde entonces, ha seguido publicado allí, y en Planul9, Utopiqa,
eCreator, ArtZoneSF, Ficțiunea y Fantastica magazin.

No hay comentarios:
Publicar un comentario