lunes, 22 de diciembre de 2025

MODELADO PLANETARIO

Marius Dichișan

 

Sonó el comunicador y, cuando el ingeniero lo conectó, el rostro familiar del director de la compañía apareció en la pantalla. Cerca de allí, en la proyección holográfica, el planeta X-42 giraba majestuosamente, un mundo azul verdoso que esperaba a sus exploradores.

—Brian —dijo el director—, escúchame bien: esta misión es una formalidad, algo para que quede bien en los informes. Tienes que llegar a X-42 y asegurarte de que el planeta pueda ser terraformado. Su potencial es enorme: a solo unos cientos de metros bajo la superficie hay un yacimiento gigantesco de helio-3. Ya sabes lo que eso significa: este raro isótopo es la clave para los reactores de fusión nuclear. Así que ve allí, haz lo necesario y tráenos un informe de viabilidad.

—¿Y qué hacemos con los de “medio ambiente”? —preguntó Brian, preocupado.

—No te preocupes —lo tranquilizó el jefe—. Hemos incluido en el equipo a un xenobiólogo que no te dará problemas. El hombre sufre de osteoporosis, una afección que limita considerablemente su movilidad. Asegúrate de que permanezca dentro del perímetro establecido y no explore demasiado el planeta. Cuanto menos vea, más fácil será que nos entregue un informe aceptable.

Brian cerró la comunicación mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro. Al parecer, las cosas por fin estaban cambiando. Una evaluación positiva por parte del xenobiólogo era todo lo que necesitaba para obtener el contrato. Después, su cuenta bancaria explotaría con cifras astronómicas.

 

Mark sintió cómo el paisaje que se abría ante él lo sobrecogía suavemente. Avanzó con cuidado por la jungla densa, fascinado al ver cómo los rayos de luz se filtraban a través del dosel de los árboles gigantes, cayendo luego sobre el suelo cubierto de una hierba exuberante. Los troncos macizos, de los que las lianas colgaban casi hasta el suelo, se alzaban hacia el cielo, cerrándose sobre él.

Las voces de sus compañeros se oían como un murmullo lejano, perdidas en la inmensidad de la jungla. Continuó avanzando, hipnotizado por la biodiversidad de aquel rincón de paraíso. Al recibir la convocatoria para la misión, Mark había sentido algunas ligeras dudas. Sin embargo, ahora no se arrepentía ni por un instante de su decisión. Tal vez fuera su última expedición como xenobiólogo. La enfermedad avanzaba a pasos agigantados, así que se alegraba de haber llegado hasta allí. Al menos el exoesqueleto cumplía su función.

De repente, sus ojos captaron un movimiento entre el follaje espeso. Un grupo de monos ágiles y curiosos se deslizaba entre las ramas, acompañándolo a ambos lados del sendero. Luego, uno de ellos apareció muy cerca. Era del tamaño de un niño, cubierto por un pelaje azul y esponjoso. Sus grandes orejas redondas destacaban, casi desproporcionadas con respecto al resto del cuerpo. Parecía una combinación entre un ratón y un hada mítica. La criatura se movía con agilidad, saltando ligeramente de una piedra a otra. Sus pequeños ojos verdosos se movían rápido, explorando cada detalle del entorno. A pesar de su velocidad y energía, parecía dócil, ya que se acercó a Mark sin el menor rastro de miedo.

Una sonrisa involuntaria apareció en el rostro del xenobiólogo cuando vio que la criatura se detenía frente a él y lo observaba con curiosidad. Hizo lo mismo, inclinándose para mirarla más de cerca. En ese momento percibió una conexión inexplicable, como si aquel pequeño ser azul fuera un mensajero de ese mundo desconocido.

El mono se acercó, extendiendo una mano, como si pidiera algo.

—No tengo nada que darte —dijo el xenobiólogo sonriendo.

Pero sentía cómo una fuerza inexplicable lo impulsaba a extender la mano hacia la criatura.

Mark entrecerró los ojos, dejando que su mente procesara la información.

Su estructura se asemeja a la de los lémures terrestres, pero con un claro añadido evolutivo. Esas orejas sobredimensionadas… sin duda, un órgano finamente calibrado para la recepción de ondas sonoras imperceptibles para nosotros. Un híbrido interesante: dinámica de grupo combinada con una estrategia de supervivencia, algo entre el instinto explorador de los primates y la habilidad de los camaleones para volverse invisibles en el momento oportuno. Posiblemente opere según el mismo principio de refracción cromática que los pequeños seres de aspecto variable que había en la Tierra, pero aplicado a un nivel que apenas empiezo a intuir.

La pequeña criatura examinó con atención el exoesqueleto de Mark, palpándolo con sus frágiles dedos. Una vez satisfecha su curiosidad, emitió un chillido melódico y, tomándolo de un dedo, lo condujo hasta un grupo de troncos caídos. Allí se sentó y lo miró con insistencia.

—Esta pequeña criatura es notablemente inteligente —murmuró Mark, asombrado.

Se sentó a su lado y se sorprendió al ver que el animal volvía a tomarlo de la mano. Una sensación extraña lo invadió cuando la mano del mono se pegó a su palma. Un escalofrío frío lo recorrió al instante, seguido de una descarga eléctrica en el antebrazo. Aunque el instinto le decía que retirara la mano, la curiosidad lo retenía. A un nivel subconsciente, parecía no querer soltarse. Una sensación de calma y paz lo envolvió, ahuyentando cualquier rastro de miedo.

Mark observó cómo el mono azul y curioso levantaba bruscamente la cabeza, aguzando las grandes orejas en una dirección concreta. La criatura emitió un sonido corto y alerta y, al segundo siguiente, toda la atmósfera cambió. Los demás monos, hasta entonces alegres y despreocupados, se quedaron inmóviles. Su pelaje azul y brillante comenzó a perder color, pasando por un espectro de tonos hacia el verde amarronado.

Mark quedó atónito. Las criaturas se habían fundido con la jungla circundante, su pelaje imitaba a la perfección la textura y los colores de los árboles y las hojas. Incluso sus ojos, antes luminosos y expresivos, habían cambiado de tono, volviéndose opacos, como pequeñas piedras sin vida.

A lo lejos se oyó un sonido pesado y gutural, y Mark sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Entre el follaje, una criatura masiva avanzaba abriéndose paso entre los árboles, con sus ojos rojos escudriñando la zona.

Los diminutos seres no se movían; parecían estatuas, perfectamente integradas en el entorno, extensiones de la jungla misma. Mark contuvo la respiración, intentando imitarlos, pero su corazón latía con tanta fuerza que temía que el sonido atrajera al depredador.

El animal pasó cerca. Luego, tras unos momentos que parecieron una eternidad, desapareció entre las lianas.

Los monos se relajaron y su pelaje volvió poco a poco al azul de antes. Uno de ellos emitió un breve trino, como una señal de seguridad. Mark, aun temblando, los observó con admiración.

—Su camuflaje es más que una simple adaptación. Es una obra de arte…

Otros monos se acercaron, formando una cadena de brazos unidos alrededor de Mark. Los últimos de la cadena tocaban un tronco seco cercano. La corriente eléctrica, que había sentido al principio, aumentó en intensidad, provocando cierta ansiedad en su interior. Aun así, una voz tranquila le hablaba en la mente: «No tengas miedo, todo está bien».

Con asombro, el xenobiólogo observó cómo el tronco tocado por los monos cambiaba de color, volviéndose casi luminoso. Su superficie se solidificó, resquebrajándose con rapidez, como si fuera una capa de hielo. Finalmente, Mark se deslizó hacia un sueño profundo, sin sueños.

Cuando despertó, el exobiólogo fue presa de la confusión y la desorientación. Los monos que lo rodeaban habían cambiado de comportamiento; parecían inquietos y asustados. El pelaje azul se había teñido ahora de tonos marrones, y sus trinos melódicos se habían transformado en gritos agudos de advertencia.

Sintiendo una inexplicable revitalización en el cuerpo, Mark se puso de pie y vio que sus compañeros se acercaban por el sendero en medio de la jungla. Hablándoles con calma, intentó tranquilizar a los monos alterados y, finalmente, observó cómo su pelaje recuperaba el color azul.

—Te hemos buscado por todas partes —dijo Brian, el líder del equipo, con voz cargada de preocupación—. Te dije que no te alejaras.

—No se preocupen, todo está bien —lo aseguró Mark, señalando a los monos que se escondían tímidamente detrás de él—. Estos pequeños me han hecho compañía.

—¿Son dóciles? —preguntó Brian, con cierta vacilación.

—Por supuesto —respondió Mark, extendiendo la mano hacia uno de los monos—. Mira, no hay de qué tener miedo.

Brian, con cautela, tomó la mano del mono. Un silencio opresivo se extendió durante unos segundos, hasta que un arco eléctrico brotó de la palma de la criatura, golpeó el suelo y lanzó a Brian por los aires. Los monos, enfurecidos, comenzaron a gritar y a retorcerse, su pelaje transformándose de nuevo, esta vez en un tono oscuro de marrón, casi negro.

Antes de que el equipo pudiera reaccionar, los animales se abalanzaron sobre ellos con velocidad, tocando a cada miembro con sus manos electrizantes. Una parálisis instantánea los envolvió a todos, congelándolos en el lugar. Una sola palabra se repetía en la mente de Mark, junto con un sentimiento de rebelión, como un eco: «Terraformación». Luego, la oscuridad lo envolvió por completo.

 

Cuando despertaron, lo primero que llamó su atención fue el planeta bajo ellos. Su nave orbitaba un mundo infernal, un lugar ardiente donde nubes tormentosas y ríos de lava se entrelazaban en todas direcciones. Un planeta sacado de una pesadilla, donde la vida, tal como la conocían, no podía existir.

—¿Este es X-42? ¿Cómo es posible? —estalló el comandante—. Aquí debíamos encontrar un planeta lleno de vida, no esta desolación.

—Lancen sondas, cartografíen la órbita, analicen todo lo que puedan —ordenó Brian con voz cortante, sin apartar la mirada de las pantallas.

El ingeniero se pasó la mano por el cabello, tragando saliva. Todo lo que había soñado –las minas ricas, las colonias, el enorme beneficio de la compañía– se había desvanecido.

El exobiólogo era el único a bordo que sonreía para sí mismo, satisfecho. El recuerdo de las pequeñas criaturas azules que lo habían arrancado de las garras de la enfermedad seguía latiendo vivo en su mente.

Marius Dichișan nació en Baia Mare, Rumania, y actualmente reside en Londres. Es un gran aficionado a la ciencia ficción y todo lo relacionado con ella, lo que lo llevó a iniciarse en la escritura de relatos. Debutó como escritor en 2022 en la revista Galaxia42. Desde entonces, ha seguido publicado allí, y en Planul9, Utopiqa, eCreator, ArtZoneSF, Ficțiunea y Fantastica magazin.

 

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