jueves, 18 de diciembre de 2025

LA PESTE DEL VIENTO

Juliana Berlim

 

Existe una ley de nuestro tiempo que se empeña en borrar las huellas del azar, de lo improbable y de lo incomprensible en las existencias humanas. Esa ley, que no está postulada en ningún vademécum, maniobra las acciones de los vivientes como si fueran sus títeres sujetos a bisagras. Tal alineación cartesiana de las temporadas terrestres resiste, admitámoslo, a las corrientes de viento de lo unheimlich siempre que es posible, ganando la mayoría de las batallas. Sin embargo, ante la más frágil apertura de una rendija en lo real tal como lo conocemos, la brisa de lo incognoscible penetra en nuestras vidas, sobrepasando la aprehensión de los sentidos, lanzando la pestilencia de lo improbable, inoculándonos su fiebre tropical.

Carolina, sentada en la barra de la panadería, todos los días, día tras día, cerraba los ojos entre un sorbo y otro, sin percatarse de ninguna alteración en su rutina, nada que afectara su bienestar. No podía prever, por lo tanto, a aquel hombre que llegaba; no podía desconfiar de aquella llegada sin aviso previo.

Aquel hombre con rostro, un rostro sin nombre.

Todos los días, día tras día, durante veintiún días consecutivos, Carolina asistiría a aquella presencia que comenzó a frecuentar de pronto la panadería en la que ella, diariamente, comía su pan con manteca a la plancha y tomaba su café con leche. La presencia despertó de inmediato su atención, sin que pudiera racionalizar el porqué de aquella impresión ni mucho menos controlar sus efectos desreguladores. Aquel hombre detonaba la incertidumbre en el mundo reglado de Carolina: que amaba a Augusto y que, por esa razón, pronto el estado civil de ambos pasaría de soltero a casado. Augusto le ofrecía el amor calmo y transparente que siempre había buscado sin éxito en los brazos de otros hombres, muchos dispuestos a curar con ella sus propias heridas emocionales, muchos dispuestos a exhibirle indiscriminadamente las tensiones de su ego avasallador sobre los intereses de la pareja. Augusto, por el contrario, se presentaba convincente, afirmativo, infalible. Roca, fortaleza, bastión. Coyuntura sin conjetura. El rostro amado.

Carolina reafirmaría estas sentencias de su inmenso afecto por Augusto cada vez que, todos los días, día tras día, durante veintiún días, viera al hombre con rostro y sin nombre volverse hacia ella y, en un proyecto de proximidad, levantar la taza de café para saludarla de manera muy espontánea. Un hombre sobre el cual nada sabía y, a toda costa, durante dos semanas, se negó a saber.

Sin embargo, el decimoquinto día despertó en un desvarío: terminaría su relación de años. La idea la despertó alrededor de las tres de la madrugada, al lado del hombre sólido que la vida le había señalado, porque había decidido, en un instante, dedicar sus pensamientos a un completo desconocido. Se levantó, abrió la ventana: un viento frío penetró en el dormitorio y pareció invadir las zonas subterráneas de su espíritu. Todos los días ese viento la invadiría ahora, estuviera o no la ventana abierta; todos los días traería el recuerdo de los escupitajos de los enfermos, la melancolía de los desencantados, la lengua de los enloquecidos; desde aquel día en adelante, aquel viento humedecido en memorias de pestilencia heriría su paz e invalidaría sus contratos internos.

En el undécimo día en que el banco de la panadería sostuvo su peso desde que avistara a aquel extraño, Carolina –que había atribuido al desconocido el nombre de Carlos– decidió que debía compartir con alguien más las sensaciones que las miradas de aquella presencia le despertaban.

—¿Qué opina usted de ese hombre? —le preguntó Carolina a la dependienta de siempre. —La joven pareció perturbada por la pregunta—. Responda —la apremió Carolina con la mirada; se mostró anormalmente divertida al exhibir una sonrisa que convocaba la respuesta de la empleada.

—¿De qué hombre habla la señora? —logró formular la muchacha, después de algunos segundos de tensa vacilación.

Carolina se molestó. ¿Qué broma de mal gusto era aquella? ¿Acaso no veía a ese hombre que, todos los días, la saludaba, todos los días, día tras día, durante veintiún días.

—¡Cómo no lo ve! —La voz de Carolina sonó exaltada, exclamativa, descontrolada. ¡Durante varios minutos transpiró, nerviosa y aterrorizada.

—Señora… ¿podría retirarse, por favor? —la gerente había acudido a la barra para defender a su empleada de una agresión física que se perfilaba. Carolina resopló con fuerza una última vez.

—Perdón —se calmó, se recompuso—, perdón. Esto no volverá a suceder. —Lanzó una mirada de disculpa a la dependienta, que devolvió una expresión de indulgencia contenida.

Se dio cuenta: había demasiados silencios. El hombre que había habitado durante tres semanas sus pensamientos jamás le había dirigido la palabra; por eso las miradas esquivas de los otros clientes ante sus sutiles saludos al desconocido indicaban reprobación a los gestos dirigidos a la nada. Aquella nada que se había constituido en su élan vital de las últimas semanas, que la había llevado a considerar el final de su relación de años. Su cabeza comenzó a girar y le dolía mucho; el día se volvió fallido, improductivo, irracional. Para colmo, Augusto estaba muy entusiasmado porque iban a verse. Podríamos sumar fuerzas y enlazarnos mutuamente en el entusiasmo, pensó al leer el mensaje de WhatsApp. Celebrar dos cosas infinitas: el Universo y mi estupidez. Solo que sobre el Universo no hay tanta certeza.

Deslizaba con desinterés la línea de tiempo de Facebook, esperando que el tráfico de adelante fluyera. En ese estado de tiempo congelado, saltó una solicitud de mensaje en Messenger. La abrió. Nombre: Carlos. La foto no dejaba dudas: era el hombre sin rostro, ahora con nombre. Sintió que la sangre se le detenía. Él escribía un mensaje. Los segundos pasaron pesados.

—Carolina, ¿sabes desde dónde te escribo?

—No —respondió ella, algo afligida.

—Desde dentro de tu casa.

La nube de polvo entró en el auto con la forma de un viento fuerte y frío.

Juliana Berlim es profesora de Lengua Portuguesa y Literatura del Colegio Pedro II, en Río de Janeiro. Publicaciones recientes: texto en alemán sobre la ciudad de Leipzig en la antología Mein Ort in Deutschland, editorial alemana Hueber (2016); cuentos en las antologías Narrativas cortas de la FLUP (Casa da Palavra, 2016) y en el e-book de 2017 (aún por publicarse); cuento seleccionado para la antología Las ciudades y los deseos (Sello Editorial Aliás, 2018); cuento seleccionado para la antología de ciencia ficción 2084: mundos cyberpunks (Lendari, 2018); cuentos publicados en la revista digital Revista Gueto (2018).

 

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