Juliana Berlim
Existe una ley de
nuestro tiempo que se empeña en borrar las huellas del azar, de lo improbable y
de lo incomprensible en las existencias humanas. Esa ley, que no está postulada
en ningún vademécum, maniobra las acciones de los vivientes como si fueran sus
títeres sujetos a bisagras. Tal alineación cartesiana de las temporadas
terrestres resiste, admitámoslo, a las corrientes de viento de lo unheimlich
siempre que es posible, ganando la mayoría de las batallas. Sin embargo, ante
la más frágil apertura de una rendija en lo real tal como lo conocemos, la
brisa de lo incognoscible penetra en nuestras vidas, sobrepasando la
aprehensión de los sentidos, lanzando la pestilencia de lo improbable,
inoculándonos su fiebre tropical.
Carolina, sentada en la barra de la
panadería, todos los días, día tras día, cerraba los ojos entre un sorbo y
otro, sin percatarse de ninguna alteración en su rutina, nada que afectara su
bienestar. No podía prever, por lo tanto, a aquel hombre que llegaba; no podía
desconfiar de aquella llegada sin aviso previo.
Aquel hombre con rostro, un rostro
sin nombre.
Todos los días, día tras día,
durante veintiún días consecutivos, Carolina asistiría a aquella presencia que
comenzó a frecuentar de pronto la panadería en la que ella, diariamente, comía
su pan con manteca a la plancha y tomaba su café con leche. La presencia
despertó de inmediato su atención, sin que pudiera racionalizar el porqué de
aquella impresión ni mucho menos controlar sus efectos desreguladores. Aquel
hombre detonaba la incertidumbre en el mundo reglado de Carolina: que amaba a
Augusto y que, por esa razón, pronto el estado civil de ambos pasaría de
soltero a casado. Augusto le ofrecía el amor calmo y transparente que siempre
había buscado sin éxito en los brazos de otros hombres, muchos dispuestos a
curar con ella sus propias heridas emocionales, muchos dispuestos a exhibirle
indiscriminadamente las tensiones de su ego avasallador sobre los intereses de
la pareja. Augusto, por el contrario, se presentaba convincente, afirmativo,
infalible. Roca, fortaleza, bastión. Coyuntura sin conjetura. El rostro amado.
Carolina reafirmaría estas
sentencias de su inmenso afecto por Augusto cada vez que, todos los días, día
tras día, durante veintiún días, viera al hombre con rostro y sin nombre
volverse hacia ella y, en un proyecto de proximidad, levantar la taza de café
para saludarla de manera muy espontánea. Un hombre sobre el cual nada sabía y,
a toda costa, durante dos semanas, se negó a saber.
Sin embargo, el decimoquinto día
despertó en un desvarío: terminaría su relación de años. La idea la despertó
alrededor de las tres de la madrugada, al lado del hombre sólido que la vida le
había señalado, porque había decidido, en un instante, dedicar sus pensamientos
a un completo desconocido. Se levantó, abrió la ventana: un viento frío penetró
en el dormitorio y pareció invadir las zonas subterráneas de su espíritu. Todos
los días ese viento la invadiría ahora, estuviera o no la ventana abierta; todos
los días traería el recuerdo de los escupitajos de los enfermos, la melancolía
de los desencantados, la lengua de los enloquecidos; desde aquel día en
adelante, aquel viento humedecido en memorias de pestilencia heriría su paz e
invalidaría sus contratos internos.
En el undécimo día en que el banco
de la panadería sostuvo su peso desde que avistara a aquel extraño, Carolina –que
había atribuido al desconocido el nombre de Carlos– decidió que debía compartir
con alguien más las sensaciones que las miradas de aquella presencia le
despertaban.
—¿Qué opina usted de ese hombre? —le
preguntó Carolina a la dependienta de siempre. —La joven pareció perturbada por
la pregunta—. Responda —la apremió Carolina con la mirada; se mostró
anormalmente divertida al exhibir una sonrisa que convocaba la respuesta de la
empleada.
—¿De qué hombre habla la señora?
—logró formular la muchacha, después de algunos segundos de tensa vacilación.
Carolina se molestó. ¿Qué broma de
mal gusto era aquella? ¿Acaso no veía a ese hombre que, todos los días, la
saludaba, todos los días, día tras día, durante veintiún días.
—¡Cómo no lo ve! —La voz de
Carolina sonó exaltada, exclamativa, descontrolada. ¡Durante varios minutos transpiró,
nerviosa y aterrorizada.
—Señora… ¿podría retirarse, por
favor? —la gerente había acudido a la barra para defender a su empleada de una
agresión física que se perfilaba. Carolina resopló con fuerza una última vez.
—Perdón —se calmó, se recompuso—,
perdón. Esto no volverá a suceder. —Lanzó una mirada de disculpa a la
dependienta, que devolvió una expresión de indulgencia contenida.
Se dio cuenta: había demasiados
silencios. El hombre que había habitado durante tres semanas sus pensamientos
jamás le había dirigido la palabra; por eso las miradas esquivas de los otros
clientes ante sus sutiles saludos al desconocido indicaban reprobación a los
gestos dirigidos a la nada. Aquella nada que se había constituido en su élan
vital de las últimas semanas, que la había llevado a considerar el final de
su relación de años. Su cabeza comenzó a girar y le dolía mucho; el día se
volvió fallido, improductivo, irracional. Para colmo, Augusto estaba muy
entusiasmado porque iban a verse. Podríamos sumar fuerzas y enlazarnos
mutuamente en el entusiasmo, pensó al leer el mensaje de WhatsApp. Celebrar
dos cosas infinitas: el Universo y mi estupidez. Solo que sobre el Universo no
hay tanta certeza.
Deslizaba con desinterés la línea
de tiempo de Facebook, esperando que el tráfico de adelante fluyera. En ese
estado de tiempo congelado, saltó una solicitud de mensaje en Messenger. La
abrió. Nombre: Carlos. La foto no dejaba dudas: era el hombre sin rostro, ahora
con nombre. Sintió que la sangre se le detenía. Él escribía un mensaje. Los
segundos pasaron pesados.
—Carolina, ¿sabes desde dónde te
escribo?
—No —respondió ella, algo afligida.
—Desde dentro de tu casa.
La nube de polvo entró en el auto con
la forma de un viento fuerte y frío.
Juliana Berlim es profesora de Lengua Portuguesa y
Literatura del Colegio Pedro II, en Río de Janeiro. Publicaciones recientes:
texto en alemán sobre la ciudad de Leipzig en la antología Mein Ort in
Deutschland, editorial alemana Hueber (2016); cuentos en las antologías Narrativas
cortas de la FLUP (Casa da Palavra, 2016) y en el e-book de 2017 (aún por
publicarse); cuento seleccionado para la antología Las ciudades y los deseos
(Sello Editorial Aliás, 2018); cuento seleccionado para la antología de ciencia
ficción 2084: mundos cyberpunks (Lendari, 2018); cuentos publicados en
la revista digital Revista Gueto (2018).

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