sábado, 20 de diciembre de 2025

YA NO

Luc Vos

 

Está oscuro cuando abandono mi escondite. Mis oídos se aguzan por los impactos cercanos.

—¿Por qué quieres hacer esto?

La voz de padre resuena en mi cabeza. Sé que tenía razón, pero ¿acaso tenía elección?

—Por mi patria, que siempre ha cuidado bien de mí —había respondido.

—¿De veras? —fue la pregunta de padre.

Salí enfadado, y ahora ya no puedo recordar por qué alguna vez pude pensar eso.

Un ruido más adelante me sobresalta y me arranca de mis ensoñaciones.

Hay que mantenerse alerta, es peligroso.

Te disparan si te encuentran.

Por un momento no puedo respirar; me asusta el sonido agudo cuando el aire escapa con dificultad entre mis labios apretados.

Quizá eso no sería tan malo.

De nuevo veo sus ojos ante mí.

Ni siquiera sé cómo se llamaba.

Sus gritos ahogados resuenan en mi cabeza.

Debe haberme odiado.

No logro expulsarlos, por más que intento cantar en mi mente las canciones que antes tanto me gustaban. Lo intento otra vez, las canto en silencio; no sirve. Su llanto contenido lo sobrepasa todo; el contacto aún perceptible de su piel desnuda contra la mía y su cuerpo inmóvil bajo el mío, más quieto que un cadáver, me provocan escalofríos incesantes.

Yo también me habría odiado.

—¡Tómala! —gritó mi comandante—. Debe ser castigada. Un ejemplo para todos los demás. ¡Tómala!

Su voz era aguda, distinta de lo habitual.

¿Qué es esto?, cruzó mi mente, pero callé, temeroso de recibir otro golpe. Me dolía el cuello de haber alzado la cabeza con brusquedad. La sorpresa debió de reflejarse alrededor de mi boca; el golpe de su mano abierta contra mi mejilla borró cualquier expresión.

—¡Soldado Ivanov! ¡Tómala o considérate desertor!

El hombre había sacado su pistola y me apuntaba; mi mente quedó en blanco. Había oído que eso ocurría, jamás pensé que pasaría en nuestro pelotón. El comandante Petrov era severo, sin duda; a veces me asustaba el vacío de sus ojos, pero ahora veía algo distinto. Un brillo desconocido que había surgido cuando irrumpimos en aquella casa y encontramos a una joven sola. Había interpretado la mueca de su boca como frustración, como añoranza de su propia mujer y su hija, pero ahora lo sabía mejor.

Es una bestia, como todos los demás.

No lo mires. Te disparará.

No quiero esto.

—¡Vamos! ¿O es que no va a pasar nada?

El clic al quitar el seguro de su pistola Yarygin sonó ensordecedor en el espacio reducido. Los sonidos del exterior ya no penetraban; el polvo de las explosiones cercanas entraba flotando, yo no lo sentía.

No quiero.

¿Quieres morir o sobrevivir?

Ella es el enemigo.

¿Lo es?

—¡Ahora!

Por un segundo levanté la vista, vi el cañón apuntando a mi frente y cerré los ojos.

No lo hagas, hijo.

Aparté la voz de madre y me desabroché el cinturón.

¡Hijo!

Perdón…

—¡Eso está mejor!

Una excitación casi palpable vibraba en la voz del comandante Petrov; entendí lo que sentía, pero ya no quería verlo.

Un cerdo.

No lo hagas.

Entonces estás muerto.

¿No es eso mejor?

—¡Fóllatela! ¡Más rápido!

Su respiración iba igual, cada vez más agitada. Vi el abultamiento bajo su cinturón y apenas pude contener las náuseas.

—Perdón —le murmuré a la chica. En algún lugar esperaba que lo entendiera, pero temía que ya no me oyera. Tenía los ojos cerrados, los labios apretados. Yacía ante mí y esperaba. No se movió cuando le subí la falda y le arranqué bruscamente las bragas. La visión de su sexo desnudo no despertó excitación alguna en mi cuerpo, solo una repulsión creciente.

¿Por qué no se resiste?

No es la primera vez.

La horrible certeza atravesó mi mente como un relámpago y me golpeó de lleno en el vientre. El estómago volvió a revolverse; intenté contenerlo, pero no pude evitar que mi comida cayera humeante a su lado. Jadeando permanecí junto a ella; aún yacía inmóvil, con los ojos cerrados y las piernas abiertas, esperando.

Pobre mujer.

Me limpié la boca y miré por encima del hombro. La expresión en el rostro de mi comandante era más espantosa que cualquier cosa que hubiera visto antes. Aquella mezcla de excitación y furia me era desconocida. Agitaba su arma de forma salvaje hacia su cuerpo. Por un instante pensé que introduciría el cañón en ella, pero me golpeó con él en el hombro.

—Inútil. Deja de comportarte como un enclenque. Sigue. ¿O es que no puedes?

No.

Para.

Entonces dispara.

El metal frío presionó contra mi nalga desnuda, recorriéndome un escalofrío.

Hazlo y se acabará, y podrás dejar esto atrás.

¿Sí?

Un nuevo golpe; apreté mi bajo vientre contra ella, pero no logré que mi miembro se alzara. Era virgen y cada noche soñaba con mujeres. Sentir por fin un cuerpo femenino contra el mío era un sueño, pero no hoy.

No de esta manera.

Su piel estaba fría y no podía excitarme.

—¿Eres un hombre?

El hombre bramaba con voz cada vez más aguda, caminando de un lado a otro tras de mí a grandes zancadas. No me atrevía a alzar la vista, temiendo que cualquier movimiento o mirada lo empujara definitivamente al límite.

La mujer seguía inmóvil; aparté mi cuerpo del suyo. Quería disculparme, no sabía qué hacer.

Un empujón en el hombro me hizo caer a un lado; mi miembro golpeó el suelo con fuerza, dolió, pero apreté los dientes.

No corresponde que llores.

Una parte de mí quería que llorara, que demostrara algo, pero su indiferencia solo intensificó la culpa que se apoderaba de todo mi cuerpo.

Con los pantalones en los tobillos, el comandante Petrov me dio otra patada; me aparté aún más y él se dejó caer sobre la joven. Él sí estaba excitado; su respiración era rápida, no dudó en tomarla. Ella no pudo reprimir un grito de dolor cuando la penetró violentamente; sus labios apretados fueron desgarrados con la misma brusquedad que su feminidad.

¡Haz algo!

Quise apartar la mirada, huir; mis piernas parecían de cera.

¡Haz algo!

Durante dos segundos no supe qué hacer; entonces me subí los pantalones de un tirón y saqué la pistola de la funda. El arma temblaba en mi mano mientras la dirigía lentamente hacia mi superior. El comandante Petrov estaba completamente absorto en sus embestidas; yo ya no existía para él. Su jadeo se intensificó; los ojos de ella se abrieron de golpe al oír el sonido de mi arma.

Recuerdo su mirada casi agradecida y aún veo el leve asentimiento que me regaló.

El comandante no oyó el seguro al soltarse, como probablemente tampoco sintió la bala que penetró en su cabeza. El contenido de su cráneo se estrelló contra la pared, sobre los pechos desnudos de la mujer, sobre su vientre; solo pude contemplarlo con absoluto horror.

Nunca más podrás estar con una mujer.

La certeza que me alcanzó disipó el dolor en mi pecho.

Ese es mi castigo.

Está bien.

El comandante cayó sobre ella; solo con gran esfuerzo logré apartarlo. Por un instante pensé en limpiar la sangre y los sesos de su cuerpo, pero ella se encogió y me miró con terror. Se subió la falda y la blusa con movimientos nerviosos y se llevó las piernas al pecho. No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil mirándola, hasta que de pronto comprendí que había firmado mi propia sentencia de muerte.

Tienes que irte de aquí.

¿Adónde?

A cualquier lugar.

—Perdón —susurré una vez más y caminé hacia la puerta sin volver a mirarla.

La ciudad está oscura y devastada, pero sé que me buscan. No hay salida, y no siento arrepentimiento. Una calma que no sentía desde la última vez que trabajé el campo en casa me invade.

—Has hecho lo correcto, Igor —suena la voz de madre.

Sonrío y miro al pelotón que se acerca.

—¿Sabes dónde está el comandante Petrov? —pregunta el capitán.

Asiento suavemente.

—¿Dónde está?

Sin volverme, señalo por encima del hombro.

—¿Está muerto?

Lo confirmo.

—¿Qué ha pasado?

Me encojo de hombros y sonrío.

—Pero tú pertenecías a su pelotón —dice el capitán frunciendo el ceño.

—No. —Río y levanto las manos—. Ya no.

Luc Vos nació en Herk-de-Stad, Bélgica en 1968. Criado en el campo y tras trabajar en la ciudad durante algunos años, comenzó a escribir en 2003. Actualmente vive en Heultje-Westerlo, Bélgica. Empezó escribiendo historias de fantasía, pero luego empezó a explorar múltiples géneros: thrillers, historias juveniles, historias románticas y algunos thrillers psicológicos. Finalmente descubrió su género favorito: el thriller. Asesinos en serie y personas con problemas, descubriendo qué las motiva y por qué hacen lo que hacen. Entre sus obras publicadas más recientes merecen destacarse ZEVEN (2022). La novela corta de suspense Spijt? (2023), y poco después una colección de cuentos ultracortos, Bläckkoekjes, 009 en 75 andere ultra-short stories. Paternoster, un nuevo thriller de la serie "Anne Verelst", se publicó en 2023. 

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