Hernán Tenorio
“¿Quién soy?” había dejado de ser
una pregunta que me inquietara; porque, ya por aquel entonces, eso no tenía ninguna importancia. Es
decir, este relato va a hablar de otra cosa y no de esta pregunta existencial.
¿O acaso ustedes saben quiénes son? ¿Se lo preguntaron alguna vez? Yo soy Raúl
Bermúdez, eso es una obviedad, lo autentifica mi documento.
“¿Qué sos vos,
Bermúdez?”, me dijo la de Historia en tercer año. Creo que esa fue la primera
vez que alguien se animó a decírmelo de frente, sin ningún tipo de rodeos ni
tapujos. Yo notaba que en todas las clases me miraba con desprecio. Nunca se
dirigía a mí, sólo me nombraba para darme los trabajos y los exámenes que por
supuesto –para ella, claro– estaban siempre mal, siempre me aplazaba. Pero ese
día no se aguantó más y me lo preguntó así, frente a todos mis compañeros.
Desde entonces,
“¿Qué carajo sos?” era lo que veía en el rostro de todos los que se detenían a
mirarme: en la calle, en el subte, en la escuela, en la verdulería, en una
plaza, en el tren, en la panadería, en el club, en… La situación me comenzó a
incomodar y tuve miedo, sobre todo cuando me miraba al espejo y veía,
efectivamente, a otro, distinto. En
esos momentos me daba cuenta de que no eran sólo fantasías adolescentes, sino
que yo en realidad era extraño.
Por suerte a
algunas personas yo no les caía mal. No era un friki antisocial, para nada. Podía hablar con la gente y
comunicarme lo más bien. Pero la mirada de algunas personas me causaba miedo.
Hasta que un día iba en el colectivo –creo que estaba yendo a Cemento a ver a Los Brujos– y una vieja no me sacaba los ojos de encima, ¡una cara
de chusma tenía la muy zorra! Me acuerdo que le clavé la mirada con intensidad
y noté que se atemorizó mucho, quedó paralizada, pero, de todas formas, no me
sacaba los ojos de encima. Mientras me bajaba del bondi en Constitución, le
grité: “¿Qué mirás, vieja chota?”. Pero antes de bajarme, me acerqué a ella y
pegó un saltó en el asiento; noté que le corría un sudor frío por su cuello muy
arrugado y colgante. Simplemente se quedó helada, sobre todo cuando le acerqué
la cara lo más cerca que pude y le dije: “¿Le pasa algo, señora?”. Después,
todo se fue de cauce, se hizo confuso, y ahí fue cuando le grité “Vieja chota”
y me bajé del colectivo como si nada. Ninguno de los pasajeros me dijo una
palabra, todos cerraron la boca. Yo me bajé tranquilo del bondi y caminé en
dirección a Estados Unidos.
Antes de
llegar, en el kiosco que estaba a la vuelta, me lo encontré a Charly, un loco
que conocía de los recitales. “¿Qué hacés, chabón?”, me dijo, y yo me acerqué y
nos pusimos a charlar. Charlamos un poco de todo: de música, de películas, de
libros. Al toque compramos una cerveza y un pancho. “Mirá lo que estoy leyendo”,
me dijo Charly, y me extendió un librito. Lo agarré, abrí la primera página y
leí en silencio, mientras Charly empinaba la botella.
“Cuando una mañana se despertó, Gregorio
Samsa, después de un sueño agitado, se encontró en su cama transformado en un espantoso
insecto…”.
“No lo conozco,
¿está bueno?”, le pregunté, y él me dijo que sí, que estaba muy bueno. Bah, en
realidad me dijo: “Es reflashero”. Recuerdo que memoricé el nombre del libro,
porque el del autor era medio raro; y dos días después lo conseguí en una
librería de usados, a buen precio y estado. Lo devoré en un par de horas, me
tiré en una plaza que había cerca de mi casa y me lo leí todo de un tirón. Con
el tiempo pensé que había sido una indirecta de mi amigo, ¡justo recomendarme ese
libro a mí! No me sonaba a coincidencia, pero luego recapacité y me dije que
seguramente lo había hecho sin mala intención.
Claro que mi
caso era diferente al de Gregorio. Porque yo “Nací así”. Esa fue la respuesta
que le di a la de Historia con los ojos inyectados de sangre en aquella
oportunidad y, desde ese día, fue la respuesta que les daba a todas las
personas que me lo preguntaban. Simplemente, “Nací así”, les decía encogiéndome
de hombros y cambiaba rápidamente de tema.
Ustedes deben
estar preguntándose ¿qué pasaba con mi familia, si tengo una? o ¿por qué –en
caso de tener padres– no les preguntaba a ellos sobre mi origen? Desde muy
chico comencé a dudar sobre mi identidad. Había algo que me decía que no era
hijo de mis padres, con sólo mirarlos a ellos y a mí juntos, cualquiera se daba
cuenta. Pero bueno, me llevó un tiempo poder ponerlo en palabras, porque si
algo había heredado o, en este caso, aprendido de esas personas que me criaban,
era cierta facilidad para la negación. Sí, la negación. Ellos evitaban siempre el
tema, me decían “¿Vos estás loco, Raúl?, sos nuestro hijo a pesar de lo que
diga la gente”.
Todo esto me siguió
pasando hasta que un día fuimos con Charly a ver a una banda que se llamaba Los Cometas. Hacían una música medio
espacial, recolgada. Cuando terminó el recital, se acercó el guitarrista, me
preguntó cómo me llamaba y me dijo si no quería salir en el próximo video. Le
dije que sí, que no tenía ningún problema. Le pregunté cómo se llamaba el tema
y me dijo: “El renacuajo del espacio está sediento”. En un principio lo miré
medio mal. “¿Por quién me está tomando, por un fenómeno?”, pensé; pero después
le dije que sí, que no tenía ningún problema.
A la semana me
llaman por teléfono, era el manager de Los
Cometas. “Hola, ¿Raúl?, ¿cómo estás? Soy Guido, el manager de Los Cometas”. Tres días después de la
conversación telefónica, estaba en la sala de ensayo para ultimar detalles.
Llegué temprano para poder ver el ensayo, nunca antes había visto uno. Cuando terminaron
de ensayar, cayó el director del video con dos minitas que iban a ser mis
compañeras protagónicas y atrás de ellos, el manager venía corriendo y gritaba
sacudiendo un papelito con la mano derecha en alto. “¡Lo conseguí, tengo el
permiso para usar el Planetario!”. Tomamos algo y hablamos sobre el video.
Jhony, el cantante, me dijo sonriendo: “Raúl, ¡qué bueno que viniste!, si no
iba a tener que ponerme esta porquería en la cabeza” y sacó de la funda de su
guitarra una máscara del extraterrestre del caso Roswell.
El video, no
hace falta que lo cuente, todos seguramente lo vieron por la televisión o en Internet,
¡ya es un clásico de los videos rockeros! Ese trabajo me llevó a la fama.
A la semana de
haberse estrenado en MTV, llovieron los llamados laborales, las propuestas de
trabajo eran de lo más insólitas: desde hacer publicidades de insecticidas
hasta ir a fiestas privadas como sorpresa para los agasajados. Recuerdo muy
bien una de esas fiestas: el tipo era un fanático de las películas de Steven
Spielberg, toda su vida había soñado con tener un Encuentro cercano del tercer tipo. En aquella oportunidad me di
cuenta de por qué no me gustaban sus películas. Por ejemplo, nunca había visto E.T., el muñeco me parecía un
sacacorchos, algo muy desagradable.
Guido dejó de
ser el manager de Los Cometas y se
convirtió en mi representante. De un día para otro tenía mi propio merchandising: muñequitos, figuritas, ¡“mi
cara estaba en todas las remeras”! Cuando mi fama era un hecho, una mañana me
llama un colaborador de Fabio Zerpa, el reconocido parapsicólogo quería
realizarme una serie de estudios que permitirían –según él– esclarecer mi
origen alienígena, o al menos saber si yo poseía ADN humano. Le dije que no,
que gracias, pero no. Yo ya sabía muy bien lo que era, era una Estrella.
Luego llegó Hollywood y los Oscar y todo lo que ustedes ya saben.
Hernán
Tenorio nació el 25 de diciembre de 1978 en Lanús, provincia de Buenos Aires,
Argentina. Escribe poemas, novelas y otros textos. Es profesor de lengua y
literatura (ISP Joaquín V. González) en escuelas secundarias para adultos de la
ciudad de Buenos Aires, dicta talleres literarios y realiza trabajos como
corrector de textos. Algunos de sus libros de poemas: Guitarra nocturna
(2013), Nonegar (2016), Burbujo (2018), Cyberpunk (2020).
Sus novelas: La Nave (2018). El sueño recurrente (2019). Un
desierto (2022). Su último libro de poemas, La sed del viento, fue
editado por Halley Ediciones en 2023. Además, ha publicado cuentos y poemas en
antologías, revistas y sitios web.

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