Oscar De Los Ríos
Aún
no clarea el día cuando se despierta sobresaltada; un mal presentimiento
acelera su respiración. Con gran esfuerzo logra sentarse en la cama y trata de
ordenar sus pensamientos, mientras el móvil comienza a sonar indicando que ha
entrado una nueva alerta de Instagram.
No es el momento ni la hora. Tiene
un largo día por delante y varios trabajos por encargo que realizar; sin
embargo, sabe de qué se trata: está en juego su prestigio y algo más…
—Me estoy volviendo paranoica. —Les
habla a esas extrañas presencias que solo ella percibe en la habitación vacía.
Seguro se trata del pronóstico del
tiempo o cualquier otra notificación, se dice. También puede que sea un
comentario o un “me gusta” de uno de mis tantos seguidores.
No hay respuesta. No la espera, no
al menos con palabras. Tantos “no” envician el aire de energía negativa y añora
a sus queridos gatos, que la transmutan. En esta fría habitación de hotel se
siente, por primera vez en su vida, desprotegida frente al daño que le pueden
causar otras personas. Justamente ella, que ha hecho de la magia negra su
profesión y sustento durante casi treinta años… Y ahora, cuando estaba pensando
en liquidar esos tres trabajos pendientes y retirarse a disfrutar lo que le
resta de vida, aparece un extraño, casi un fantasma de Facebook, que nadie sabe
de dónde salió: sin amigos, sin seguidores, sin fecha de nacimiento, menos aún
un nombre… nada que lo pueda referenciar y así protegerse.
Y le hace, primero una pregunta
simple y, luego, otra letal:
¿Cree usted que tiene el poder de
cambiar el destino y el cauce de los acontecimientos? Y, de ser así, ¿no cree
que estos cambios un día la alcanzarán?
Jamás se había preguntado si
realmente era ella la artífice que decretaba el rumbo que tomarían los
acontecimientos en los que la magia intervenía, o si el devenir era casual; de
esa forma protegía su conciencia. Este pensamiento se lo guardó y dio una única
respuesta a las dos preguntas: Soy solo un instrumento que obra para que
fuerzas que están más allá de la razón humana operen esos cambios.
De ninguna manera podía perder el control de
la situación; esto traería consecuencias que irían de lo grotesco hasta lo
peligroso. En un primer momento se burlarían de ella y luego dejarían de
temerle; muchos que resultaron perjudicados jamás la dejarían tranquila. Hasta
podían atentar contra su persona.
Ahora, en la soledad del cuarto,
cree oír en la voz de su madre aquel antiguo dicho.
La siembra es optativa, pero la
cosecha es obligatoria.
Vuelve a sonar la notificación en el
celular sacándola de sus pensamientos, aunque esta vez no la ignora.
Extendiendo la mano, toma el móvil de la mesa de noche y accede a Instagram; un
archivo la esperaba. Con mano temblorosa lo abre y la foto que aparece la golpea
en los recuerdos, como si la hubieran arrojado con una honda desde el pasado.
Es ella el día de su boda. Ella y su
imagen en un espejo que le devuelve una amplia sonrisa y unos ojos negros,
brillantes; y a su lado están reflejados los del hombre que la inició en un
mundo de oscuras pasiones y rituales, que la conectaron con fuerzas demoníacas.
Las mismas que invocó años después, cuando descubrió que su esposo pensaba
escaparse con su propia hermana. Ese fue su primer trabajo: ¡desear, sin
comprender lo que hacía, desear! Deseó que los dos murieran en un accidente. Y,
desde esa noche, utilizó a las fuerzas oscuras poniendo un precio a sus
trabajos de magia negra.
Otra notificación en el celular.
Otro archivo. Otra fotografía. Es ella; ahora está sola en la imagen que le
devuelve el móvil y sus ojos son dos huecos sangrantes. ¡¿Quién es el que le
viene a demandar lo que es capaz de hacer o deshacer?!
De pronto, sucede algo. Un gato
negro le roza las piernas y maúlla débilmente.
¿Dónde estoy?
El entorno desaparece y el aire se
llena de minúsculas luces que dibujan, en los sectores en sombra del cuarto,
rostros, una esquina, una ruta cenicienta… un choque. Ahora dibujan un árbol,
un pájaro, dos tumbas; una mano que surge de la tierra y la llama.
La habitación de ese pobre hotel de
las afueras sigue llenándose de presencias que cree reconocer; el aire se
vuelve maloliente. Son hombres, mujeres y niños que ya no lloran, que la
empujan mientras repiten extrañas letanías. No sabe cómo, pero el gato negro
está con una gata barcina. Se deslizan por sus piernas, trepan hasta su cintura
y le lamen las manos. Siente el temor de los animales, siente una respiración
casi humana. Se pregunta qué puede temer un gato, al final de su última vida,
que no sea la muerte.
Ahora ella es otro gato tembloroso, en un irreal alféizar, con una única vida y muchas muertes en las que no se reconoce. Se lleva las manos a los ojos; todavía no hay sangre, pero debe apurarse: es hora de recoger la siembra. La ventana del quinto piso le ofrece la luminosidad de un escape.
Oscar Luis De Los Ríos es un escritor argentino nacido en Rosario, provincia de Santa Fe. Comenzó a escribir después de los cuarenta años y a partir de entonces sus cuentos aparecieron en la revista Cametsa de Perú, en el blog Sinergia, en el podcasts El buen cruel de México, donde sacó el segundo lugar en el concurso de crónica literaria, y en la antología Argentino-boliviana Estaño y plata. Publicó, en colaboración con el escritor Alejandro Bentivoglio el libro de microficciones Esta historia continuará (O no). Un buen número de sus trabajos, tanto en solitario como en "complicidad" con compañeros del TALLER 9 fueron publicados en este blog.

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