Luca Willems
El viento susurraba
y nubes grises cubrían el cielo mientras Benjamin inspeccionaba sus redes
vacías con una mirada cansada. La pesca llevaba tiempo siendo escasa y, con un
tercer hijo en camino, empezaba a sentir el peso de la responsabilidad sobre
sus hombros. Lanzó las redes una última vez, aunque sabía que sería en vano.
Cuando las recogió, vacías como esperaba, salvo por unas cuantas medusas, bajó
la cabeza.
—Por favor, ayúdame —murmuró en voz
baja—. Ya no sé qué hacer.
Esa noche, Benjamin se metió en la
cama junto a su esposa, muy avanzada en su embarazo, quien susurró esperanzada:
—¿Y? ¿Cómo fue la pesca?
Benjamin negó con la cabeza,
abatido.
—Otra vez nada —murmuró.
Su esposa le dio un beso en la
mejilla y lo miró con cariño:
—Todo saldrá bien, encontraremos
una solución.
Benjamin se encogió de hombros, giró
sobre sí mismo y cerró los ojos.
Cuando, tras horas de dar vueltas
en la cama finalmente se quedó dormido, soñó. Estaba de pie en la playa, con
una luna brillante en lo alto del cielo. De repente, una mujer emergió del
agua, con el cuerpo cubierto de escamas plateadas que brillaban como estrellas
y un cabello blanco como la nieve que resplandecía a la luz de la luna. Sus
ojos eran de un azul profundo y ocultaban miles de secretos, como el propio
océano. Ella habló:
—Soy el Mar. Has pedido mi ayuda.
Benjamin asintió apresuradamente.
—Mi familia necesita comida y mis
redes siguen vacías.
El Mar lo miró, con una expresión
severa pero tierna.
—Te daré lo que pides, pero con una
condición. Tendrás capturas abundantes mientras me respetes y me protejas. Nada
de plástico, nada de basura, nada de contaminar mis aguas. Y nada de excesos:
toma solo lo que necesites.
Benjamin respondió con voz
temblorosa:
—Por supuesto, lo prometo.
¡Gracias!
El Mar sonrió y desapareció de
nuevo entre las olas.
Cuando Benjamin despertó a la
mañana siguiente, el sueño le pareció fruto de su mente agotada y desechó la
idea. Pero cuando lanzó las redes, estas se llenaron de inmediato con todo tipo
de peces, desde esbeltas caballas hasta salmones azul verdosos. Benjamin estaba
en el séptimo cielo, pero no olvidó su promesa. Tomó solo lo que necesitaba y
devolvió el resto de los peces al mar. Pronto, los demás habitantes del pequeño
pueblo costero de Meerkerke notaron su éxito.
—El mar te sonríe, ¿cuál es tu
secreto? —preguntaban los otros pescadores con una mezcla de admiración y
envidia.
Pero Benjamin simplemente sonreía y
guardaba el sueño para sí.
Pasaron algunos meses y Benjamin no
podía ser más feliz. Hasta que un día la tranquilidad de Meerkerke se vio
perturbada: una gran empresa, Schelp NV, anunció la construcción de una fábrica
para procesar pescado y crear más empleos. La mayoría de los habitantes estaban
entusiasmados:
—¡Una oportunidad para el pueblo, una
economía mejor!
Pero Benjamin presentía el peligro.
Pasaron unas semanas y el agua de la costa empezó a cambiar visiblemente; pasó
de un azul cristalino a un gris turbio. El olor a aceite llenó el aire y las
redes de Benjamin comenzaron a pesar más por la basura que por los peces.
Tras una pesca especialmente mala,
Benjamin regresó a casa en un frío día de invierno de enero, se metió
directamente en la cama y cayó en un sueño inquieto. Volvió a soñar con la
mujer del mar, pero sus escamas plateadas se veían opacas y desgastadas.
—Has roto tu promesa —dijo con un
tono decepcionado.
Benjamin protestó:
—¡No podía hacer nada, no fue mi
decisión!
El Mar suspiró y lo miró con
severidad:
—Te quedaste en silencio. Eso
también es una decisión.
Mientras se disponía a regresar al
mar, Benjamin intentó en vano sujetarla, gritando desesperado excusas:
—¡Fue la empresa! ¡No tengo poder!
¡Por favor, mi familia…!
Pero nada sirvió.
A la mañana siguiente, Benjamin
estaba abatido sentado a la mesa de la cocina. Las palabras del Mar seguían
resonando en su mente, severas e inevitables. Sentía una enorme culpa y sabía
que tenía que hacer algo, pero no sabía por dónde empezar. ¿Cómo podía un solo
hombre enfrentarse a toda una fábrica y a una comunidad entera? Decidió empezar
poco a poco. Primero habló con su esposa, quien, a pesar de sus dudas, lo animó.
—Si alguien puede hacerlo, eres tú.
Más tarde visitó a sus vecinos, con
quienes salía a pescar a diario. Algunos se rieron de él, otros se encogieron
de hombros, pero también hubo quienes escucharon.
—Nosotros también vemos lo que está
pasando, pero ¿qué se puede hacer contra una empresa tan grande como Schelp NV?
—preguntó un anciano.
Benjamin no tenía respuesta, pero
sabía que necesitaba más voces. Organizó una reunión en la plaza del pueblo,
donde dio un discurso sobre la contaminación del mar, la escasez de pesca y la
amenaza que la fábrica representaba para su sustento. A pesar de todas las
personas a las que había hablado y de los carteles que había colgado, solo
acudió un pequeño grupo. Pero Benjamin no se rindió. Reunió fotos de toda la
basura en el mar y pidió ayuda a un grupo de activistas medioambientales de un
pueblo vecino.
El grupo lo ayudó a iniciar una
campaña y a difundir información. Juntos repartieron folletos, recogieron
firmas y presentaron una denuncia ante el ayuntamiento. Descubrieron que Schelp
NV no había construido una planta de tratamiento de aguas como era obligatorio:
un gran cartel apareció en la plaza del pueblo con el texto:
«Primero agua limpia, lo demás
vendrá después».
Mientras tanto, la resistencia
seguía creciendo; varios vecinos acusaron a Benjamin de poner en peligro sus
empleos.
—¿Desde cuándo protestar ha servido
de algo? —preguntó una joven madre.
Pero otros empezaron a darse cuenta
de lo que estaba en juego.
—Benjamin tiene razón, si perdemos
nuestro mar, lo perdemos todo —dijo un anciano.
Tras meses de lucha, protestas y
cartas al ayuntamiento, los periodistas llegaron a Meerkerke. La historia del
mar contaminado y las acciones de Benjamin atrajeron la atención nacional. Bajo
la presión de la mala publicidad y la intervención de las autoridades, Schelp
NV se vio obligada a desmantelar la fábrica.
Pero la lucha de Benjamin aún no
había terminado. El daño a la bahía era grande, pero no irreversible. Poco a
poco, el agua turbia volvió a ser de un azul claro, y el aire en Meerkerke
volvió a ser fresco. Los peces regresaron y con ellos, la esperanza.
Una tarde, mientras Benjamin
lanzaba sus redes en las aguas en recuperación, sintió la misma brisa suave que
había sentido en su sueño acariciarle el rostro. El agua estaba clara y
reflejaba la luna, y parecía como si el Mar le sonriera. Mientras recogía sus
redes, llenas de una captura modesta, susurró:
—Gracias.
Luca Willems, nacida en 2008 en Gante,
Bélgica, escribe relatos desde muy joven. Durante el instituto, debutó con el
relato "De gele lijn" (La línea amarilla), publicado por Out of This
World. Escribió este relato para un concurso de relatos cortos sobre la obra
del autor absurdista Piet Apol. Esta primera publicación reforzó su ambición de
seguir escribiendo. Posteriormente, creó el relato de clima-ficción "Tegen
de stroom in" (Contracorriente) para la colección temática "De
belofte" (EdgeZero). Luca se centra principalmente en relatos cortos, en
los que experimenta con el lenguaje, la atmósfera y los giros sutiles.

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