viernes, 26 de diciembre de 2025

CONTRA LA CORRIENTE

Luca Willems

 

El viento susurraba y nubes grises cubrían el cielo mientras Benjamin inspeccionaba sus redes vacías con una mirada cansada. La pesca llevaba tiempo siendo escasa y, con un tercer hijo en camino, empezaba a sentir el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Lanzó las redes una última vez, aunque sabía que sería en vano. Cuando las recogió, vacías como esperaba, salvo por unas cuantas medusas, bajó la cabeza.

—Por favor, ayúdame —murmuró en voz baja—. Ya no sé qué hacer.

Esa noche, Benjamin se metió en la cama junto a su esposa, muy avanzada en su embarazo, quien susurró esperanzada:

—¿Y? ¿Cómo fue la pesca?

Benjamin negó con la cabeza, abatido.

—Otra vez nada —murmuró.

Su esposa le dio un beso en la mejilla y lo miró con cariño:

—Todo saldrá bien, encontraremos una solución.

Benjamin se encogió de hombros, giró sobre sí mismo y cerró los ojos.

Cuando, tras horas de dar vueltas en la cama finalmente se quedó dormido, soñó. Estaba de pie en la playa, con una luna brillante en lo alto del cielo. De repente, una mujer emergió del agua, con el cuerpo cubierto de escamas plateadas que brillaban como estrellas y un cabello blanco como la nieve que resplandecía a la luz de la luna. Sus ojos eran de un azul profundo y ocultaban miles de secretos, como el propio océano. Ella habló:

—Soy el Mar. Has pedido mi ayuda.

Benjamin asintió apresuradamente.

—Mi familia necesita comida y mis redes siguen vacías.

El Mar lo miró, con una expresión severa pero tierna.

—Te daré lo que pides, pero con una condición. Tendrás capturas abundantes mientras me respetes y me protejas. Nada de plástico, nada de basura, nada de contaminar mis aguas. Y nada de excesos: toma solo lo que necesites.

Benjamin respondió con voz temblorosa:

—Por supuesto, lo prometo. ¡Gracias!

El Mar sonrió y desapareció de nuevo entre las olas.

Cuando Benjamin despertó a la mañana siguiente, el sueño le pareció fruto de su mente agotada y desechó la idea. Pero cuando lanzó las redes, estas se llenaron de inmediato con todo tipo de peces, desde esbeltas caballas hasta salmones azul verdosos. Benjamin estaba en el séptimo cielo, pero no olvidó su promesa. Tomó solo lo que necesitaba y devolvió el resto de los peces al mar. Pronto, los demás habitantes del pequeño pueblo costero de Meerkerke notaron su éxito.

—El mar te sonríe, ¿cuál es tu secreto? —preguntaban los otros pescadores con una mezcla de admiración y envidia.

Pero Benjamin simplemente sonreía y guardaba el sueño para sí.

Pasaron algunos meses y Benjamin no podía ser más feliz. Hasta que un día la tranquilidad de Meerkerke se vio perturbada: una gran empresa, Schelp NV, anunció la construcción de una fábrica para procesar pescado y crear más empleos. La mayoría de los habitantes estaban entusiasmados:

—¡Una oportunidad para el pueblo, una economía mejor!

Pero Benjamin presentía el peligro. Pasaron unas semanas y el agua de la costa empezó a cambiar visiblemente; pasó de un azul cristalino a un gris turbio. El olor a aceite llenó el aire y las redes de Benjamin comenzaron a pesar más por la basura que por los peces.

Tras una pesca especialmente mala, Benjamin regresó a casa en un frío día de invierno de enero, se metió directamente en la cama y cayó en un sueño inquieto. Volvió a soñar con la mujer del mar, pero sus escamas plateadas se veían opacas y desgastadas.

—Has roto tu promesa —dijo con un tono decepcionado.

Benjamin protestó:

—¡No podía hacer nada, no fue mi decisión!

El Mar suspiró y lo miró con severidad:

—Te quedaste en silencio. Eso también es una decisión.

Mientras se disponía a regresar al mar, Benjamin intentó en vano sujetarla, gritando desesperado excusas:

—¡Fue la empresa! ¡No tengo poder! ¡Por favor, mi familia…!

Pero nada sirvió.

A la mañana siguiente, Benjamin estaba abatido sentado a la mesa de la cocina. Las palabras del Mar seguían resonando en su mente, severas e inevitables. Sentía una enorme culpa y sabía que tenía que hacer algo, pero no sabía por dónde empezar. ¿Cómo podía un solo hombre enfrentarse a toda una fábrica y a una comunidad entera? Decidió empezar poco a poco. Primero habló con su esposa, quien, a pesar de sus dudas, lo animó.

—Si alguien puede hacerlo, eres tú.

Más tarde visitó a sus vecinos, con quienes salía a pescar a diario. Algunos se rieron de él, otros se encogieron de hombros, pero también hubo quienes escucharon.

—Nosotros también vemos lo que está pasando, pero ¿qué se puede hacer contra una empresa tan grande como Schelp NV? —preguntó un anciano.

Benjamin no tenía respuesta, pero sabía que necesitaba más voces. Organizó una reunión en la plaza del pueblo, donde dio un discurso sobre la contaminación del mar, la escasez de pesca y la amenaza que la fábrica representaba para su sustento. A pesar de todas las personas a las que había hablado y de los carteles que había colgado, solo acudió un pequeño grupo. Pero Benjamin no se rindió. Reunió fotos de toda la basura en el mar y pidió ayuda a un grupo de activistas medioambientales de un pueblo vecino.

El grupo lo ayudó a iniciar una campaña y a difundir información. Juntos repartieron folletos, recogieron firmas y presentaron una denuncia ante el ayuntamiento. Descubrieron que Schelp NV no había construido una planta de tratamiento de aguas como era obligatorio: un gran cartel apareció en la plaza del pueblo con el texto:

«Primero agua limpia, lo demás vendrá después».

Mientras tanto, la resistencia seguía creciendo; varios vecinos acusaron a Benjamin de poner en peligro sus empleos.

—¿Desde cuándo protestar ha servido de algo? —preguntó una joven madre.

Pero otros empezaron a darse cuenta de lo que estaba en juego.

—Benjamin tiene razón, si perdemos nuestro mar, lo perdemos todo —dijo un anciano.

Tras meses de lucha, protestas y cartas al ayuntamiento, los periodistas llegaron a Meerkerke. La historia del mar contaminado y las acciones de Benjamin atrajeron la atención nacional. Bajo la presión de la mala publicidad y la intervención de las autoridades, Schelp NV se vio obligada a desmantelar la fábrica.

Pero la lucha de Benjamin aún no había terminado. El daño a la bahía era grande, pero no irreversible. Poco a poco, el agua turbia volvió a ser de un azul claro, y el aire en Meerkerke volvió a ser fresco. Los peces regresaron y con ellos, la esperanza.

Una tarde, mientras Benjamin lanzaba sus redes en las aguas en recuperación, sintió la misma brisa suave que había sentido en su sueño acariciarle el rostro. El agua estaba clara y reflejaba la luna, y parecía como si el Mar le sonriera. Mientras recogía sus redes, llenas de una captura modesta, susurró:

—Gracias.

Luca Willems, nacida en 2008 en Gante, Bélgica, escribe relatos desde muy joven. Durante el instituto, debutó con el relato "De gele lijn" (La línea amarilla), publicado por Out of This World. Escribió este relato para un concurso de relatos cortos sobre la obra del autor absurdista Piet Apol. Esta primera publicación reforzó su ambición de seguir escribiendo. Posteriormente, creó el relato de clima-ficción "Tegen de stroom in" (Contracorriente) para la colección temática "De belofte" (EdgeZero). Luca se centra principalmente en relatos cortos, en los que experimenta con el lenguaje, la atmósfera y los giros sutiles.

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