sábado, 8 de noviembre de 2025

LA NOCHE ETERNA

Rafael Martínez Liriano


 

—¿Hasta cuándo estaremos andando sin rumbo? —preguntó Ferreti.

—Hasta que el jefe diga lo contrario —respondió Barone secamente—. ¿Te molesta?

—No me molesta, es solo que… no sé… toda esta lluvia y la ciudad tan muerta en algunos lados y tan viva en otros. 

—¿Te volviste espiritual ahora?

—No es eso, simplemente es como si algo rondara en el ambiente, como si la ciudad supiera algo que sus habitantes no pueden identificar.

—Si te refieres a la chica, no te preocupes. No creo que su padre sea tan tonto, verás como ella estará en casa antes del amanecer. 

  Ferreti se mantuvo en silencio por un rato mientras las calles se sucedían en una secuencia infinita. Ferreti estaba preocupado, estaban cruzando una de las pocas líneas sagradas para la mafia, incluso si tenían éxito. Esto sentaría un muy mal precedente.

—Detente en esa gasolinera, debemos cargar combustible y comprar algo de comer —Barone señaló un gran letrero de neón de color violeta, comida y gas las veinticuatro horas. 

—El tanque está a la mitad —informó Ferreti—. Además, según tú, esto se resolverá pronto.

—Que esto se resuelva rápido no depende de mí, lo sabes bien. ¿Estás bien? —preguntó Barone—; desde hace rato te noto extraño, como si estuvieras molesto. Primero estabas con esa pose poética sobre la ciudad y sus sentimientos, y ahora pareciera que estás inquieto.

—No estoy inquieto, solo quiero que esto termine lo más pronto posible. —Ferreti sí estaba inquieto pero no podía demostrarlo, cualquier muestra de duda podía terminar muy mal para él.

—Pues a mí me parece que estás nervioso, y más vale que estés concentrado en esto… no tengo que recordarte lo que pasará si fallamos.

—¡Estoy bien!, ¿Crees que soy un novato al que puedes amenazar con darme unas palmadas? Al parecer has olvidado quién soy y de lo que soy capaz.

—El que parece haberlo olvidado eres tú, pero ya está bien de tonterías, ve a comprar algo de comer mientras yo pongo gasolina y miro si todo está bien con el paquete.

—No tardo —dijo Ferreti poniendo punto final a la discusión.

 Cuando regresó de la tienda, Ferreti traía dos sándwiches y tres refrescos. 

—¿Qué es eso? —preguntó Barone.

—Me pediste que trajera algo de comer —respondió Ferreti haciéndose el tonto.

—Veo dos sándwiches y tres refrescos. ¿Es que acaso tienes tanta sed? Porque yo no.

—Es para ella —dijo Ferreti en voz baja.

—A eso me refiero cuando digo que estás extraño.

—Solo es un jugo, la chica no ha comido nada desde las tres de la tarde más o menos.

—¿Y qué vas a hacer, le vas a dar a tomar el jugo acá en medio de la gente?

—Podemos dárselo en cualquier lugar apartado, solo será un momento.

—Sabes mejor que yo cuales son las órdenes: mantenernos conduciendo por la ciudad hasta nuevo aviso, solo podemos parar a cargar combustible como ahora. 

—Lo sé —concedió Ferreti que arrojó el vaso de jugo sobrante a basura y después subió al auto sin ocultar su descontento con los argumentos de Barone.

 

Las horas pasaban mientras el auto continuaba con su periplo infinito por las calles de una ciudad cada vez más solitaria, una ciudad que, como un animal gigantesco ignora las tragedias que se gestan en su interior.

Ferreti y Barone deambulaban en silencio. No se habían dirigido la palabra desde la discusión en la gasolinera. A Barone le preocupaba el comportamiento de Ferreti, sabía lo delicada que era la misión encomendada y temía que su compañero ya no tuviera el temple necesario para realizar el trabajo.

—Ferrand debió llamar hace rato —dijo Ferreti mirando su reloj—. Son las 3:09 am.

—Tienes razón, de seguro que el tonto de Almeida se hace el duro.

—¿Crees que se haga el duro aún tratándose de su hija? 

—Con estos jefes mafiosos uno nunca sabe —respondió Barone—. Ellos tienen sus prioridades y no siempre la familia está entre ellas. 

—¿Cómo que no? Si la familia no es una prioridad para ti, ¿entonces qué lo es? 

—Es una pregunta que me es indiferente en este momento, yo, a diferencia de Almeida, no tengo que elegir entre mi imperio mafioso y la vida de mi hija. —Barone respondía con cinismo a una pregunta que le parecía sin sentido.

La conversación fue interrumpida por la melodía genérica del teléfono. 

—Si… —dijo Barone; Ferreti lo miraba en silencio—. Entendido.

Barone cerró la llamada y continuó manejando. 

—¿Era Ferrand al teléfono?

—Si…

—¿¡Qué te dijo, carajo!? —Ferreri estaba fuera de sí, presa de la incertidumbre.

—Almeida no aceptó: le dijo a Ferrand que haga lo que quiera con la chica. Que él sabe cómo hacer más.

—¿Que…? —Ferreti no daba crédito a las palabras de su compañero.

—El hijo de puta de Almeida está usando a su hija como una pieza de ajedrez, puso a Ferrand en una posición comprometida: al negarse a negociar, Ferrand no tendrá otra opción que matar a la chica, ya que si no lo hace quedará como alguien débil ante todos. Pero si la mata entonces le dará a Almeida la excusa para iniciar la guerra en venganza por su hija. Todos apoyarán a un padre que ha perdido a su hija en manos de un desalmado.

—¿Qué haremos con la chica? —preguntó Ferreti con miedo.

—Matarla y desaparecer el cadáver, ¿qué más?

—Estas loco, no podemos hacer eso con esa niña.

—Sí podemos, esas son las órdenes, y no están sujetas a discusión. —Barone tomó un camino que los llevaría fuera de ciudad.

—Vamos al campo de maíz. —Ferreti reconocía la ruta, la habían recorrido muchas veces cuando tenían "basura" de la que deshacerse.

Ferreti se sintió invadido por el desasosiego, su corazón latía con fuerza y sudaba a chorros. Algo dentro suyo le decía que matar aquella chica era llegar demasiado lejos, incluso para un asesino como él. Pero ¿qué hacer? ¿Matar a su compañero para salvarla? Después irse lejos con la chica y esperar que Ferrand los halle y la mate de todos modos, esa pobre chica había tenido la mala suerte de nacer en medio de una familia mafiosa, y ahora debía pagar el precio de ese nacimiento. Era duro de aceptar pero la realidad era esa y no iba a cambiar. Pero… ¿debía ser el final? ¿No había manera de romper aquél veredicto de muerte? 

 

El auto se detuvo en lo profundo de un inmenso mar de maíz a las 3:35 pm, en un claro expresamente creado para enterrar a los elementos no deseados. 

—Vamos —dijo Barone mientras bajaba del auto.

Ferreti lo siguió con el arma oculta aún sin saber que hacer para detener lo que iba a suceder.

—Quiero decirte algo… —dijo Ferreti dubitativo. 

—Dime —respondió Barone, pero el sonido de tres disparos a quemarropa le hicieron callar a Ferreti mientras miraba como la chica de quince años dejaba de ser una persona con toda una vida por delante para ser solo un bulto emanante de sangre y culpas ajenas.

—Sé que tenías dudas con este asunto, así que te evite cualquier problema de indecisión. 

—¡¿Qué hiciste?! 

—Hice lo que nos ordenaron hacer.

—Ella no merecía esto —Ferreti cayó de rodillas fulminado por la visión del cadáver en el maletero del auto.

—No merecía esto, me dices, claro que no merecía esto pero las otras personas que hemos matado antes, tampoco lo merecían y eso no te detuvo. ¿Que tenía esta chica de especial, que merecía vivir más que los demás?

—Tu no entiendes —gesticuló Ferreti.

—Quien no entiende eres tú, ¿crees que por salvar a esta muchacha te ibas a redimir de todos tus pecados anteriores, que todas las personas que has matado de pronto cobrarán vida y regresarán con sus seres queridos? Entiende que hace mucho tiempo hiciste una elección, una de la que no hay marcha atrás. 

Ferreti descargó su pistola encima de Barone, disparó todas las balas, excepto una que guardó para sí. Ferreti puso el caño aún caliente en su boca dispuesto a terminar aquella noche que parecía eterna.

—No vas a escapar de mí tan fácilmente, tu cuerpo y alma son míos por la eternidad. 

Ferreti lanzó un grito de espanto al ver a su compañero de pie con una sonrisa descompuesta. 

Su grito se ahogó en un mar de oscuridad, en medio de una noche eterna.


Rafael Martínez Liriano tiene cuarenta y ocho años. Vive en Villa la Mata, en la provincia Sánchez Ramírez, norte de su país, la República Dominicana. Escribe desde hace cinco años y la mayor parte de su actividad, individual y colectiva, la realiza en el ámbito del TALLER 9. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MATE AMARGO

Sergio Gaut vel Hartman   Gumersindo Salvatierra tomaba mate a la sombra de un ombú. La Pampa, inmensa, dormía la siesta acunada por el ca...