Rafael Martínez Liriano
—¿Hasta cuándo estaremos andando
sin rumbo? —preguntó Ferreti.
—Hasta que el
jefe diga lo contrario —respondió Barone secamente—. ¿Te molesta?
—No me molesta,
es solo que… no sé… toda esta lluvia y la ciudad tan muerta en algunos lados y
tan viva en otros.
—¿Te volviste
espiritual ahora?
—No es eso,
simplemente es como si algo rondara en el ambiente, como si la ciudad supiera
algo que sus habitantes no pueden identificar.
—Si te refieres
a la chica, no te preocupes. No creo que su padre sea tan tonto, verás como
ella estará en casa antes del amanecer.
Ferreti
se mantuvo en silencio por un rato mientras las calles se sucedían en una
secuencia infinita. Ferreti estaba preocupado, estaban cruzando una de las
pocas líneas sagradas para la mafia, incluso si tenían éxito. Esto sentaría un
muy mal precedente.
—Detente en esa
gasolinera, debemos cargar combustible y comprar algo de comer —Barone señaló
un gran letrero de neón de color violeta, comida y gas las veinticuatro horas.
—El tanque está
a la mitad —informó Ferreti—. Además, según tú, esto se resolverá pronto.
—Que esto se
resuelva rápido no depende de mí, lo sabes bien. ¿Estás bien? —preguntó Barone—;
desde hace rato te noto extraño, como si estuvieras molesto. Primero estabas
con esa pose poética sobre la ciudad y sus sentimientos, y ahora pareciera que
estás inquieto.
—No estoy
inquieto, solo quiero que esto termine lo más pronto posible. —Ferreti sí
estaba inquieto pero no podía demostrarlo, cualquier muestra de duda podía
terminar muy mal para él.
—Pues a mí me
parece que estás nervioso, y más vale que estés concentrado en esto… no tengo
que recordarte lo que pasará si fallamos.
—¡Estoy bien!, ¿Crees
que soy un novato al que puedes amenazar con darme unas palmadas? Al parecer
has olvidado quién soy y de lo que soy capaz.
—El que parece
haberlo olvidado eres tú, pero ya está bien de tonterías, ve a comprar algo de
comer mientras yo pongo gasolina y miro si todo está bien con el paquete.
—No tardo —dijo
Ferreti poniendo punto final a la discusión.
Cuando
regresó de la tienda, Ferreti traía dos sándwiches y tres refrescos.
—¿Qué es eso?
—preguntó Barone.
—Me pediste que
trajera algo de comer —respondió Ferreti haciéndose el tonto.
—Veo dos
sándwiches y tres refrescos. ¿Es que acaso tienes tanta sed? Porque yo no.
—Es para ella
—dijo Ferreti en voz baja.
—A eso me
refiero cuando digo que estás extraño.
—Solo es un
jugo, la chica no ha comido nada desde las tres de la tarde más o menos.
—¿Y qué vas a
hacer, le vas a dar a tomar el jugo acá en medio de la gente?
—Podemos dárselo
en cualquier lugar apartado, solo será un momento.
—Sabes mejor que
yo cuales son las órdenes: mantenernos conduciendo por la ciudad hasta nuevo
aviso, solo podemos parar a cargar combustible como ahora.
—Lo sé —concedió
Ferreti que arrojó el vaso de jugo sobrante a basura y después subió al auto
sin ocultar su descontento con los argumentos de Barone.
Las horas pasaban mientras el auto
continuaba con su periplo infinito por las calles de una ciudad cada vez más
solitaria, una ciudad que, como un animal gigantesco ignora las tragedias
que se gestan en su interior.
Ferreti y Barone
deambulaban en silencio. No se habían dirigido la palabra desde la discusión en
la gasolinera. A Barone le preocupaba el comportamiento de Ferreti, sabía lo
delicada que era la misión encomendada y temía que su compañero ya no tuviera
el temple necesario para realizar el trabajo.
—Ferrand debió
llamar hace rato —dijo Ferreti mirando su reloj—. Son las 3:09 am.
—Tienes razón,
de seguro que el tonto de Almeida se hace el duro.
—¿Crees que se
haga el duro aún tratándose de su hija?
—Con estos jefes
mafiosos uno nunca sabe —respondió Barone—. Ellos tienen sus prioridades y no
siempre la familia está entre ellas.
—¿Cómo que no?
Si la familia no es una prioridad para ti, ¿entonces qué lo es?
—Es una pregunta
que me es indiferente en este momento, yo, a diferencia de Almeida, no tengo
que elegir entre mi imperio mafioso y la vida de mi hija. —Barone respondía con
cinismo a una pregunta que le parecía sin sentido.
La conversación
fue interrumpida por la melodía genérica del teléfono.
—Si… —dijo
Barone; Ferreti lo miraba en silencio—. Entendido.
Barone cerró la
llamada y continuó manejando.
—¿Era Ferrand al
teléfono?
—Si…
—¿¡Qué te dijo,
carajo!? —Ferreri estaba fuera de sí, presa de la incertidumbre.
—Almeida no
aceptó: le dijo a Ferrand que haga lo que quiera con la chica. Que él sabe cómo
hacer más.
—¿Que…? —Ferreti
no daba crédito a las palabras de su compañero.
—El hijo de puta
de Almeida está usando a su hija como una pieza de ajedrez, puso a Ferrand en
una posición comprometida: al negarse a negociar, Ferrand no tendrá otra opción
que matar a la chica, ya que si no lo hace quedará como alguien débil ante todos.
Pero si la mata entonces le dará a Almeida la excusa para iniciar la guerra en
venganza por su hija. Todos apoyarán a un padre que ha perdido a su hija en
manos de un desalmado.
—¿Qué haremos
con la chica? —preguntó Ferreti con miedo.
—Matarla y
desaparecer el cadáver, ¿qué más?
—Estas loco, no
podemos hacer eso con esa niña.
—Sí podemos,
esas son las órdenes, y no están sujetas a discusión. —Barone tomó un camino
que los llevaría fuera de ciudad.
—Vamos al campo
de maíz. —Ferreti reconocía la ruta, la habían recorrido muchas veces
cuando tenían "basura" de la que deshacerse.
Ferreti se
sintió invadido por el desasosiego, su corazón latía con fuerza y sudaba a
chorros. Algo dentro suyo le decía que matar aquella chica era llegar demasiado
lejos, incluso para un asesino como él. Pero ¿qué hacer? ¿Matar a su compañero
para salvarla? Después irse lejos con la chica y esperar que Ferrand los halle
y la mate de todos modos, esa pobre chica había tenido la mala suerte de nacer
en medio de una familia mafiosa, y ahora debía pagar el precio de ese
nacimiento. Era duro de aceptar pero la realidad era esa y no iba a cambiar.
Pero… ¿debía ser el final? ¿No había manera de romper aquél veredicto de
muerte?
El auto se detuvo en lo profundo de
un inmenso mar de maíz a las 3:35 pm, en un claro expresamente creado para
enterrar a los elementos no deseados.
—Vamos —dijo
Barone mientras bajaba del auto.
Ferreti lo
siguió con el arma oculta aún sin saber que hacer para detener lo que iba a
suceder.
—Quiero decirte
algo… —dijo Ferreti dubitativo.
—Dime —respondió
Barone, pero el sonido de tres disparos a quemarropa le hicieron callar a
Ferreti mientras miraba como la chica de quince años dejaba de ser una persona
con toda una vida por delante para ser solo un bulto emanante de sangre y
culpas ajenas.
—Sé que tenías
dudas con este asunto, así que te evite cualquier problema de indecisión.
—¡¿Qué
hiciste?!
—Hice lo que nos
ordenaron hacer.
—Ella no merecía
esto —Ferreti cayó de rodillas fulminado por la visión del cadáver en el
maletero del auto.
—No merecía esto,
me dices, claro que no merecía esto pero las otras personas que hemos matado
antes, tampoco lo merecían y eso no te detuvo. ¿Que tenía esta chica de
especial, que merecía vivir más que los demás?
—Tu no entiendes
—gesticuló Ferreti.
—Quien no
entiende eres tú, ¿crees que por salvar a esta muchacha te ibas a redimir de
todos tus pecados anteriores, que todas las personas que has matado de pronto
cobrarán vida y regresarán con sus seres queridos? Entiende que hace mucho
tiempo hiciste una elección, una de la que no hay marcha atrás.
Ferreti descargó
su pistola encima de Barone, disparó todas las balas, excepto una que guardó
para sí. Ferreti puso el caño aún caliente en su boca dispuesto a terminar
aquella noche que parecía eterna.
—No vas a
escapar de mí tan fácilmente, tu cuerpo y alma son míos por la eternidad.
Ferreti lanzó un
grito de espanto al ver a su compañero de pie con una sonrisa
descompuesta.
Su grito se
ahogó en un mar de oscuridad, en medio de una noche eterna.
Rafael Martínez Liriano tiene cuarenta y ocho años. Vive en Villa la Mata, en la provincia Sánchez Ramírez, norte de su país, la República Dominicana. Escribe desde hace cinco años y la mayor parte de su actividad, individual y colectiva, la realiza en el ámbito del TALLER 9.

No hay comentarios:
Publicar un comentario