Boris Glikman
A lo largo de toda
su carrera académica como astrofísico en el departamento de física de la
Universidad de Lublov, al profesor Klekspan lo perseguía una llamativa
coincidencia cósmica: que el número de variedades de manzanas coincidía
exactamente con el número de tipos de objetos celestes establecidos por el
sistema de clasificación espectral Yerkes.
Gracias al lujo del tiempo y de la
libertad financiera que le brindó la jubilación, el profesor Klekspan pudo, al
fin, dedicar todo su poder intelectual a desarrollar una teoría que explicara
este desconcertante fenómeno.
El eje principal de su hipótesis
era que los planetas y las estrellas eran, en realidad, manzanas gigantes. Para
probar esta suposición, el profesor Klekspan (Emérito) revisó minuciosamente
cada variedad de manzana conocida (más de 7.000) y comparó su composición
química y sus propiedades físicas con las de los cuerpos celestes, con la
esperanza de hallar una correspondencia.
Pasaron años de decepciones y
tropiezos mientras luchaba por avanzar con ese enfoque. Los años desperdiciados
se apilaban uno sobre otro, cargándolo con su peso muerto.
Habiendo agotado los métodos
iniciales para abordar el problema, el profesor Klekspan (Emérito) decidió
concentrarse en crear una prueba puramente matemática de su conjetura. Sin
embargo, este camino resultó ser igual de intratable y problemático. La desilusión
se instaló cuando empezó a perder la esperanza de lograr su objetivo.
Y entonces, justo cuando estaba por
abandonarlo todo, una extraordinaria revelación iluminó su mente como una
supernova en explosión y disipó sin esfuerzo la confusión y la penumbra de los
años precedentes. Para él, era la idea más hermosa de toda su vida, y a menudo
recordaría ese momento para recrearse en la cálida memoria de su gloria.
Sí, el profesor Klekspan (Emérito)
vio el paso crucial que necesitaba su argumento matemático y, por fin, logró
demostrar satisfactoriamente que los planetas y las estrellas son, en efecto,
manzanas descomunales. Pero cuando contempló su prueba terminada, las dudas lo
asaltaron. La noción de que las manzanas y los cuerpos celestes eran lo mismo
resultaba tan extraña que ni siquiera él, el creador de la hipótesis, podía
aceptar del todo lo que acababa de demostrar. Porque, pese a haber intentado
probar este teorema durante muchos años, nada lo había preparado para la
posibilidad de que fuese cierto. Como cualquier científico experimentado, el
profesor Klekspan (Emérito) era muy consciente de que existe un enorme abismo
entre una hipótesis y su demostración, y que, por más fervientemente que
creyera en su idea, esta no tenía verdad ni validez alguna hasta ser
demostrada. Y así, ahora que la hipótesis por primera vez había adquirido plena
realidad, la contemplaba con asombro e incredulidad.
Sin embargo, la cadena de pasos
matemáticos del argumento era incontrovertible. La ecuación final de la prueba
tenía a la Tierra en un lado y a una manzana Granny Smith en el otro, y entre
ambas un pequeño signo de “igual”. A eso se reducían todos sus años de lucha
intelectual: a un diminuto símbolo matemático compuesto por dos líneas
paralelas.
Ahora que la ecuación estaba
completa y correcta, parecía emitir un suave resplandor propio, como una
bombilla correctamente conectada a la red eléctrica. Era como si, tras haberse
enlazado con la fuente de las Verdades Eternas, la ecuación brillara con ese
resplandor interior especial que poseen todas las verdades, y solo las
verdades.
Para saborear la prueba y convencerse
de su realidad, el profesor Klekspan (Emérito) escribió una y otra vez su
última línea, hasta que no quedó espacio libre en la hoja de papel:
Tierra = Granny Smith
Tierra = Granny Smith
Tierra = Granny Smith
Una ecuación simple, ¡y qué
consecuencias se derivaban de ella! Lo verdaderamente milagroso de esta
ecuación –y aquello de lo que el profesor Klekspan (Emérito) se sentía más
orgulloso– era que sus dos lados provenían de campos aparentemente sin relación
alguna: la Astronomía y la Botánica. No igualaba simplemente dos conceptos
físicos ni dos cantidades matemáticas, como suelen hacer las ecuaciones
normales de la física y la matemática. Por el contrario, de un modo único e
inédito, su ecuación conseguía unificar ramas del conocimiento que hasta
entonces habían permanecido completamente separadas. De allí en adelante, la
Astronomía y la Botánica quedarían subsumidas en una sola entidad indivisible.
Tras ese avance colosal, el
profesor Klekspan (Emérito) empleó las mismas herramientas matemáticas para
demostrar, en rápida sucesión, la equivalencia entre el Sol y la Golden
Delicious, así como la equivalencia entre Marte y la McIntosh Red. También logró
mostrar, con base en los datos disponibles, que la estrella gigante roja
Betelgeuse era una Red Delicious o una Gala.
Sin embargo, resultó imposible
demostrar la equivalencia entre Sirio y una Fuji usando el método matemático
original. El profesor Klekspan (Emérito) finalmente comprendió que hacía falta
un nuevo enfoque para ese caso particular, y un argumento por reducción al
absurdo se reveló como el más adecuado para la tarea. Al mostrar que, si
Sirio no equivalía a una Fuji, se produciría una contradicción, pudo concluir
que, ipso facto, debía de ser cierto que Sirio era una Fuji.
Su logro supremo fue demostrar que
no solo existía una equivalencia entre estrellas y manzanas, sino que la
conexión era más profunda e íntima. Es decir, pudo probar que cada vez que se
creaba una nueva variedad de manzana en la Tierra, nacía una nueva estrella o
planeta en algún lugar del Universo. Así, a través de las manzanas, la
humanidad podía ejercer un poder directo sobre el Cosmos.
A pesar de la validez indiscutible
de su teoría, surgió una vehemente oposición y un estruendoso ridículo tanto en
la comunidad científica como entre el público general. Como forma de disipar
las acusaciones de que se trataba simplemente de una teoría disparatada creada
por un chiflado, y para demostrar físicamente su veracidad, el profesor
Klekspan (Emérito) recurrió a desenterrar y comer tierra, afirmando que sabía
mucho a la papilla de manzana que le daban cuando era bebé.
Así que, si ves a un hombre
desaliñado caminando por la ciudad con papeles llenos de números y símbolos
sobresaliendo de sus bolsillos y terrones de tierra en las manos, por favor no
te rías ni te burles de él. Porque ese es el profesor Klekspan (Emérito), el
descubridor de la revelación más increíble de toda la historia de la ciencia.
Título original: The apple cosmos
Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman
Boris Glikman es escritor, poeta y filósofo. Las mayores influencias en su escritura son los sueños, Kafka, Borges y Dalí. Sus historias, poemas y artículos de no ficción han sido editados en revistas electrónicas y publicaciones impresas. Boris ha aparecido varias veces en la radio, incluyendo la radio nacional australiana, interpretando sus poemas e historias y discutiendo el significado de su trabajo. Dice: "Escribir para mí es una actividad espiritual del más alto grado. La escritura me da el conducto a un mundo que es inalcanzable por cualquier otro medio, un mundo que está poblado por Verdades Eternas, Preguntas Inefables y Belleza Infinita. Es mi esperanza que estas historias mías permitan al lector echar un vistazo a este universo".

Una narración deliciosa, con ecos de "correspondencias" poéticas y un trasfondo científico siempre controversial. ¿Es el universo una trama donde todo tiene que ver con todo? Prefiero creer en el profesor Kleskpan.
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