lunes, 8 de diciembre de 2025

EL COSMOS DE LA MANZANA

Boris Glikman

 

A lo largo de toda su carrera académica como astrofísico en el departamento de física de la Universidad de Lublov, al profesor Klekspan lo perseguía una llamativa coincidencia cósmica: que el número de variedades de manzanas coincidía exactamente con el número de tipos de objetos celestes establecidos por el sistema de clasificación espectral Yerkes.

Gracias al lujo del tiempo y de la libertad financiera que le brindó la jubilación, el profesor Klekspan pudo, al fin, dedicar todo su poder intelectual a desarrollar una teoría que explicara este desconcertante fenómeno.

El eje principal de su hipótesis era que los planetas y las estrellas eran, en realidad, manzanas gigantes. Para probar esta suposición, el profesor Klekspan (Emérito) revisó minuciosamente cada variedad de manzana conocida (más de 7.000) y comparó su composición química y sus propiedades físicas con las de los cuerpos celestes, con la esperanza de hallar una correspondencia.

Pasaron años de decepciones y tropiezos mientras luchaba por avanzar con ese enfoque. Los años desperdiciados se apilaban uno sobre otro, cargándolo con su peso muerto.

Habiendo agotado los métodos iniciales para abordar el problema, el profesor Klekspan (Emérito) decidió concentrarse en crear una prueba puramente matemática de su conjetura. Sin embargo, este camino resultó ser igual de intratable y problemático. La desilusión se instaló cuando empezó a perder la esperanza de lograr su objetivo.

Y entonces, justo cuando estaba por abandonarlo todo, una extraordinaria revelación iluminó su mente como una supernova en explosión y disipó sin esfuerzo la confusión y la penumbra de los años precedentes. Para él, era la idea más hermosa de toda su vida, y a menudo recordaría ese momento para recrearse en la cálida memoria de su gloria.

Sí, el profesor Klekspan (Emérito) vio el paso crucial que necesitaba su argumento matemático y, por fin, logró demostrar satisfactoriamente que los planetas y las estrellas son, en efecto, manzanas descomunales. Pero cuando contempló su prueba terminada, las dudas lo asaltaron. La noción de que las manzanas y los cuerpos celestes eran lo mismo resultaba tan extraña que ni siquiera él, el creador de la hipótesis, podía aceptar del todo lo que acababa de demostrar. Porque, pese a haber intentado probar este teorema durante muchos años, nada lo había preparado para la posibilidad de que fuese cierto. Como cualquier científico experimentado, el profesor Klekspan (Emérito) era muy consciente de que existe un enorme abismo entre una hipótesis y su demostración, y que, por más fervientemente que creyera en su idea, esta no tenía verdad ni validez alguna hasta ser demostrada. Y así, ahora que la hipótesis por primera vez había adquirido plena realidad, la contemplaba con asombro e incredulidad.

Sin embargo, la cadena de pasos matemáticos del argumento era incontrovertible. La ecuación final de la prueba tenía a la Tierra en un lado y a una manzana Granny Smith en el otro, y entre ambas un pequeño signo de “igual”. A eso se reducían todos sus años de lucha intelectual: a un diminuto símbolo matemático compuesto por dos líneas paralelas.

Ahora que la ecuación estaba completa y correcta, parecía emitir un suave resplandor propio, como una bombilla correctamente conectada a la red eléctrica. Era como si, tras haberse enlazado con la fuente de las Verdades Eternas, la ecuación brillara con ese resplandor interior especial que poseen todas las verdades, y solo las verdades.

Para saborear la prueba y convencerse de su realidad, el profesor Klekspan (Emérito) escribió una y otra vez su última línea, hasta que no quedó espacio libre en la hoja de papel:

Tierra = Granny Smith

Tierra = Granny Smith

Tierra = Granny Smith

Una ecuación simple, ¡y qué consecuencias se derivaban de ella! Lo verdaderamente milagroso de esta ecuación –y aquello de lo que el profesor Klekspan (Emérito) se sentía más orgulloso– era que sus dos lados provenían de campos aparentemente sin relación alguna: la Astronomía y la Botánica. No igualaba simplemente dos conceptos físicos ni dos cantidades matemáticas, como suelen hacer las ecuaciones normales de la física y la matemática. Por el contrario, de un modo único e inédito, su ecuación conseguía unificar ramas del conocimiento que hasta entonces habían permanecido completamente separadas. De allí en adelante, la Astronomía y la Botánica quedarían subsumidas en una sola entidad indivisible.

Tras ese avance colosal, el profesor Klekspan (Emérito) empleó las mismas herramientas matemáticas para demostrar, en rápida sucesión, la equivalencia entre el Sol y la Golden Delicious, así como la equivalencia entre Marte y la McIntosh Red. También logró mostrar, con base en los datos disponibles, que la estrella gigante roja Betelgeuse era una Red Delicious o una Gala.

Sin embargo, resultó imposible demostrar la equivalencia entre Sirio y una Fuji usando el método matemático original. El profesor Klekspan (Emérito) finalmente comprendió que hacía falta un nuevo enfoque para ese caso particular, y un argumento por reducción al absurdo se reveló como el más adecuado para la tarea. Al mostrar que, si Sirio no equivalía a una Fuji, se produciría una contradicción, pudo concluir que, ipso facto, debía de ser cierto que Sirio era una Fuji.

Su logro supremo fue demostrar que no solo existía una equivalencia entre estrellas y manzanas, sino que la conexión era más profunda e íntima. Es decir, pudo probar que cada vez que se creaba una nueva variedad de manzana en la Tierra, nacía una nueva estrella o planeta en algún lugar del Universo. Así, a través de las manzanas, la humanidad podía ejercer un poder directo sobre el Cosmos.

A pesar de la validez indiscutible de su teoría, surgió una vehemente oposición y un estruendoso ridículo tanto en la comunidad científica como entre el público general. Como forma de disipar las acusaciones de que se trataba simplemente de una teoría disparatada creada por un chiflado, y para demostrar físicamente su veracidad, el profesor Klekspan (Emérito) recurrió a desenterrar y comer tierra, afirmando que sabía mucho a la papilla de manzana que le daban cuando era bebé.

Así que, si ves a un hombre desaliñado caminando por la ciudad con papeles llenos de números y símbolos sobresaliendo de sus bolsillos y terrones de tierra en las manos, por favor no te rías ni te burles de él. Porque ese es el profesor Klekspan (Emérito), el descubridor de la revelación más increíble de toda la historia de la ciencia.


Título original: The apple cosmos

Traducción del inglés. Sergio Gaut vel Hartman

 

Boris Glikman es escritor, poeta y filósofo. Las mayores influencias en su escritura son los sueños, Kafka, Borges y Dalí. Sus historias, poemas y artículos de no ficción han sido editados en revistas electrónicas y publicaciones impresas. Boris ha aparecido varias veces en la radio, incluyendo la radio nacional australiana, interpretando sus poemas e historias y discutiendo el significado de su trabajo. Dice: "Escribir para mí es una actividad espiritual del más alto grado. La escritura me da el conducto a un mundo que es inalcanzable por cualquier otro medio, un mundo que está poblado por Verdades Eternas, Preguntas Inefables y Belleza Infinita. Es mi esperanza que estas historias mías permitan al lector echar un vistazo a este universo".

 

1 comentario:

  1. Una narración deliciosa, con ecos de "correspondencias" poéticas y un trasfondo científico siempre controversial. ¿Es el universo una trama donde todo tiene que ver con todo? Prefiero creer en el profesor Kleskpan.

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