Iván Molina Jiménez
“Poco después de las cuatro de la tarde, dejé el campamento y me dirigí a la doble catarata ubicada en la confluencia de los ríos Caracha y Poás. Luego de veinte minutos, el estruendo del agua empezó a apropiarse de mis oídos. Bajé por el sendero abierto en la mañana por los trabajadores de la compañía y, gracias a un inmenso tronco caído entre la orilla y el islote, pasé a este último. Todo era de una belleza increíble: la vegetación, de un verde intenso; el cielo, completamente despejado; y la espuma, que se deslizaba sin prisa entre las piedras.
De pronto, el paisaje entero comenzó a adquirir un delicado tono sepia. Saqué mi reloj y constaté que era demasiado temprano para la puesta de sol. Casi instintivamente, coloqué mi mano izquierda en el mango del machete que tenía enfundado a mi costado y apreté con la otra una vara que acaba de recoger; entonces, las vi. En la catarata a mi derecha, empezaron a formarse cinco esferas, cuatro de las cuales giraban lentamente alrededor de la más grande. Por unos segundos, al tiempo que me sentía maravillado, mi cerebro precipitadamente buscaba algo con que asociar ese fenómeno. Lo único que venía a mi cabeza era una función en el Planetarium Hayden de Nueva York, a la cual había asistido un año antes con mis pequeñas hijas.
A medida que las esferas empezaron a adquirir perfiles cada vez más definidos, pude distinguir lo que parecían ser mares y continentes. Traté de aproximarme a la que estaba más cerca del islote y, en ese instante, todas desaparecieron. Permanecí, sin moverme, durante unos minutos, con la esperanza de que regresaran; pero fue en vano. Con sumo cuidado, bajé al río, me hundí hasta la cintura e investigué el fondo; luego, exploré detrás de la catarata, pero no encontré nada extraño. Entre asombrado y decepcionado, volví al campamento, me cambié de ropa, dibujé lo que vi y acabo de terminar un informe en el que, basado en falsas razones técnicas, recomiendo que se descarte el proyecto de construir una represa en este paraje”.
El texto anterior es una copia exacta de lo que Francisco Cervantes, ingeniero en jefe de la Electric Company of Costa Rica, escribió en su diario el 30 de marzo de 1937. Pese a las dudas planteadas por diversos investigadores sociales sobre la confiabilidad de este documento, es evidente que la descripción y el dibujo del planeta y sus lunas coinciden con el último descubrimiento de Tseng Lao en la constelación del Cisne. Todo indica que la alteración magnética del área donde estuvo la catarata es un residuo de otra de esas puertas estelares de base ecológica construidas por los thazmis.
Cervantes, una vez que logró que la Electric perdiera el interés en el proyecto de la represa, invirtió todo su capital en comprar los terrenos que circundan la catarata y los convirtió en una reserva privada, que existió como tal durante casi un siglo. La aprobación en el 2045 de la Ley Desreguladora de la Tala, supuso el fin de ese pequeño paraíso tropical y, de seguro, el colapso de la puerta, una vez que su fundamento ambiental fue destruido.
Saludos,
Susana.
Iván Molina Jiménez nació el 6 de enero de 1961 en Alajuela Costa Rica. Es escritor e historiador. Se le conoce popularmente por sus cuentos de ciencia ficción y por su novela Cundila que es una suerte de secuela de El Moto, la primera novela costarricense, una obra de Joaquín García Monge. Molina es catedrático de la Escuela de Historia e investigador del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericana (CIICLA) de la Universidad de Costa Rica. Además de la novela citada ha publicado los libros de cuentos Craks, Hazaña presidencial, Los peregrinos del mar y La miel de los mundos.
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