miércoles, 26 de junio de 2024

LA CIUDAD Y SUS ESTACIONES

Franco Ricciardiello


 

Por ejemplo, en invierno a las cinco de la tarde ya es de noche, la cálida luz de los escaparates guía el paseo por Corso Libertà. Festones de bombillas de colores cruzan la calle en diagonal, el cielo tras la puesta del sol tiene un color amaranto eléctrico. La Torre dell’Angelo es un faro para los navegantes vespertinos, nuestro punto de referencia bajo los arcos helados de los soportales: paseamos tomados del brazo entre los edificios antiguos, sus austeras fachadas color pastel, evitando pensar en la duración del invierno en la llanura.

Una semana más tarde, las buenas intenciones de la Navidad se condensan ya en los cristales, como una pátina translúcida en el interior de las ventanas heladas: las solapas de los abrigos de lana, apretadas por las bufandas, las narices apuntando al aire para oler la nieve, y luego, en enero, las aceras de piedra se convierten en láminas de cristal.

Una tarde, los cristales blancos descienden ligeramente, bailando en el halo de luz artificial del alumbrado público. A la salida del colegio, Parco Kennedy se cubre de un manto vivo que cruje bajo las suelas, los estudiantes que esperan el autobús lanzan bolas de nieve en los jardines insonoros. Todos los pájaros han abandonado ya las ramas negras. El hielo hace crujir la hierba a lo largo de las cunetas, los gases de escape de los motores parados en los semáforos se evaporan en nubes gris hierro. Copitos de nieve de papel recortado en las ventanas de los colegios. Los domingos, la ciudad está prácticamente insonorizada.

Parches de nieve sucia a lo largo de Corso Casale, goteando de las cornisas, jubilados sentados junto al radiador. El viento es tan raro como siempre, pero el cielo tiene el color de la ira.

La primavera llega reticente, más lenta que las carrozas de carnaval, cuando nadie la espera. A primera hora de la mañana, los coches siguen la circunvalación en sola fila, frente a los aparcamientos aún desiertos de los centros comerciales. El agua corre helada bajo los puentes que cruzan el río Sesia: baja de las montañas y pasa de un arrozal a otro, estrechando su cerco alrededor de la ciudad. Campanarios y sauces se reflejan en los remansos de agua. Chicos y chicas de la mano, los niños gritan de alegría en los columpios del parque Camana. La tricolor en la brisa de abril, las banderas el primero de mayo. Las campanas en la mañana de Pascua, las Máquinas en procesión, el hábito blanco de las cofradías a la luz roja de las antorchas. Las niñas con sus trajes blancos de comunión, los granos de arroz en el patio de la iglesia; los novios saludando con el ramillete en la mano, con prisa por posar para las fotos de recuerdo. La temporada de fiestas: hileras de puestos en la feria de mayo, las coloridas tiendas a lo largo de Viale Rimembranza. Las vacaciones escolares, las pelotas de plástico rebotan en los patios de los oratorios. El órgano eléctrico y la guitarra acústica en las iglesias.

Y las interminables tardes de junio, por fin, el paseo en bicicleta por los bulevares, el oído atento a la música en la lejanía. Los grillos ensordecedores en los plátanos, cuando la luz se niega a ponerse. El ritual vespertino de las heladerías a lo largo de Viale Garibaldi, el canto del agua de las fuentes de hierro fundido, el pavimento de Piazza Cavour es hecho de guijarros de río. El humo azulado de los antimosquitos se eleva entre las hojas oscuras de los castaños de indias, es la guerra de todos los veranos. Es la temporada del amor del ginkgo. La música en las plazas, las luces en los cafés a través de las ventanillas bajadas de los coches.

La noche cálida e interminable, y los domingos por la mañana el sonido de las cucharillas sobre la porcelana en las panaderías, con las sombrillas proyectando largas sombras en la plaza. La ciudad convertida en un manto de asfalto abrasador: es la insoportable soledad de Ferragosto. El clamor a lo largo de los muros de las piscinas al aire libre, una carrera contra el primer chaparrón. Cúmulos sobre la llanura, el profundo retumbar de los truenos. Los gatos huyen quién sabe adónde: es temporada de tormentas. Unas semanas más y los bulevares se transforman en alfombras de hojas: Corso Italia, Corso San Martino.

Vista desde arriba, Vercelli es una bola de calles de piedra. Los tejados de tejas, la luz del sol entre las hojas de los arces, los patios silenciosos de los cuarteles vacíos. Música desde las ventanas del teatro, un piano anhelante. El concurso musical Viotti, las escuelas de baile, la universidad popular. Los aviones en los hangares del Aeroclub. El humo de las chimeneas del campamento nómada. El grito vertical sobre el estadio. Correr con ropa deportiva y zapatillas de jogging por el terraplén, los colores cambiando del verde al ocre. Las ventanas cerradas del hospital, los perros con correa, la partida de las golondrinas.

Otoño gris, la bruma se espesa sobre el frente de los campos arados a primera hora incierta de la mañana y, sin que nos demos cuenta, invade los suburbios. Bancos de niebla entre los columbarios de mármol del cementerio, los ladrillos de San Andrés vistos como a través de un cristal esmerilado. Los trenes silban como fantasmas al acercarse a los pasos a nivel. El nuevo curso académico. Molinos de hojas en la Piazza Mazzini.

El solsticio de invierno, el día se acorta: a las cinco de la tarde ya es de noche, como cada año la luz de los escaparates guía el paseo por Corso Libertà.


Nacido en Piamonte (Italia) en 1961, Franco Ricciardiello comenzó a publicar ciencia ficción hace más de veinte años. En los años ochenta participó en la redacción de uno de los más populares fanzines italianos: "The Dark Side" (TDS), que se convirtió en uno de los hitos de fandom y el fanzine de mayor circulación en Italia. Personalmente dirigió TDS de 1989 a 1991, cuando la publicación dejó de aparecer. El número de noviembre de 1989 fue una antología de ciencia ficción en la Argentina, con cuentos de Gaut vel Hartman, Noguerol, Antognazzi, Gorodischer, Nicastro y muchos otros, traducidos por Bruno Valle. Tras el cierre del fanzine, Ricciardiello entró en la redacción de otro fanzine, Intercom, la publicación de aficionados de más larga vida en Italia. Ha publicado seis novelas y más de 70 cuentos en varias revistas y antologías de gran difusión; en 1998 ganó el Premio de la editorial Mondadori Urania de la mejor novela de ciencia ficción con Ai margini del caos (Al borde del caos), también traducido en Francia bajo el título Aux frontières du chaos (ed. Flammarion). De 1996 a 2013 fue profesor de escritura creativa en el Piamonte y Génova e impartió seminarios sobre literatura en Turín, Nápoles, Cosenza y Novara. Desde 2007 comenzó a incursionar en la novela negra: Autunno antimonio del 2007, Cosa succederà alla ragazza del 2014.

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