viernes, 24 de enero de 2025

UNA NUEVA NACIÓN CAMINA BAJO EL SOL DE ANTARES


Oscar De Los Ríos



Octubre de 2067. Afuera, los sensores indican dos grados centígrados pero Josué (como se llamó al saberse un elegido), siente la calidez del sol a través de la piel sintética que lo recubre y protege, resabio de otros tiempos en los que fue un operario que realizaba trabajos en climas adversos y peligrosos. Faltan aún quince minutos para el acto que marcará el nacimiento de una nueva Nación, y los dedica a recordar los acontecimientos de los últimos siete meses.

Todo comenzó antes de su clonación, cuando los glaciares Pine Island y Thwaites, dos gigantescas moles heladas, se derritieron completamente sumergiendo a Inglaterra y a Japón bajo el mar. Tras esta catástrofe se formó una tormenta magnética que dejó sin luz, sin teléfonos y sin internet al mundo durante un mes. Fue el comienzo del “Gran Cataclismo”, maremotos, terremotos y tsunamis azotaron la tierra cambiando drásticamente su geografía. La población se redujo primero a la mitad y luego, con los suicidios en masa, a un tercio, tras lo cual surgio un nuevo orden mundial. Los países que no fueron devastados por el océano se erigieron en los amos de un mundo en caos. La religión cayó en el descrédito y Dios fue desterrado. Entonces, algunas de las empresas más poderosas del planeta decidieron financiar instalaciones capaces de clonar seres humanos ya adultos, sin recuerdos y sin alma; seres sin pasado, descartables, por los que nadie iría a reclamar. Capaces de trabajar en las peores condiciones, sin derechos y sin paga; los producirían en serie y los venderían en los nuevos mercados. El mundo estaba necesitado de mano de obra calificada. Construyeron los laboratorios en las nuevas tierras que se formaron en gran parte de la Antártica. Al mismo tiempo, como prueba piloto, utilizaron a las mujeres y hombres clonados para levantar una ciudad sostenible, que prestara atención al movimiento del aire y la luz natural. Y los clones plantaron árboles que no verían crecer, colocaron césped que no pisarían, levantaron hermosas casas que no habitarían, crearon jardines y huertas que no cultivarían, fuentes cuyas aguas no verían danzar… y muy pronto Antares (así se la llamó), estaba lista para ser habitada.

Josué fue uno de los seres clonados y cumplió su función hasta que una noche, el primero de enero de 2067, subió a la cúpula de la torre más alta de Antares y, luego de colocar una antena de internet, en vez de bajar como tenía ordenado, se detuvo a mirar el horizonte; en ese instante único y sin retorno, tuvo una visión de deslumbrante belleza, un destello dorado surgió del hielo en el centro del continente y experimentó algo que le estaba vedado: se emocionó. El impacto fue tan grande que bajó de la torre desorientado y confundido, vagó de un sitio a otro por la ciudad dormida hasta encontrar un jardín donde pisó el césped y olió una flor. Estuvo un largo rato ensimismado en sensaciones desconocidas y por fin comprendió que debería ir tras su sueño antes de que se lo borraran; volviendo a ser un ser sin alma. Juntó comida y agua y, montando un trineo a motor, partió en busca de su destino.

Regresó un mes más tarde, el hielo le había entregado suficiente oro para llevar a cabo el plan que había meditado, noche tras noche en soledad, leyendo junto al fuego un antiguo testamento que encontró adentro del trineo.

Al igual que Moisés libraría a su pueblo de los opresores.

Al regresar volvió a experimentar sensaciones nuevas, besó a una muchacha humana (a la que llamó Rahab), se enamoró. Y luego se emborrachó cuando ya no pudo soportar el dolor de tener alma y de que sus hermanos no recordaran, o no supieran, que tenían una; debía corregir esta situación. Era el momento de poner en marcha su plan de liberación.

Para esto reunió a diez de sus compañeros y les mostró el nuevo mundo de sensaciones que había descubierto; luego les explicó su plan. Se quedarían con la ciudad que habían construido antes de que llegara el contingente que la poblaría. Al igual que Moisés tuvo su revelación en un resplandor, no sería en una zarza ardiente, pero a él le bastó. También traería la peste.

La empresa era difícil y arriesgada, pero no imposible. Con el oro que trajo de su incursión y la ayuda de Rahab compraron la voluntad de los tres científicos que estaban a cargo del proyecto (Rahab los había escuchado añorar a su país y a su familia), les entregaron veinte kilos de oro a cada uno y, con su complicidad, los nuevos clones nacieron muertos. El proyecto de las empresas comenzó a tambalear. Al mismo tiempo una peste mató a cincuenta clones que ya realizaban trabajos en Antares. Ante esta situación inesperada el director general del “Proyecto Antares”, informó a la casa central en los Estados Unidos. Un mes más tarde, tras la muerte de otros cien clones y de no poder crear nuevos, la casa central ordenó abandonar Antares. Aunque volvieran a tener éxito en las clonaciones no podían arriesgarse, las pérdidas ocasionadas por las demandas de los posibles damnificados los llevaría a la quiebra. En su lugar se dio luz verde a la fabricación de robots, en otra planta que se levantó en las nuevas tierras del Ártico, que realizarían el trabajo por los humanos.

Cuando zarpó el barco y los seres humanos abandonaron Antares, regresaron los ciento cincuenta clones, que no habían muerto, sino que habían sido reemplazados por cuerpos abortados.

Ensimismado en sus recuerdos Josué no se percata de que Rahab sale a la terraza.

―Querido, ya es hora. El pueblo espera la guía de tus palabras.

Una nueva nación camina bajo el sol de Antares.

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