sábado, 8 de noviembre de 2025

LA PARTIDA

Gastón Caglia

 

El siguiente relato obedece a la más pura realidad, aunque muchos, o todos los que quieran oír, lo nieguen con un rotundo no en sus rostros. No me demoro en preámbulos, las pesadillas comenzaron a sucederse la misma noche en que falleció ahorcado un ignoto y sufriente pariente. Un primo lejano de mi padre con el que gozaba de una muy lejana relación con él.

Su cadáver fue hallado dos o tres días después de muerto en la mísera pensión en que se alojaba en el centro de la ciudad. Allí pasaba sus días en un lento declinar producto de la crisis económica y de sus propios demonios. Sus humores putrefactos habían hinchado su cuerpo hasta lo indecible. Pendía de una viga que cruzaba el techo haciendo de él una continuación pero hacia debajo de la deteriorada estructura. Su cuerpo pendía inclinado hacia el piso de mosaicos cuadrados y tan desgastados por el paso del tiempo como la vida de este primo. Sus piernas estaban completamente deformadas, es que la gravedad hace que los líquidos del cuerpo, que ya no circulan, vayan hacia abajo, depositándose según la ley de la gravedad. No se asuste amigo lector, hasta acá llega esta breve descripción forense, lo que viene es peor.

La serie de acontecimientos que se desencadenaron bien tienen relación con este hecho que pocas líneas periodísticas ocupó. No estoy loco, si eso es lo que pretende concluir a esta altura. Aunque todos los locos dicen lo mismo, como los presos en la cárcel, que son todos inocentes. Una prueba de que mi raciocinio se mantiene intacto es esta idea: el suicidio de una persona puede ser catalogado como una eutanasia encubierta en razón de la miserable vida afectiva y laboral que lleva como mochila una persona y aunque otras también pueden ser las causas y muchos sociólogos han escrito sobre ello, éstas creo que fueron las que arrojaron a mi primo lejano al abismo.

 

Una vez a la semana, tal vez cada quince días, con la excusa de una visita informal, ocasional y sin previo aviso, se dejaba caer por nuestro hogar, la casa en la que vivía junto a mis padres y hermanos. Si bien nuestra posición económica no era holgada, por lo menos permitía siempre poner otro plato a la mesa. La cuestión es que sus visitas eran el preludio de la invitación forzada para quedarse a cenar.

Nosotros sencillamente lo sabíamos y nos dábamos el lujo de callarnos cada vez que se dejaba caer por nuestro domicilio. Lo recibíamos, porque más que un pariente lejano al que por ley no se le deben alimentos, cuestiones humanitarias, de conciencia y de salud para nuestros corazones y estómagos, así lo solicitaban. El olor a sucio por la falta de higiene personal era soportable, y en contadas ocasiones mi papá le regaló alguna camisa vieja.

Mientras mi madre preparaba la cena y mi padre se abocaba a la limpieza profunda de algún arma de fuego en la sala contigua, este visitante y yo departíamos hablando nimiedades y ocasionalmente para matar el tiempo jugábamos alguna partida de ajedrez.

Las piezas eran conducidas no con disimulado desgano por mi general. Por el bando contrario las piezas eran llevadas con un absoluto desconocimiento de las más básicas reglas de la guerra de los trebejos. De común una batalla entre un general indolente y otro torpe lleva a escaramuzas y chapucerías de tono cambiante. Así y todo normalmente las partidas nunca terminaban en jaque mate dado que las charlas, muy similares a monólogos por turnos, estiraban la refriega hasta lo indecible.

Así transcurrió un tiempo difícil de precisar, propio de los hechos intrascendentes...

 

Las visitas semanales se espaciaron con el tiempo y en algún momento cesaron aunque no dieron lugar a ningún asombro. Su ausencia no era en absoluto extrañada por mi familia dado la discontinua periodicidad con que nos visitaba. Así que las pesadillas comenzaron sin una razón mejor. El día en que nos anoticiamos del trágico deceso nada cambió en nuestra rutina, tan sólo un comentario de compromiso y el disgusto de mi padre de tener que visitarlo en el velorio, y algún papeleo en la Fiscalía Regional, después de todo, él era el único pariente directo de su primo.

Las pesadillas comenzaron como un juego recurrente que me dejaban apesadumbrado por horas, corría por el barro en una recta ruta de asfalto lleno de baches e inundada por olas de un río desbordado. Debía llegar a una montaña hecha de lodo, que no me permitía treparla de lo imponente que era.

Con el devenir de los días estas horrendas pesadillas, que me dejaban insomne y en un estado de gran agitación durante la vida diurna, sucedieron días en los que sufría agudos dolores de cabeza, insoportables jaquecas que prácticamente me cegaban, llegando al extremo de pensar en quitarme la vida o arrancarme los ojos con un destornillador con el fin de terminar con ese sufrimiento. Mis padres nada podían hacer al respecto y sólo velaban por mi salud poniendo paños fríos en mi frente. Un empecinado esfuerzo de mi parte y una tozuda resistencia a recibir al galeno de la familia ensombrecieron a mis padres en un mutismo hermético, todo transcurrió puertas adentro de la casa. Los vecinos, como es de suponer, nada supieron.

A esos días le sucedieron largas, prolongadas, casi eternas noches sin sueño durante las que me mantenía en un estado de aparente vigilia noctámbula y su posterior letargo diurno; la cuestión es que las fuertes jaquecas y ese estado insomne acentuaron mi mal humor y mi carácter huraño cercenando de cuajo lo poco de vida social que me quedaba para ese entonces.

La crisis económica del veinte se llevó mi negocio de antigüedades y con ello a mi prometida.

Al tiempo comencé a investigar con potentes drogas poniéndome como conejillo de indias, pero los resultados fueron adversos y no fructíferos. Los raptos de lucidez brindaron nuevos, fuertes y elaborados sufrimientos. Cuando el tiempo y la declinación de mis facultades se hizo evidente probé con especialistas médicos y pseudo médicos. Ni el reiki ni la homeopatía resultaron beneficiosos. Todos confluyeron en degradar más mi salud.

 

El último esfuerzo lo realicé arrastrándome hasta un manosanta de los barrios bajos, un médium que vive recluido a la sombra protectora de los ojos de las autoridades legales en una zona inaccesible para ellos. Había perdido veinte kilogramos y mi rostro se encontraba desfigurado por las recurrentes jaquecas y la falta de sueño. No tuve que golpear las manos para anunciarme, la vivienda, si a esa tapera se la puede llamar así; carecía de timbre o algo similar, las paredes del frente se encontraban con el ladrillo a la vista y mucho peor era el interior con muros a los que les dieron una mano de pintura hace miles de años. Grandes borrones de humedad remedaban las manchas de Rorschach. Al cruzar el umbral de la precaria casa, un descolorido personaje apareció en el dintel de la puerta interrumpiendo el paso. Me tomó de las manos y me introdujo en su santuario. Las velas negras y rojas emitían diversos y sofocantes olores agridulces y amarillos, los santos de dudosa procedencia miraban desde su pedestal hacia abajo en un ángulo en el que desde donde se los observara daban la impresión de que la mirada fija en uno. Detrás, estaban las desconchadas paredes como únicos testigos.

Você tem uma conta pendente com um defunto (Tiene una cuenta pendiente con un fallecido) dijo a modo de presentación.

De mis ojos inyectados de sangre a causa de las drogas y la debilidad mental brotaron palabras mudas que solo el gurú del más allá pudo comprender o traducir.

Você tem um item excepcional com um parente distante, ele está esperando por você (usted tiene una partida pendiente con un pariente lejano, él está aguardando por usted). Ele está esperando por um tempo até à data, você se lembra? (Él está aguardando desde un tiempo a la fecha, ¿usted se acuerda? prosiguió. Con un solo gesto mío el médium continuó: Yo, el pai Carlitos, te ordeno que recuerdes, hace mucho tiempo dejaron partidas suspendidas para futuro farfulló mitad en español, mitad en portuguésy nunca se terminó, voce recuerda?

Sus manos se posaron en mis sienes mientras la situación un tanto estranbótica para mi mente racional comenzaba a interrogarse cómo había dado mi cuerpo en llegar a esta situación y en ese lugar sin dudas dantesco.

Sus dedos índices operaron como circuitos conductores de electricidad poniendo en funcionamiento algunos sectores todavía no dañados de mi cerebro. La situación, si la hubiera presenciado desde fuera, diría que era propia de Nicolás Tesla y sus maravillas eléctricas moviendo fuerzas telúricas y dirigiéndolas hasta lo más recóndito de mi sesera.

La electricidad corrió por mis sienes de izquierda a derecha y, como recuerdo de un hecho vivido días atrás, vino a mi mente la partida de ajedrez que dejamos inconclusa en la casa de mis padres la última vez que nos habíamos enfrentado.

Recuerdo ahora que jugué muy mal, peor que de costumbre, y estando en posición muy delicada, casi comprometido mi rey por las fuerzas rivales, aduje que debía partir de inmediato a cumplir con un recado totalmente inexistente. Esa iba a ser mi primera derrota frente a mi primo. En definitiva, una excusa de último momento me salvó del oprobio.

—El tablero está allá —dijo el pai—. La partida debe continuar…

Intenté protestar aunque fue en vano, las palabras no brotaron de mis labios, simplemente mis pies se arrastraron a los tumbos hacia el cajón de manzanas que hacía las veces de mesa en donde se apoyaba un deslucido juego de ajedrez armado con piezas de distintos modelos de juegos, entre ellos un rey mocho y un alfil pintado evidentemente a mano. Los peones, fiel a su última condición dentro del juego no respetaban uniformidad ni de color ni de tamaño.

Ya sentado en el piso de tierra, sólo atiné a levantar la vista un instante a modo de súplica. Sublimes lágrimas rodaron por mis mejillas y mi mano izquierda se dirigió hacia el caballo cobarde en retirada. Como en la vida real éste también iría al matadero muy pronto.

Sei agora que apostar forte neste jogo, mas não em causa, uma ligeira suspeita me diz que há muita coisa em jogo (Yo se ahora que apostaron fuerte en esta partida, pero no sé de qué se trata, una leve sospecha me dice que hay mucho en juego); não é assim?

Entre tanto mi corcel retrocedía en busca de resguardo mientras mis peones se batían en titánicos y desiguales lances sin posibilidad de victoria. Ahora todo es más claro, como en la fría y despejada mañana invernal, un aire congelado ingresa a mis pulmones y se desperrama con mi sangre por todo el cuerpo, ahora recuerdo que la apuesta había quedado abierta, el vencedor podía pedir lo que quisiera. Nunca le dí importancia.

Estoy en el rancho jugando por mi vida y mi rey a punto de ser jaqueado. Ahora recuerdo...


Gastón Caglia es abogado, mediador y profesor de ajedrez. Ejerce como funcionario del Poder Judicial de la provincia de Santa Fe. Tiene 48 años, y vive en la localidad de Reconquista, provincia de Santa Fe. Escribe cuentos y relatos de ficción en general y ciencia ficción y terror en particular, bajo el pseudónimo de “Felipe Bochatay”. Ha publicado en algunas antologías de cuentos en formato papel y también en medios electrónicos latinoamericanos como en “Anapoyesis”, o “Narrativa”, entre otras. Asimismo escribe ensayos de sociología, literatura y ciencia ficción en su blog o en medios digitales y  podcast. Formó parte del comité científico de “Iberoamérica Social”.


 

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