miércoles, 24 de abril de 2024

FIEBRE DEL VIERNES POR LA NOCHE

  

Tihomir Jovanović

 

La longevidad es sin duda el sueño de la mayoría de la gente. Tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes. El barón Murdock conocía bien ambas cosas, pues había sobrevivido varios siglos. El lado bueno era que uno veía mucho más de lo que los simples mortales podían ver en sus cortas vidas, y la oportunidad de viajar por todo el mundo. En el caso de Murdock, el trotamundos, no siempre estaba impulsado por el deseo de visitar lugares exóticos. Murdock a menudo tenía que cambiar implícitamente de paradero para mantener la cabeza pegada al cuello... Esa era una forma de matarlo. La otra era una estaca de serbal en el corazón. Eso acabaría con su vida eterna de lujo y abundancia.

Murdock pertenecía a los abidings, que entre la gente eran conocidos como vampiros. Últimamente vivía en una mansión a las afueras de la ciudad. La mansión había pertenecido a un actor que tuvo que venderla después de que su carrera se disparara, es decir, se disparara hacia el fondo. Tenía piscina, un gran jardín y muchos balcones. Murdock, por supuesto, no tenía ningún uso para la piscina. Iba con la casa. No le gustaba mucho el agua... A veces tenía que entretener a la alta sociedad local. Cuántos cuellos hermosos, arterias seductoras y palpitantes... Aun así, tenía que mostrarse comedido.

Murdock siempre había vivido en edificios opulentos, castillos, villas, y eso requería sirvientes. ¡Un problema! Una larga vida significaba cambios frecuentes en el personal, que además debía ser fiable y leal a su amo. No se trataba sólo de dinero. Si las prebendas del trabajo no eran suficientes, había otras maneras. Chantaje, intimidación, amenazas.

Por tradición familiar, los sirvientes de los Murdock se llamaban invariablemente Igor. Por lo general, eran hombres jorobados, cojos o discapacitados de algún otro modo que se conformaban con ese servicio y agradecían la beneficencia de su amo. Por desgracia, esos Igor no duraban mucho.

En cuanto a ese problema, Murdock por fin podía respirar aliviado. Había encontrado un sirviente que le duraría todos sus largos años. No, el nuevo sirviente no era de su calaña, ni un humano que hubiera conseguido un elixir de la juventud.

La ciencia y la tecnología habían avanzado mucho. Robots, ¡eso era lo que necesitaba! Un robot con apariencia humana. Parecía un poco desgarbado, como el Hombre de Hojalata del Mago de Oz, moviéndose con torpeza y rigidez. Pero Frankenstein, hecho de carne humana revivida, tampoco podía moverse con fluidez. En cierto modo, el robot era guapo, alto, repleto de conocimientos necesarios para servir al hombre. Por supuesto, tenía implantadas en la memoria las tres leyes básicas de la robótica, tal y como las concibió Isaac Asimov, autor de muchas novelas sobre criaturas artificiales.

Esto encajaba perfectamente con Murdock. Un sirviente absolutamente obediente, al que no le molesta trabajar todo el día, que nunca sintiera curiosidad por lo que Murdock hacía fuera de casa a altas horas de la noche. Siempre capaz de preparar la comida perfecta. Que el Igor robótico supiera de los tratos nocturnos de Murdock causaría bastantes problemas. ¡Dañar a otro humano! Y en serio. Probablemente se lo impediría, aún en el caso de que hubiera sabido que su amo no era exactamente un ser humano. Pero Igor no lo sabía. Su memoria sólo contenía datos necesarios para un mayordomo, fiel y leal como Desmond lo es a Rip Kirby...

Y en caso de que tuviera que hacer algo contrario a los conceptos de Igor sobre la ley y la ética, podría simplemente apagarlo, a distancia, como un televisor. Y entonces se convertiría en un mero trozo de metal pulido y electrónica inactiva. Murdock podría haber elegido un modelo más avanzado, un androide. Un robot completamente humano. El problema era que eran exactamente eso: perfectos. Necesitaba un sirviente al que estuviera acostumbrado, jorobado, cojo o con algún otro defecto, no una copia humana aria...

Era una noche especial. La luna llena teñía de rosa la ciudad. Además, era viernes, la noche en que la mayoría de la gente trabajadora puede relajarse y quedarse más tiempo en el centro y beber más, volverse descuidada. Lo suficiente para satisfacer las necesidades de Murdock.

Esa era su segunda vez en esa ciudad. Había cambiado durante los últimos trescientos años. Los edificios habían crecido considerablemente, las calles eran más anchas, imperaba el ruido, con mucha más gente moviéndose por todas partes. La vez anterior tuvo que huir de la ciudad tras varias "comidas" que salieron un poco mal. La policía tenía otro nombre para eso: crímenes misteriosos sin resolver.

Ahora la ciudad era mucho más grande y rebosaba de criaturas capaces de saciar su sed. La sed que lo acosaba en las noches de luna. Pero la policía también había mejorado sus métodos de investigación. Las cámaras eran omnipresentes y lo grababan todo. Era algo más fácil en los viejos tiempos. Luces de gas, niebla en las calles. Velas en las casas, y las pobres almas que pensaban que se podía frustrar a Murdock exhibiendo un crucifijo o colgando una corona de ajos en las puertas y ventanas de sus casas.

Pero entonces creían en él y le temían. Ahora era diferente, sabiendo que la mayoría de la gente ni siquiera creyera en su existencia, que no era más que un personaje imaginario de las novelas de Bram Stoker o John Polidori. Un personaje de película, interpretado por Bela Lugosi, Boris Karloff, Klaus Kinski o Christopher Lee.

Se detuvo en un café del que salía música. Algo que hacía mucho tiempo que no escuchaba, algo que creía que ya nadie escuchaba, un género que pensaba que había pasado a mejor vida hacía dos o tres generaciones. Cómo le gustaban los locos Ozzy e Iommi. Alice Cooper, también. Todos esos raros imitadores de los abidings. Adoraba sus conciertos.

El café tenía un nombre apropiado: “Máquina del Tiempo”. Entró y se sintió exactamente así, como si una máquina del tiempo le hubiera trasladado a una época pasada. Tan retro. Mesas de madera, jarras de cerveza, humo de cigarrillo y olor a alcohol, todo mezclado. Se sentó en una mesa de la esquina e hizo balance. Gente joven en su mayoría, algunos de mediana edad, con vaqueros y chaquetas de cuero con tachuelas metálicas, tatuajes en los brazos.

—¿Puedo ayudarle? —Una agradable voz femenina lo sobresaltó. Levantó los ojos y miró a la dueña de la voz. Su exterior era aún más agradable que su voz. Sonrió y ordenó.

—¿Un Bloody Mary? ¿Sabes lo que es?

—Por supuesto —sonrió ella a su vez—. No tardaré ni un minuto.

La observó dirigirse a la barra, elegante, comedida. Menudo cuerpazo, y ninguno de los clientes le lanzaba las típicas miradas masculinas de desvestirse. Qué raro.

Cargó su pipa con tabaco y la encendió. El aroma se impuso a otros olores amargos. Observó a la camarera mientras mezclaba y le traía el cóctel y, de nuevo, nadie pareció fijarse en su elegante caminar, el contoneo de sus caderas, el rebote de sus pechos.

—Aquí tiene —dijo la camarera.

—¿Quiere también algo de beber? Invito yo, que tengo una noche especial —dijo él.

—No, gracias, no bebo —respondió ella.

—¿De servicio? —volvió a preguntar él.

—No, gracias. Pero gracias, es usted muy amable.

Murdock dio un sorbo a su bebida y miró a la multitud, estudiando a la heterogénea masa de gente. Algunos llevaban el pelo largo, con mechas grises y recogido en una coleta, otros eran completamente calvos. Vestían vaqueros y cuero, y de algún modo seguían respirando el mismo aire del pasado, lleno de humo y música. La música seguía sonando por los altavoces. Hard rock, heavy metal, grupos de otros tiempos.

 Led Zeppelin, Deep Purple, muchos otros. Y él, con su traje de tweed. Un cuerpo extraño.

Volvió a mirar a la camarera. Parecía seria y dedicada, lavando vasos y apilándolos en la barra. Guapa, pero como si no fuera consciente de ello. Tan jugosa. De pura sangre. Y aún así, tan delicada. Ni un gramo de grasa, delgada como una modelo de principios del siglo XXI. Un bocado fácil. ¿O debió decir más bien un sorbo fácil?

Estaba esperando su oportunidad. Que supiera, no había cámaras en el bar, y los clientes no están interesados en la camarera. Tampoco él, al menos no de la forma habitual en que los hombres se interesan por las mujeres. La vio caminar hacia los servicios con una botella de desinfectante químico entre las manos. Cuando las puertas se cerraron, él también se levantó. No tenía necesidad de ir allí, al menos no la necesidad del tipo ordinario. Pero tenía una oportunidad que no podía desaprovechar.

Solo unos segundos.

Los aseos estaban limpios y ordenados y olían a desinfectante. Se lavó las manos y se recogió el pelo con los dedos húmedos. Habría sido mucho más fácil si hubiera podido ver su reflejo en el gran espejo.

En lugar del suyo, vio otro reflejo en el espejo. El de una mujer. Giró de repente para mirar a la camarera que estaba junto a la puerta. Estaba confusa, él podía verlo en su cara. Y él sabía por qué. Vio a un hombre que no tenía reflejo. Y aún así, estaba tranquila cuando le preguntó.

—¿Qué es esto? ¿Un truco de magia?

—No. —Murdock sonrió—. Déjame explicarte...

Dio un paso hacia ella. Ella no retrocedió. Ni siquiera cuando él le puso las manos sobre los hombros. ¿Qué demonios está pasando?, pensó. ¿Por qué no se estremece, grita, lucha, como las chicas normales? ¿Parálisis por miedo? Pero entonces no parecería tan tranquila. ¿Curiosidad? Un rasgo muy femenino, seguro, pero no en estas circunstancias. Tanto mejor. Para él. Se inclinó hacia ella, como si fuera a besarla, pero en su lugar apretó los labios contra su cuello. Sintió las manos de ella sobre sus hombros. Realmente esperaba un beso. ¿Quién lo hubiera dicho? Muy amable por su parte, pero él no tenía segundas intenciones. Al menos no de ese tipo. Su piel era suave. Su arteria carótida era claramente visible. Un vaso sanguíneo. Abrió la boca y mordió con fuerza.

Hubo un destello, una descarga, y se encontró en el suelo, inconsciente.

Cuando la niebla se disipó ante sus ojos, vio a la camarera inclinada sobre él, con cara de preocupación. También vio la herida de su cuello. Un cableado desnudo asomaba a través de la piel desgarrada. Conductor, más que vaso sanguíneo. Ella era una… Acababa de darse cuenta. Todos los clientes del pub sabían que era un androide, y por eso la ignoraban. Por eso se comportaban tan raro. Programada para ser la camarera perfecta, amable incluso con los clientes insistentes. Y aquí, siguiendo las leyes de la robótica, está protegiendo su integridad y no permitiendo que un cliente salga perjudicado por su inacción. Lo ayudó a levantarse y le preguntó:

—¿Está todo bien, señor?

—¡Sí! Estoy bien...

Y sin embargo, no lo estaba. Tenía que seguir adelante, aprovechar la noche.

Pagó su copa y salió. La luna llena seguía brillando sobre la ciudad, más pálida por el resplandor de las farolas. Tendrá que encontrar una calle menos iluminada, con menos tráfico.

Dobló una esquina y encontró menos luces. Menos gente. Se fijó en dos chicas con faldas cortas y bolsos colgados de los hombros, apoyadas en una farola. Mujeres de la noche, muy parecidas, casi gemelas, una rubia y otra morena. Cuerpos perfectos, demasiado perfectos para ser naturales. Lo llamaron, pero él no les hizo caso. Al alejarse, oyó que una le decía a la otra:

—Tal vez prefiere a los chicos, hay tantas modelos perfectos ahora...

Murdock se adentró en la oscuridad. Formó parte de ella. La oscuridad estaba ahora a su alrededor y dentro de él. La clase de oscuridad que no había conocido en sus muchos siglos. Humillado, insultado, hambriento...


Título en inglés (traducción del autor): Friday Night Fever

Traducción del inglés: Sergio Gaut vel Hartman

 

Tihomir Jovanovic nació en Belgrado, Serbia, en 1955. Es secretario de la asociación SCI&FI de Belgrado, editor de la antología Regia fantástica y autor de varios libros de cómic fantástico. Sus historias se publicaron en las revistas SiriusGalaksijaOrbisSignaliKikindske novineNaši tražiOmaja y Supernova, entre otras. Publicó las colecciones de cuentos Palisade i čadori (2016), Baka Mandini krugovi (2018), Agencija 51 (2019), Lun i kraljevi ponoći (2019) y Baka Mandini multiverzumi (2021).

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