Lucía Amanda Coria
Los cerros se habían retirado de mala gana para hacerle lugar a la flamante Estación Terminal de Ómnibus, instalada como un estrafalario nido metálico en la hendija telúrica, allí donde el viento pampero se adelgazaba en agujas de frío y se volvía chorrillero.
Aquella noche, la última
del mes de octubre, un enorme autobús llegó al lugar, depositó gran parte de su
contenido sobre las flamantes plataformas del recién inaugurado edificio y se
retiró velozmente, como si temiera algo. Tal vez en alguna oportunidad una
ciudad le rechazó los pasajeros; vaya a saber.
A nadie le llamó la
atención ese pasajero rezagado, que parecía buscar las zonas menos iluminadas.
En realidad parecía invisible. La gente incluso podía atravesarlo, como si
fuese una cortina de hilos.
El pasajero de la sombra
acomodó su paso a la lunática circunstancia de no alcanzar el último taxi
disponible. No tenía más equipaje que su desencanto, ya bastante ejercitado,
así que siguió caminando sin ningún apuro.
—¿Taxi, señor? —dijo una
voz amable a sus espaldas. —Al volverse encontró una anchísima sonrisa. Asintió
en silencio y esperó a que el otro le abriera la puerta. Entró al vehículo
esquivando el espacio visual que le otorgaba el espejo retrovisor, donde lo
esperaban todas las miradas posibles. Una de ellas logró captarlo—. ¿Adonde lo
llevo?
Con voz atiplada dio una
dirección. Una calle bastante céntrica, en el casco antiguo.
La mirada del taxista siguió
recorriendo la figura del pasajero. Era muy viejo, pero estaba vestido con un
modernísimo equipo deportivo adornado con detalles de líneas plateadas, como es
frecuente ver en los adolescentes. El calzado era del mismo estilo. Aunque siempre
a la expectativa, lo apremió la necesidad de hablar. Al taxista, como la mayoría
de quienes ejercen ese oficio, le gustaba conversar con sus pasajeros.
Comentarios de diversos tonos poblaron el habitáculo, pero todos chocaron con
el hermetismo del anciano, que ni siquiera se dignó mirarlo.
Este viejo es tonto o es
mudo, pensó, bastante molesto. Aceleró la marcha y no habló más.
Siempre en silencio,
llegaron a destino. El pasajero le extendió un flamante billete de cien pesos,
con la imagen de Eva Perón. El taxista lo rechazó fríamente.
—Deme cambio, por favor —le
dijo.
Sin contestar, el otro
puso en su mano otro billete de menor valor, también flamante. Ya había
descendido y con un gesto le dio a entender que se quedara con el vuelto.
Caminó despacio, saludando
a los vecinos que tomaban mate en la vereda. Aspiraba el perfume de las
madreselvas en flor, con los ojos muy abiertos. Sentía la sangre recorrer sus
arterias con un ruido de acequia. El viento en sus piernas desnudas, y el ardor
de las rodillas raspadas durante ese partido interminable. Tenía miedo. Pero
igual golpeó con fuerza la gruesa puerta de madera, imaginando lo que vendría.
—Muchacho de porra —diría
su madre entre coscorrones en la cabeza—. Que sea la última vez que te vas a
jugar a la pelota sin mi permiso.
Y sabía también que le
reprendería por llegar tarde a la cena. Tendría que contarle lo del accidente.
Y del pacto que había hecho para poder venir. Golpeó de nuevo.
Finalmente la puerta se
abrió muy despacio, con un quejido de bisagras oxidadas. En el vano se instaló
la oscuridad, como un bostezo fantástico, interminable.
—Hola mamá, siento haberme
demorado —dijo con voz contrita. Y entró rápidamente, cubriéndose la cabeza con
ambas manos, para atajar los golpes.
Muy arriba, engarzada en un
cielo purísimo, el increíble cielo de San Luis, la luna nueva, abría un paréntesis
argentado. Su tenue luz alumbraba apenas un gran cartel que anunciaba: “Próximamente
aquí. Edificio Torre SIGLO XXI”. Y detrás, los escombros de una casa en
demolición, de la cual solo quedaba en pie un macizo marco de madera con su
ruinosa puerta… que se abrió de golpe y empezó a moverse impulsada por el
viento chorrillero.
Aunque la mirada curiosa
regresó una y otra vez no pudo ver nada en la calle solitaria. El pasajero de
la sombra había desaparecido.
Lucía
Amanda Coria vive en San Luis, Argentina. Es licenciada en Enseñanza de la
Economía de la Universidad Nacional de San Luis. Se desempeña como docente del
nivel medio y superior de su ciudad natal. Ha participado en congresos
literarios nacionales e internacionales. Sus trabajos literarios están
publicados en antologías de poesía y narrativa de Argentina, México, Perú,
Chile, España y Canadá.
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