miércoles, 24 de abril de 2024

LA MORTAJA

 Rosa Lía Cuello

 

Hacía varias jornadas que se quedaba en la casa estudiando esa asignatura que le quitaba el sueño. Su estado de conciencia no era óptimo, y física nunca fue su materia predilecta. Sin embargo, se propuso desglosar los hechos. Había otra razón aparte del estudio. Desde hacía varias noches un hombre de capa negra la observaba desde la esquina. Y hoy estaba otra vez allí. De sus ojos, (imposible adivinar el color), parecía fluir un reflejo rojizo. Tal vez me equivoque, pensó, mirando bien es una lucecita chica, como la de los gatos en la oscuridad. En ese momento el individuo comenzó a acercarse; sus pies parecían no tocar el suelo, daba la impresión de volar y lo hacía dado que su capa se balanceaba y él tomaba una posición casi horizontal.

 Desde la baranda de su balcón lo siguió mirando. Se aferró a los barrotes de madera. Sintió que él aterrizaba a su lado y la miraba fijo, no podía moverse, no podía escapar y no sabía si en realidad quería hacerlo. Deseó que el tiempo se detuviera. Sí, un físico decía algo sobre eso. ¿Quién era? ¿Einstein? Bueno, que importaba eso ahora…

 De pronto él retrocedió. Se dio cuenta que ella también, los tiempos eran los mismos. No importaba la velocidad con que lo hicieran, los ojos del hombre seguían aproximándose, las luces se movían en el vacío, se acercaban y la acariciaban. Sintió como si unas cintas de seda recorrieran su cuerpo. Se detuvo. El hombre hizo lo mismo. Abrió su boca para gritar pero descubrió que él lo hacía primero.

 ¿Me leyó el pensamiento? ¿O su marco de coordenadas se adelanta al mío? ¿Cómo lo hizo?

El individuo continuaba con su boca abierta y su grito se había convertido en gusanos de seda que trepaban la fosforescencia de la mirada y llegaban a ella envolviéndola.


 Mi velocidad es cero, se dijo, estoy en reposo respecto a la Tierra. Y los insectos viajan a la velocidad de la luz. Los hilos no la dejaban moverse. Las larvas trabajaban con rapidez, o eran tantos que parecían muy activos, tejiendo una especie de mortaja a su alrededor, o tal vez fuera un capullo. La desesperación se apoderó de ella. No quiero morir amortajada, caviló.

 Sintió calor. Empujó con fuerza, la seda se resistía, siguió, ahora logró sacar los dos brazos fuera. Se asió otra vez a las barras del balcón. No sabía bien para qué. Recordó la cruz que colgaba de su cuello debajo de la ropa. Se soltó y la buscó. Cuando sus dedos la tocaron el hombre desapareció. Abrió los ojos.

 Estaba envuelta en la cobija, parecía un chorizo. Como pudo se desenredó. Agitada se sentó en la cama, tomó el vaso de agua de la mesita de luz y sorbió con lentitud, respiró hondo. El profesor y su maldita insistencia en esas teorías... Se levantó despacio y se dirigió al balcón a tomar un poco de aire.

Miró hacía todos lados. En la esquina un hombre de capa blanca la observaba y de sus ojos fluía un reflejo rojo que la hizo temblar cuando lo vio levantar vuelo, con los brazos extendidos y miles de gusanos de seda adheridos a su capa.

 

Rosa Lía Cuello es Técnico Superior en Diseño Gráfico y Publicitario, escritora y plástica. Vive en Cañada de Gómez. Ganó premios y menciones nacionales e internacionales en Poesía, Cuento y Cartas de amor. Participó de numerosas antologías en Chile, España, Perú, Méjico, Francia y Argentina. Fue Vice-presidente de S.A.L.A.C. y dirigió el departamento de arte en Revista La ciudad distante. Publicó: Dentro de mí (2001, poemas), Es todo el silencio (2014, poemas), En el nombre de la madre (2019, cuentos) y Mientras un ángel bebe de mi sombra (2022, poemas). Participó del proyecto “Santa Fe lee y crece” Condujo el programa “Palabras con sentido” en Radio Cultural Online. 

 

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